Érase una vez que se era
un reino loco y sin norte,
reino asaz atolondrado,
desde la plebe a la corte.
Sus jerarcas sin mesura
gastaban a troche y moche
mientras todos jaleaban
el despilfarro y derroche.
Tal como tiernos infantes
babeaban día y noche,
agradecidos y mansos.
Sin censuras ni controles
alzaban templos y casas,
mil palacios de deportes,
parques y aeropuertos
incluso en medio del monte.
Ninguno osa protestar,
ninguno mesura pone,
nadie se atreve a cesar
el despropósito torpe.
En los años de bonanza,
algunos el lujo acogen
sin acordarse que el tiempo
en las locuras pone orden.
Muchos jerarcas y acólitos
llenan sus maletas y odres,
saqueando el bien ajeno
y cubriéndose de podre.
Mas llegan las vacas flacas
y la gota colma el borde:
quienes antes derrochaban
comienzan con los recortes.
"Habéis sido manirrotos,
caprichosos y glotones;
merecéis un buen castigo",
dicen con encono enorme.
Mientras los jerarcas sabios
a muy buen recaudo ponen
salarios, rentas y ahorros,
la paz del pueblo se rompe.
Ya no hay trabajo, ni viajes;
no más casitas ni coches.
Tras largos días de playa,
les llega una negra noche.
Mucho dinero gastaron,
pero más necesita la corte,
pues empeñaron sin tino
hasta el sueño de su prole.
Es triste de ver ahora
aquel reino de alto porte
arrastrado por los pelos,
sin nadie que lo conforte.
En desbandada sus jefes
huyen raudos cual hurones,
otros, altivos mendaces,
al juez sus hurtos esconden;
capaces son de negar
dádivas, lujo y derroche,
aunque repletos de alhajas
vayan hijos y consortes.
Las pobres gentes de a pie
viven llenas de temores
y lloran con gran dolor,
medrosas de que les roben
lo poco que les dejaron
esa panda de ladrones.
Sus médicos han perdido,
escuelas sin profesores,
asilos abandonados,
víctimas de los recortes.
Y mientras, allí en lo alto,
envueltos en su cohorte,
se ríen de todo ellos
preparando un nuevo golpe.
Toni Solano
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