“Dios ha muerto” “El hombre es un puente tendido entre la bestia y el superhombre.” Nietzsche.
Dios es el sentido que le hemos dado al mundo. Pues ese sentido ha muerto. Nosotros hemos matado a dios. Ya no hay sentido del mundo, entonces llega el nihilismo. Pero llega el nihilismo, no porque lo que haya sea nada, sino porque hemos creído en un falso sentido del mundo y cuando nos damos cuenta del engaño, de la ilusión, pues buscamos un sentido del mundo en lo que sea. El yo tiene pánico al vacío, a la nada. Quiere algo, aunque sea un plato de lentejas, a lo que aferrarse y vende su vida por ese sentido ficticio. Busca el sentido en el juego, los vicios, las ideas… Todo pensamiento se convierte en una adicción autojustificativa. Porque es difícil vivir sin dios, vivir sin sentido. Pero es un falso sentido. Porque sí hay un sentido. Y es el del Ser. El sentido de la tierra. El sentido de existir, de ser con todo lo que existe. No es el falso sentido del dios trascendente que crea una moral que es un peso para nuestra joroba de camello, el sentido es permanecer unidos a nuestra esencia. El sentido es la no dualidad de nuestro ego con nuestro ser. La disolución del ego en el sentido de la tierra, del cosmos del que somos parte y desde el que debemos vernos y ver.
Por eso el hombre es un puente tendido entre la bestia y el superhombre. El superhombre es el artista, el que crea sin reglas, el que ve desde la inocencia del niño, pero no ya como un niño, sino como el camello que se ha vuelto niño; es decir, el niño autoconsciente de ser niños y de su querer ser niño. La inocencia del niño es inconsciente; ahora se ha hecho consciente en el superhombre. Es un camino evolutivo de la consciencia en el que hemos ido de la inocencia inconsciente a la inocencia autoconsciente. Es decir, es un camino de autoconocimiento en el que nos hemos ido apropiando de cosas, hemos ido creando mundos artificiales y ha llegado un momento en el que no podíamos soportar la carga. Entonces hemos vuelto la mirada hacia dentro y nos hemos dado cuenta de que el sentido del mundo no estaba fuera, sino dentro. Y nos hemos revuelto como un león enfurecido y hemos tirado todo lo que nos aprisionaba, todo el peso de la responsabilidad del mundo que llevábamos dentro y nos hemos revolcado hasta alcanzar nuestra libertad, nuestro Ser. Nos hemos visto tal cual somos y hemos sentido el pavor de no saber a qué atenernos, el miedo del nihilismo, la pérdida del sentido, pero entonces hemos vuelto a casa, hemos recuperado nuestra identidad, ahora no procedente del exterior, ni de ningún dios, ni religión, sino de nuestro propio Ser, que es la esencia y el sentido del universo. Y ahí nos hemos instalado, en el lugar mismo de la creación. En el acto de crear desde la eternidad el sentido del mundo. Y hemos recobrado nuestra identidad en la identidad con lo que hay. Porque todo lo que hay tiene la misma esencia que nosotros, pero es nuestra visión como yoes separados que se autoafirman a través de nuevos dioses lo que nos ha mantenido separados. Pero la creación, es una creación desde la nada, sin reglas, salvo la identidad de todo lo real consigo mismo. Pero para llegar a ello, a ese estado de consciencia debemos con nuestro ego y disolverlo en la no dualidad. Y esto es un proceso largo y doloroso. Es una transmutación alquímica. Requiere de nuestra refundición. De un proceso de muerte y renacimiento. Ese es el sentido de la resurrección, primero hemos de morir: ha de morir el ego, para que pueda renacer el Espíritu. Y es ese Espíritu el que vuelve a casa, por eso vuelve a casa ahora no sólo desde la inocencia, sino autoconsciente de esa inocencia. Y a eso es a lo que le podemos llamar el superhombre, o como se le llama ahora: consciencia integral o consciencia transpersonal. De lo que se trata en el proceso de nacimiento y muerte o de resurrección es de trascender nuestro ego, es un paso evolutivo de la consciencia. Ello no implica, ni negar al ego, ni eliminarlo. El ego sigue operativo, pero no es el creador del mundo, ni el que le da su sentido. El ego tiene sus funciones y en la evolución de la consciencia ha tenido la función de salir de la comunidad indiferenciada conquistando la individualidad, la autonomía y la libertad, pero con la cara opuesta de la identidad mítica. Y es esta identidad mítica del ego, que genera odio y destrucción la que toca trascender. Y ese es el puente o la cuerda donde estamos. Si pensamos desde lo transpersonal, no nos identificaremos con nada, sino con el cosmos y nuestra fraternidad se dirigirá a la supervivencia de todos en el lugar en donde estamos, con otras estructuras civilizatorias basadas en la fraternidad u amor universal. El hombre está en esa cuerda. Ese es su sentido ahora mismo. Por eso está y siente el abismo en sus pies. El viejo sentido del mundo, aquel que emanaba de la idea de Dios lo ha llevado al abismo del nihilismo, ha de ser capaz de traspasar ese puente colgante hacia la fraternidad, hacia la desidentificación del ego, hacia la creación del niño-artista, integrando toda su historia como su proceso evolutivo de crecimiento, sin negar, ni evitar, ni reprimir nada, pero ya sin el peso de la moral emanada del invento de la idea de dios, ahora sí, con aceptación amorosa de lo que somos. Y ahí reside nuestro orgullo y humildad. Orgullo de saber quienes somos y humildad de saber que quienes somos es una parte indiferenciada del todo, nada más y nada menos.
La felicidad y la ligereza.
"¿Qué tenemos nosotros en común con el capullo de la rosa, que tiembla porque tiene encima de su cuerpo una gota de rocío? Es verdad: amamos la vida no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar. Siempre hay algo de locura en el amor, pero siempre hay también algo de razón en la locura. ”Y también a mí, que soy bueno con la vida, me parece que quienes más saben de felicidad son las mariposas y las burbujas de jabón, y todo lo que es de su misma especie entre los hombres. Ver revolotear esas almitas ligeras, locas, encantadoras, volubles… ¡eso hace llorar y cantar a Zaratustra!” Nietzsche.
La felicidad es ligereza. Lo que proclama Nietzsche es el espíritu de ligereza, el camello se inclina y se humilla ante la carga, el león suelta su ira y ya no obedece el deber, sino que se afirma y dice, quiero. Es el espíritu de la rebeldía, la acción y el santo decir sí. Pero todavía tiene el peso de su voluntad, de su afirmación. Le falta la tercera transformación, convertirse en niño para jugar el juego de la creación. Un santo decir sí, para después olvidar. Ya no hay más peso, hay ligereza, danza. El sentido del hombre es el superhombre y éste es un bailarín. No tiene peso en sus pies ni en sus hombros, vuela libre como una mariposa o una pompa de jabón. Y como esta última, es impermanente, aparece y se esfuma en un instante y luego aparece otra y todo es un eterno repetirse de lo mismo. El superhombre ha soltado la carga del debe y de la ira y el orgullo de la autoafirmación. Ahora se siente libre. La libertad es la ausencia de peso, de condicionamiento, de identificaciones. El superhombre no se siente identificado con nada. Crea el sentido del mundo en cada instante. En cada acto de creación, en un decir sí, o un decir, no. Y esa es la fórmula de la felicidad, como sostiene Nietzsche.
Pero el superhombre, para llegar a tal ha tenido que eliminar el peso del deber; es decir: de la moral y de la religión. De los justos y los creyentes. Los justos son aquellos que predican el bien y el mal. Los creyentes son aquellos que se identifican con un dios, sobre todo los monoteístas que ven un único sentido del mundo trascendente y excluyente. Todos son muy peligrosos para el hombre. El germen del mal, de la autodestrucción está en el hombre. Los inventores de la moral quieren esclavos que obedezcan esa moral inventada, esa moral de los hombres débiles que obedecen porque no saben ser libres. Porque para ser libres, antes de saber hay que Ser valientes. Hay que romper todo aquello que nos une al mundo de los hombres y ser capaces de volar como pompas de jabón. Por eso el superhombre está por encima del bien y del mal. Por encima de la moral de los esclavos. El superhombre crea el bien y el mal. El bien es la ligereza, el mal es la pesadez. (Cuidado y no se entienda esto como un todo vale o un nihilismo que nos lleva al fascismo totalitarios. Eso es no haber entendido nada. Estamos hablando en un sentido metafísico profundo, no de bagatelas, ni baratijas políticas, ni de sectas muy al uso en la new age.) Y luego están los creyentes. Estos también tienen su moral, pero, además de eso tienen su dios, que es el que da el sentido último a su vida y a su moral. Son esclavos de ese dios y en nombre de él, matan, torturan, esclavizan y engañan. Y cuando mueren sus dioses inventan otros y ese es el juego al que se ha estado jugando durante toda la historia, al de identificarse y sentirse diferente: mejor, con la verdad, más justo, más inteligente y más hermoso, también más justo y, por ello, con la autoridad de decidir sobre la vida y la muerte del resto de la humanidad.
Sin embargo, esto es una carga para uno mismo y una violencia infinita para con los demás. El sentido del superhombre, del bailarín, nos libera de esta carga. Nos da unos nuevos ojos para ver, nos quita la venda del engaño de dios. Ya no hay sentido, ya no hay diferentes, ya podemos vernos a cada cual tal y como somos, ya no hay identidades, no hay máscaras. Se acabó el baile de máscaras y el carnaval. Ahora toca danzar desde uno mismo. El superhombre es la libertad, el sentido del hombre es la libertad y la fraternidad. Y éste es el anuncio que encuentra en el puente tendido entre el hombre y el superhombre.
El nuevo ídolo: El Estado o Nación.
“Aquí tenemos Estados. ¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abran ahora los oídos, porque voy a decirles algo sobre la muerte de los pueblos. ‘Estado’ es el nombre del más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’. ”¡Falso! Fueron creadores quienes crearon los pueblos y colocaron encima de ellos una fe y un amor. Así sirvieron a la vida. Quienes ponen trampas son aniquiladores para muchos y las llaman ‘Estado’. Sobre ellos colocan una espada y cien impudicias.” Nietzsche.
Muerto dios, aparecen los ídolos. Y tenemos el estado como uno de ellos. El estado es el más frío de los gélidos monstruos. El estado, o nación, que para el caso es lo mismo, si leemos la crítica de Nietzsche con perspectiva, y no malinterpretamos su concepto de pueblo, que para nada tiene que ver con el que se identifica con una nación moderna, que es lo mismo que el estado. Por eso los estados surgen de las naciones, sustituye a dios. Adoramos al estado, como antes adorábamos a dios. El hombre no puede vivir sin creencias, no ha dado el salto al superhombre. Aún quiere vivir con el peso de la moral. Tiene el espíritu de la pesadez y le gusta inclinarse. Aún sigue siendo siervo y siente placer obedeciendo. Ni si quiera ha aprendido a decir, No. Cree que lo ha hecho, pero simplemente lo hace para caer en brazos de otro ídolo, porque no soporta la levedad de la libertad, la levedad de no tener un deber, de no estar identificado con nada, la levedad de, en fin, la soledad. Porque el hombre libre es un hombre valiente porque tiene un alma heroica; es decir, es capaz de estar sola. El rebaño es el que está acostumbrado a obedecer órdenes para ser apacentado en un lugar seguro. El hombre libre es ligero de equipaje y vive en la intemperie, con mil peligros acechando a su alrededor, pero con la luz del cielo como techo y su voz interior como guía, sin más, dueño, amo, ni ley que sí mismo. Y sin más compañía que la del universo, pero alejado de las muchedumbres, de la masa, del mercado en el que se intercambia la virtud por un plato de lentejas. El estado es un monstruo carroñero que corroe las entrañas del hombre y lo convierte en muchedumbre, sin voz, sin criterio, con una voz común, un criterio común y una sola idea: la del estado. La muchedumbre es la esclava y vocera del estado. Y los que construyen el estado son aves de rapiña que trepan en busca de un mejor bocado. Y engañan al pueblo y les dicen que ellos, el pueblo, son el estado: mentira. El estado es una máquina de exterminio del individuo y de su libertad, una máquina de convertir lo individual en colectivo, lo diferente, en mismidad, la genialidad en vulgar mediocridad, la inteligencia en torpeza pedigüeña, la valentía, en servidumbre. El estado es la gran mentira que tiene como fin la dominación absoluta del hombre. La democracia en nombre del estado es la forma más sutil del engaño del hombre moderno, la forma más feroz de convertir al ciudadano en vasallo, al hombre libre, en productor. La democracia del estado moderno es la forma de convertir el pensamiento en consigna (muerte del pensamiento), en bandera, signo; es decir, en la eliminación del Logos, la palabra, la disidencia, el sabio decir, No. La democracia del estado es la muerte de la disidencia, la muerte de la herejía (pensar de otra manera), es la ortodoxia por sistema, el conformismo, la claudicación. El sentimiento de libertad por el hecho del mero consumir. La autoexplotación, la pseudofelicidad. El estado contemporáneo es la muerte del hombre. Es la claudicación del hombre y su aspiración a la libertad y al sentido del superhombre. Si no superamos al estado, si no somos capaces de matar al frío monstruo, gélido y voraz, nos autoaniquilaremos con él. Para ello es necesario el valor del león. El santo decir, NO. El ser capaz de revolverse contra el deber ser político. La capacidad de autotrascenderse y no hallar identificación en ningún estado, ni forma política. Derribar este nuevo ídolo de la modernidad que ha venido como consecuencia de la muerte de dios.
El hombre libre.
“¡Ahora parto solo, discípulos míos! ¡También ustedes lo harán en soledad! Así lo quiero yo. En verdad, éste es mi consejo: ¡Manténganse lejos de mí y guárdense de Zaratustra! Y aun mejor: ¡sientan vergüenza de él! Tal vez los ha engañado. ”El hombre de conocimiento no sólo tiene que poder amar a sus enemigos, tiene también que poder odiar a sus amigos. Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo. ¿Y por qué no corren a deshojar mi corona? Ustedes me veneran, pero ¿qué ocurrirá si un día esa veneración se derrumba? ¡Tengan cuidado de que no los aplaste una estatua! ¿Dicen creer en Zaratustra? ¡Qué importa Zaratustra! Ustedes son mis creyentes, ¡pero qué importan todos los creyentes! ”Aún no se habían buscado a ustedes y por eso me encontraron. Es así como nacen todos los creyentes. Por eso vale tan poco toda fe. ”Ahora les ordeno que me pierdan y que se encuentren a ustedes. Sólo cuando todos hayan renegado de mí, volveré entre ustedes. ”En verdad, hermanos míos, con otros ojos buscaré entonces a mis perdidos; y con un amor distinto los amaré. Y todavía una vez deben llegar a ser para mí amigos e hijos de una sola esperanza. Entonces quiero estar con ustedes por tercera vez, para celebrar juntos el gran mediodía. Este gran mediodía es la hora en que el hombre se encuentra a mitad de su camino entre el animal y el superhombre, y celebra su camino hacia el atardecer como su más alta esperanza, pues es el camino hacia una nueva mañana. Entonces, quien se hunde en su ocaso se bendecirá a sí mismo por ser uno que pasa al otro lado; y el sol de su conocimiento se encontrará para él en el mediodía. Muertos están todos los dioses; ahora queremos que viva el superhombre. ¡Sea ésta alguna vez, en el gran mediodía, nuestra última voluntad!”. “Así habló Zaratustra.” Nietzsche.
No nos hacen falta maestros. El maestro está en nuestro interior, no hay que seguir al abanderado, ni consignas, ni fórmulas para la felicidad, ni la justicia universal. Todo son ídolos con los pies de barro, y corremos el peligro de que, si los adoramos, se nos caigan encima y nos aplasten. No más creyentes. Todo creyente surge de un sentimiento de carencia. Por eso, todo creyente es un ser incompleto que se completa con algo que le es extraño y ajeno: la doctrina de un maestro, de una religión, de una ideología. Todo creyente lleva como un implante. Un implante que siempre en el fondo rechazará, o con el que se identificará porque, supuestamente, le debe la vida y matará por él. Lo que hacen falta son hombres auténticos, hombres libres. Hace falta valor. Es necesario que todos hayamos renunciado a nuestro sistema de creencias, que lo hayamos puesto entre paréntesis. De lo que carece la humanidad es de sanos escépticos, de hombres honrados que se hayan atrevido a dudar de todo y que todo lo pongan entre paréntesis y que no teman a no hacer pie. Nunca aprenderán a nadar si no se sueltan y para aprender a nadar en la vida, a crear, es necesario soltarlo todo. Es urgente dejar de ser un creyente, incluido en uno mismo y en lo que aquí se dice. Y, a partir de ese vacío se llega al mediodía, al despertar. Hemos abandonado la noche de la creencia y llegamos a la mitad del camino entre el hombre y el superhombre. Estamos conquistando la libertad. Los primeros pasos han sido titubeantes, pero ahora salimos de la caverna y nos enfrentamos al mundo a pleno sol, sin juzgar, amando al enemigo, que es el que nos va a enseñar. Despreciando al amigo, que es el que, con su adulación, nos mantenía en nuestro falso conocimiento, en nuestra idea errónea de nosotros mismos, en la caverna. Ahora hemos soltado al amigo, no lo necesitamos, somos lo bastante fuertes como para andar por nuestro propio pie. Tampoco necesitamos: ni maestro, ni doctrina, ni creencia…salimos a la intemperie, a pecho descubierto, sin más arma que nuestra mirada limpia de prejuicios, sin ideas, sin creencias, sin nada que defender, sin necesidad, ni de atacar ni de defender: con un sí, o con un no. Y ésa es nuestra fórmula de la felicidad. Pisamos firmes en el mundo construyendo el sentido a cada paso, pero cada paso se borra con el siguiente. El pasado no nos determina porque ya no existe en nuestra mente, no hay nada que nos pueda condicionar. Las doctrinas, las creencias, las ideas, pertenecen al pasado. El hombre libre no tiene ideas, las crea. E igual que las crea se desvanecen, porque, de lo contrario, quedaría atado a esas ideas y se anquilosaría. El mundo está lleno de muertos vivientes. Es patético y infunde una inmensa compasión, observar como cada cual va de un lado para otro, como cada cual defiende sus ideas, como si en ello le fuera la vida, porque realmente es así. Como todos caminan tambaleantes tras un ideal, tras una novedad que les distraiga un momento, tras un maestro que los ilumine en su eterna oscuridad, una iluminación que durará, lo que dure su ilusión, tras una doctrina que llene su vacío, que los recomponga de nuevo, que les anime de vida, que les dé el alma que han perdido. Pero, es imposible: son muertos vivientes. Ellos mismos se han autodestruido por su miedo, comodidad, cobardía y pereza. Ellos buscaron ídolos tras la muerte de dios, pero, ni dios, ni los ídolos los pueden salvar ya. Ya sólo pueden sobrevivir devorándose unos a otros, caminando sin sentido de un lado para otro. Es un esperpento ver cómo se afanan en su propia destrucción. No han comprendido que no existe una salvación más allá de sí mismos, que la salvación está en sí mismos. Que en lugar de ir como zombis, tendrían que pararse un momento y mirar para dentro, ¡Ay!, ¿pero serán capaces de permanecer una hora solos en su habitación, como decía el amigo Pascal, o cruzarán el umbral de sus casas para dedicarse a la cháchara y al sentido del sinsentido diario? No, el hombre si quiere ser libre debe cultivar la soledad. Debe zambullirse en la oscuridad de la noche, en las tinieblas del inconsciente y escuchar e interpelar a su alter ego, así se curtirá en el sinsentido, en el sentido del dolor de la existencia humana, en la alegría de la capacidad de ser libre y de romper cadenas. La soledad es la maestra de la libertad. La soledad es la que nos hará fuertes y la que nos enseñará que todo lo que necesitamos lo tenemos en nuestro interior. Entonces, cuando busquemos a nuestros semejantes será por puro deleite, no por interés, será por Compasión (sentir con él, que no lástima, que es una creencia para esclavizarnos.) La soledad nos enseñará del otro su verdadero Ser. Y entonces, cuando dos solitarios se junten, no se darán compañía, no cubrirán carencias, sino que se dará la comunión. Serán ambos en Comunión.
Juan Pedro Viñuela Rodríguez, profesor de Ética y Filosofía del IES "Meléndez Valdés" de Villafranca de los Barros.
Juan Pedro Viñuela Rodríguez, profesor de Ética y Filosofía del IES "Meléndez Valdés" de Villafranca de los Barros.
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