jueves, 2 de octubre de 2014

REDACCIONES DEL ALUMNADO II


  Bajo una historia con un trasfondo personal, Judit nos muestra una excelente terapia contra la depresión en este ejercicio de escritura. Su génesis nace de una época llena de oscuridades, persecuciones, miedos y cicatrices en ese monstruito que, sin embargo, encuentra finalmente en el amor del león su tabla de salvación. 

“Tal vez el destino dejara ese gran momento para uno de los mejores finales. 
 Nada estaba previsto, nadie sabía que de la inmensa oscuridad saldrían aquellas poderosas y fugaces llamas de lo más hondo de la tundra. 
 Era una noche como cualquiera, y el pequeño monstruito como cada día aguardaba a su amado león. Hacía tiempo que no contemplaba su sombra, que no escuchaba esos rugidos que avivaban cualquier alma. Era tétrico ver como la luna pasaba sin darle noticias. Desde que apareció por primera vez aquel espíritu de león, tras el monstruito comenzaron a yacer unas alas, y las cicatrices que formaban una falsa sonrisa desaparecieron como si nunca hubieran existido. Esas alas no podían moverse, no podían dejarla volar para que viera lo que más ansiaba. Algunas noches se frustraba preguntándose el por qué tenía unas alas que no le otorgaban libertad, y si serían la señal de un futuro hecho. 
Tras unos días llegó la tan esperada penumbra provocada por la noche. La desesperación corría por sus venas, y cada minuto debilitaba su pequeña alma. Y entonces la luna volvió a iluminar su rostro sin poder ver a su amado. De repente, empezaron a caer lágrimas sin control, las cuales acariciaban sus mejillas y enrojecían sus labios. Un poderoso latido marcó aquel desdichado momento. Las alas del monstruito se alzaron con gracia y fuerza, transmitiendo una gran cantidad de luminosidad. No eran unas alas normales. Eran de un fuego vivaz, que era capaz de derretir las grandes capas de nieve que caracterizaban la tundra en cuestión de segundos. Y al fin, como una estrella fugaz, envolviendo su cuerpo con sus alas salió aquel monstruito reencarnando la imagen del famoso fénix. Su mirada era penetrante, ya no existían cicatrices en su físico exterior, y era portadora de una belleza casi indescriptible. A lo lejos, pudo contemplar unos ojos verdes y la sombra de un león que corría sin aliento por llegar al pozo. 
 Cuando llegó, dos miradas, dos corazones, y mil sentimientos invadían el lugar. Su pequeño monstruito al fin estaba libre, pese a que se podían ver unas lágrimas recorriendo sus mejillas; unas lágrimas que parecían reflejar millones de recuerdos. Extendió aquellas majestuosas alas para recibir por primera vez al amor de su vida. Para darle un abrazo que llenara a su león de calidez y de amor. Un amor que hizo nacer a un ser extraordinario de las cenizas. Gracias a ese alma que aguardó y creó un sentimiento verdadero. Acercó sus sonrosados labios al imponente león susurrándole unas palabras de bienvenida: “No te vayas". Así cayó a los pies de su amado. Aquellos ojos verdes contemplaron como esas alas de fuego se apagaban como si les hubieran echado mil cubos de agua sacada de los glaciares de las tierras más frías y gélidas. El alma del monstruito no pudo aguantar y poco a poco fue cerrando esa mirada penetrante que podía atravesar los pensamientos de que cualquier ser. Parecía un ser sin vida, pero todavía contenía esa respiración discontinua y tenue como el amanecer que se aproximaba. El león no sabía que debía hacer, todo había pasado tan rápido que demasiado en tan poco tiempo era aún difícil de asimilar. Decidió buscar un lugar en el que pudiera resguardar a su pequeño monstruito. Encontró una acogedora cueva en mitad de los altos árboles cuyas ramas estaban cubiertas por una ligera capa de nieve. Tenía un ligero miedo a que no volviera a contemplar esos ojos de extraño color. De no volver a sentir aquella gran presencia. La tumbó y decidió esperar a que el tiempo sanara su interior. Mientras la observaba sentía un nerviosismo intenso como aquellas llamas que pudo ver anteriormente. Sus labios parecían hechizar a los suyos así sintiendo una gran atracción por besarla. Y finalmente la tentación hizo que la besara tiernamente, produciendo un sentimiento de amor eterno. Cuando menos se percató en abrir los ojos, sintió que alguien le observaba, y en efecto, el monstruito le estaba mirando fijamente y con un tono de piel rojo, muy rojo”.

                                                                          Judit Sierra Almeida, alumna de 4º ESO A. 


  El siguiente relato corto refleja como si fuese una fotografía un impresionismo otoñal que parece que no tiene reflejo en la actualidad. 
    "Echaba de menos el otoño. La tormenta llega ruidosa, no le gusta callar y acatar las normas, quiere enfadarse con el mundo y gritar.
     El flash de su cámara capta momentos de ternura: el calor de un hogar  o un perro tumbado bajo la lluvia, solo viendo pasar su vida, su vida sin él. Capta sensaciones, olores, y la sensación que produce el olor a tierra mojada, sensación de calor por mucho frío que haga”. 

 Teresa Maestre Díaz, alumna de 4º ESO A. 



Desde aquí, y como siempre, animo a todos a que escribáis vuestros relatos. Ya sabéis que los podéis mandar al correo electrónico pepinescomen@yahoo.es.






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