Magnífica versión de Jorge Bucay de un cuento
de “El Conde Lucanor” de don Juan Manuel.
Había una vez... otro rey. Este era el
monarca de un pequeño país: el principado de Uvilandia. Su reino estaba lleno
de viñedos y todos sus súbditos se dedicaban a la fabricación de vino. Con la
exportación a otros países, las 15.000 familias que habitaban Uvilandia ganaban
suficiente dinero como para vivir bastante bien, pagar los impuestos y darse
algunos lujos.
Hacía ya varios años que el rey estudiaba
las finanzas del reino. El monarca era justo y comprensivo, y no le gustaba la
sensación de meterle la mano en los bolsillos a los habitantes de Uvilandia. Ponía
gran énfasis, entonces, en estudiar alguna posibilidad de rebajar los
impuestos.
Hasta que un día tuvo la gran idea. El rey
decidió abolir los impuestos. Como única contribución para solventar los gastos
del estado, el rey pediría a cada uno de sus súbditos que una vez por año, en
la época en que se envasaran los vinos, se acercaran a los jardines del palacio
con una jarra de un litro del mejor de su cosecha. Lo
vaciarían en un gran tonel que se construiría para entonces, para ese fin y en
esa fecha.
De la venta de esos 15.000 litros de vino
se obtendría el dinero necesario para el presupuesto de la corona, los gastos
de salud y de educación del pueblo. La noticia fue desparramada por el reino en
bandos y pegada en carteles en las principales calles de las ciudades. La
alegría de la gente fue indescriptible.
En todas las casas se
alabó al rey y se cantaron canciones en su honor. En cada taberna se levantaron
las copas y se brindó por la salud y la prolongada vida del buen rey.
Y llegó el día de la contribución. Toda esa
semana en los barrios y en los mercados, en las plazas y en las iglesias, los
habitantes se recordaban y recomendaban unos a otros no faltar a la cita. La
conciencia cívica era la justa retribución al gesto del soberano. Desde
temprano, empezaron a llegar de todo el reino las familias enteras de los
viñateros con su jarra, en la mano del jefe de familia. Uno por uno subía la
larga escalera hasta el tope del enorme tonel real, vaciaba su jarra y bajaba
por otra escalera al pie de la cual, el tesorero del reino colocaba en la
solapa de cada campesino, un escudo con el sello del rey.
A media tarde, cuando el último de los
campesinos vació su jarra, se supo que nadie había faltado. El enorme barril de
15.000 litros
estaba lleno. Del primero al último de los súbditos habían pasado a tiempo por
los jardines y vaciado sus jarras en el tonel.
El rey estaba orgulloso y satisfecho; y al
caer el sol, cuando el pueblo se reunió en la plaza frente al palacio, el
monarca salió a su balcón aclamado por su gente. Todos estaban felices. En una
hermosa copa de cristal, herencia de sus ancestros, el rey mandó a buscar una
muestra del vino recogido. Con la copa en camino, el soberano les habló y les
dijo:
— Maravilloso pueblo de
Uvilandia: tal como lo imaginé,todos los habitantes del reino han estado hoy en
el palacio. Quiero compartir con vosotros la alegría de la corona, por
confirmar que la lealtad del pueblo con su rey, es igual que la lealtad del rey
con su pueblo. Y no se me ocurre mejor homenaje que brindar por vosotros con la
primera copa de este vino, que será sin dudas un néctar de dioses, la suma de
las mejores uvas del mundo, elaboradas por las mejores manos del mundo y
regadas con el mayor bien del reino, el amor del pueblo.
Todos lloraban y vitoreaban al rey. Uno de
los sirvientes acercó la copa al rey y éste la levantó para brindar por el
pueblo que aplaudía eufórico... pero la sorpresa detuvo su mano en el aire, el
rey notó al levantar el vaso que el líquido era transparente e incoloro;
lentamente lo acercó a su nariz, entrenada para oler los mejores vinos, y
confirmó que no tenía olor ninguno.
Catador como era, llevó la
copa a su boca casi automáticamente y bebió un sorbo. ¡El vino no tenía gusto a
vino, ni a ninguna otra cosa...! El rey mandó a buscar una segunda copa del
vino del tonel, y luego otra y por último a tomar una muestra desde el borde
superior. Pero no hubo caso, todo era igual: inodoro, incoloro e insípido.
Fueron llamados con
urgencia los alquimistas del reino para analizar la composición del vino. La
conclusión fue unánime: el tonel estaba lleno de AGUA, purísima agua y cien por
cien agua. Enseguida el monarca mandó reunir a todos los sabios y magos del
reino, para que buscaran con urgencia una explicación para este misterio. ¿Qué
conjuro, reacción química o hechizo había sucedido para que esa mezcla de vinos
se transformara en agua...? El más anciano de sus ministros de gobierno se
acercó y le dijo al oído:
— ¿Milagro? ¿Conjuro?
¿Alquimia? Nada de eso, muchacho, nada de eso. Vuestros súbditos son humanos,
majestad, eso es todo.
— No entiendo – dijo el
rey.
— Tomemos por caso a Juan.
Juan tiene un enorme viñedo que abarca desde el monte hasta el río. Las uvas
que cosecha son de las mejores cepas del reino y su vino es el primero en venderse
y al mejor precio. Esta mañana, cuando se preparaba con su familia para bajar
al pueblo, una idea le pasó por la cabeza... ¿Y si yo pusiera agua en lugar de
vino, quién podría notar la diferencia...? Una sola jarra de agua en 15.000 litros de
vino... nadie notaría la diferencia... ¡Nadie!...Y nadie lo hubiera notado,
salvo por un detalle, muchacho, salvo por un detalle:
¡TODOS PENSARON LO
MISMO!
Jorge Bucay (“Déjame que te cuente”).
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Este cuento contiene una crítica social a nuestra condición humana.
Y me pregunto: ¿Y por qué todos los habitantes somos los malos y el rey es el único bueno? Dejémoslo ahí.
Viñedos de Tierra de Barros |
No seria en mendoza el cuento?
ResponderEliminarNo entiendo su pregunta. Explíquese mejor, por favor. Saludos.
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