domingo, 20 de diciembre de 2020

XIII CONCURSO REGIONAL DE ORTOGRAFÍA


De nuevo un alumno del IES "Los Moriscos" de Hornachos ha asistido a un encuentro de XIII de Ortografía. El vencedor fue Juan Cuello Gutiérrez y él fue el seleccionado desde el Departamento de Lengua Castellana y Literatura para participar en este concurso que se celebró en el IES "Santa Eulalia" de Mérida. Precisamente, nos cuenta en esta entrada cómo fueron estas pruebas.


Asistir a esta competición ha sido una experiencia positiva, ya que no solo he optado a salir del centro, lo que significa que de los que nos presentamos a esa prueba previa a la competición fui el más cualificado, sino que también he tenido la oportunidad de representar a mi centro frente a un gran número de personas de otras localidades.

Independientemente de que hubiese ganado el premio o no, repetiría la experiencia sin dudarlo, porque aunque había gente bastante más preparada que yo, creo que esta prueba me ha hecho valorar más las pequeñas oportunidades que la Educación ofrece para que el alumnado pueda respirar un poco con el ritmo tan ajetreado que se nos impone en cursos tan avanzados como el que me encuentro cursando este año. El curso es de 2º de Bachillerato. 

Gracias Juan por ser consciente de la importancia de la ortografía. No lo sabemos si ha habido suerte al final, pero sí un alumno bastante satisfecho por haber participado.

 
 

MAGISTER DIXIT: TRABAJO SOBRE LOS MURALES


Entre lluvia y lluvia me dispongo a hacer esta pequeña reflexión sobre este magnífico grupo que constituye 1º ESO A. 

El trabajo consistía en que todos debían realizar un mural sobre el libro que hemos leído en clase: Mitos griegos de María Angelidou. Aquí están los trabajos para que le echéis un vistazo. Bravo por ellos y enhorabuena. Ahora mismo están todos expuestos en la entrada de su clase. 










El grupo de 1º de la ESO A (empezando por la izquierda): Elsa, Sofía, Paula, Noelia, Lucía, Sofía, Claudia, David, Miguel Ángel, Javier, Fernando y Eduardo.


El grupo de 4º ESO A y B en una guardia. Han pasado tres años (¡qué viejo soy!). Ellos son Elsa, Sofía, Paula, Noelia, Lucía, Fernando, Laure, Candela, Eduardo y Javier. 
























 

MAGISTER DIXIT: MANUEL VICENT Y ROSA MONTERO

Ser de letras
En plena adolescencia a cualquier estudiante se le plantea a su manera la duda de Hamlet: afrontar con ardua entereza el mundo de Pitágoras o dormir, tal vez soñar, navegando plácidamente el cielo de Platón. A partir de un momento en su ánimo se establece el dilema existencial entre álgebra o latín, cálculo o historia, Newton o lengua, Galileo o Miguel Ángel, biología o humanismo, Darwin o Génesis, física cuántica o filosofía, telescopio Hubble o Dios creador del universo. Ser de letras o de ciencias también es una forma distinta de ser y de vivir. Hasta ahora este ha sido un país de letras, poblado de moralistas y leguleyos especialistas en retorcer el verbo hasta convertirlo en puro flato. En las plazas y en los jardines públicos se levantan las estatuas de insignes figuras del pasado, que en su mayoría han sido reyes, santos, conquistadores, políticos, humanistas, jurisconsultos y otros próceres que han gastado su vida echando palabras por la boca y ahora desde el pedestal con el brazo extendido señalan con el dedo un camino de la historia generalmente equivocado; apenas hay algunos científicos esporádicos que hayan merecido el honor del bronce o del mármol. Hubo un tiempo en que por todas partes florecían los pensadores que nos tenían subyugados, pero hoy no existe una figura en el campo del pensamiento, de la cultura, de la política a la que agarrarse. Nadie sabe adónde han ido a parar aquellos intelectuales con pipa, dueños de la verdad y de todas las certezas. El mundo ya no es de letras. En plena confusión la ciencia ha ocupado todo el espacio. Ahora los intelectuales son los científicos, los laboratorios son las sacristías de la nueva religión; en ellas la física cuántica también es filosofía, la biología molecular no se distingue de la poesía, la teología es el vacío.
Manuel Vicent, El País, 6 de diciembre de 2020.



"Héroes callados", Rosa Montero.
El País, 20/12/20
Un dicho norteamericano que algunos atribuyen a la actriz Bette Davis sostiene que hacerse viejo no es para blandengues. Comparto la idea: siempre he pensado que la vejez es la etapa épica de la vida humana. Y aún lo es más en la actualidad, con una existencia cada vez más dilatada en el tiempo pero no en la calidad de ese tiempo añadido. Con ancianos viejísimos pero llenos de achaques, y lo que es peor, solos, arrumbados, invisibles. En otras épocas a los ancianos se les admiraba por su capacidad de resistencia, por abrirnos camino y pasar el testigo, por su sabiduría y su experiencia. Eran nuestros mayores, qué hermosa palabra, más grandes que nosotros. Ahora, en cambio, los desdeñamos, los ignoramos, no sólo no nos parecen más sabios, sino que los consideramos trastos obsoletos, y por añadidura sentimos que su empeño en no morirse es un fastidio, una carga para la colectividad. Es el viejismo o edadismo, un prejuicio feroz cada día más fuerte. Probablemente no haya habido nunca una sociedad que haya tratado tan mal a los viejos como la actual. Cosa que no deja de asombrarme por la estupidez y falta de previsión del personal, porque en esa ancianidad acabaremos todos (si tenemos la suerte de no morir jóvenes). Y sobre este miserable caldo de cultivo se abatió el coronavirus. No es de extrañar que pasaran los horrores que pasaron. Amnistía Internacional ha publicado un informe demoledor cuyo título ya lo dice todo: Abandonadas a su suerte: La desprotección y discriminación de las personas mayores en residencias durante la pandemia. El trabajo denuncia a la Comunidad de Madrid y a Cataluña por “protocolos y prácticas que supusieron la exclusión de ingreso hospitalario” de los residentes de los geriátricos. Y concluye que se vulneraron cinco derechos humanos: a la salud, a la vida, a la no discriminación, a la vida privada y familiar, y a una muerte digna. Yo añadiría que también se vulneraron la sensatez y la empatía, la corresponsabilidad generacional, la autoestima colectiva. Porque el trato a nuestros mayores en la primera ola de la pandemia ha sido tan terrible que ha causado una herida profundísima en nuestra sociedad, un desgarro traumático que nos llevará mucho tiempo coser y sanar. Y para eso lo primero que tenemos que hacer es hablar de ello. Reconocerlo, maldita sea. Ojalá pudiera citar aquí, uno a uno, los nombres de todos esos ancianos que murieron aislados. Y los de los cuidadores que intentaron arroparlos, como en esta bellísima foto del cumpleaños de la nonagenaria Elena Pérez. ¿Saben qué? Tengo la sensación de que, después del sobrecogedor abandono que los ancianos sufrieron, la sociedad española se ha sentido culpable y se ha vuelto un poco más consciente del valor de los mayores, más respetuosa. Esto es, nuevamente lo dieron todo por nosotros; se fueron como una lluvia silenciosa, y no sólo liberaron respiradores y plazas hospitalarias, sino que también nos enseñaron una lección moral. Ancianos nuestros, guerreros de la noche, héroes callados: mi gratitud, mi recuerdo emocionado y mi admiración.



miércoles, 2 de diciembre de 2020

MAGISTER DIXIT: ¿PARA QUÉ SIRVE LA SINTAXIS?

¿Para qué sirve la sintaxis?

¿PARA qué sirven las abuelas? ¿Para qué sirve nuestra sombra? ¿Para qué sirve el ácido hialurónico? ¿Para qué sirve el café? ¿Para qué sirve la alabanza a Dios? ¿Y el vidrio reciclado? ¿Y un catedrático emérito de Estratigrafía, o hablar en ruso allá en Lubango, la capital de la provincia angoleña de Huíla? ¿Y para qué sirve el Senado ahora? ¿Y los logaritmos neperianos? ¿Para qué sirve poner normas de seguridad en un laboratorio de productos químicos? ¿Para qué votar en las europeas?

 La Antropología se pregunta por qué vivimos bastantes más años de los que necesitaría la capacidad reproductora de nuestra especie. No todos los cachorros conocen a sus abuelos. Los seres humanos -y sus genomas- disfrutan de la generación que dio vida a sus progenitores. Afortunadamente. Los padres quieren abuelos y abuelas jóvenes que cuiden y quieran de cerca y despacio a sus nietos. Sirven. Siempre. Ayudan.

¿Pero para qué sirve la Sintaxis? «Para lo mismo que puede servir un crucigrama o un sudoku. Fundamentalmente para pensar. Analizar el idioma es hacer gimnasia mental para utilizarlo mejor, para escribir mejor, para expresar mejor, para comprender mejor. O sea, para mejorar». Respuesta de Álex Grijelmo, un periodista modélico, apasionado del idioma. También se piensa sentado ante un tablero de ajedrez. Y ante las películas de ocho apellidos como los de Allen, Kieslowski, Eastwood, Kubric, Lumet, Terrence Malick, Tarkovski o Erice o los ocho que quiera poner usted. También deja pensativo la poesía que traspasa las paredes del corazón. Y todas las esquelas. A algunos les remueven las entrañas las cotizaciones de Bolsa y su Íbex. A otros, los titulares de Deportes. A mí, mirar lejano el oleaje (desde que no fumo). La sintaxis ayuda a pensar. Entre otras razones, porque se ocupa del orden de las palabras. Un ejemplo: cualquier hispanohablante puede entender la diferencia de significado entre estas dos frases aparentemente iguales: «Compró caro ese chalet» y «Compró ese chalet caro». En una te engañan y en la otra estás forrado. No todos, sin embargo, aciertan a explicar gramaticalmente esas diferencias de sentido sutiles. Quien aprendió qué es un complemento predicativo y para qué sirve sabrá argumentarlo.

La Sintaxis, por tanto, sirve para pensar mejor, como los sudokus y los crucigramas, y también para jugar. ¿Qué prefiere: «gorras de viaje» o «viajes de gorra»? ¿Es igual de humano «Una menos vieja» que el despiadado «Una vieja menos»? Usted puede formar unas cuantas frases distintas cambiando el orden de estas nueve palabras: «Los socios que no vinieron ayer abonaron el importe». Varía la semántica si se altera la alineación de la frase. En plan gratuito: «Los socios que vinieron ayer no abonaron el importe». En plan selectivo: «Los no socios que vinieron ayer abonaron el importe». En plan tocateja para todos: «Los socios que no vinieron abonaron ayer el importe». En plan noticia y apremio: «Vinieron los socios que no abonaron el importe ayer».

Es cierto que -salvo al profesorado de Lengua-a un camarero o a una abogada, a casi ninguna dentista o a pocos policías o albañiles les exigen en sus trabajos analizar oraciones. Sí tendrán que sumar, multiplicar, viajar y dividir. Si ayudan a sus hijos con los deberes, puede que sí les toque enzarzarse con atributos y circunstanciales y hasta con criaturas como los sintagmas. Ante una parejita de frases formularias como esta, «La niña quiere la muñeca» y «La niña quiere a la muñeca», doña Sintaxis te da la cena y deja muchas puertas abiertas para reflexionar. ¿No servía para eso?

Habrá que reconocerlo: quien pregunta un porqué o un para qué no siempre reclama soluciones o respuestas, puede manifestar una actitud de rechazo. Yo aplaudo y secundo esas rebeldías. No me gustan los que se quejan pero sí quienes protestan. Aunque algunos quieren que la única respuesta sea el tesoro del bienestar. «A veces hay que romper las normas para aclarar las cosas», suelta un personaje de 'Las normas de la casa de la sidra'. Los temporeros que recolectan las manzanas se niegan a cumplir las reglas porque las impusieron sin preguntar a los inquilinos.

La Sintaxis permite darles vueltas a las cosas. «Todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias». Cortázar. Para eso también sirve, por supuesto. El bienestar se refugia en «Haz las cosas interesantes». Los apasionados prefieren el «Haz interesantes las cosas». Más vale. Vale más.




SESIÓN ESPECIAL PARA 2º DE BACHILLERATO    El primer paso para realizar un buen examen de las EBAU,  ya sea de Lengua Castellana y Literatur...