TEXTO A. En esta novela de “gramática-ficción”, el novelista y articulista Juan José Millás materializa las palabras y suscita así una reflexión sobre las particularidades de cada categoría gramatical.
Yo no tenía sueño, de manera que tomé el
libro de gramática de debajo de la
almohada y me dispuse a leerlo con la intención de hallar las diferencias entre
el sustantivo y el adjetivo o entre el verbo y el adverbio. Me pareció
sorprendente que hasta ese instante las palabras hubieran constituido un todo
indiferenciado, como las plantas o los árboles (apenas éramos capaces de
distinguir una acacia de un chopo), siendo tan diferentes entre sí.
El verbo
tenía una textura fibrosa y un sabor concentrado. Traté de imaginarme uno muy
rudimentario, que no fuera capaz de expresar aún el pasado ni el futuro: sólo
el presente, e hice cábalas sobre ese momento de la historia, o de la
prehistoria, en el que de súbito apareció el tiempo o los tiempos, y fue
posible mirar hacia delante y hacia atrás, hacia ayer y mañana. Ayer se había
muerto mi abuelo y mañana lo enterraban. Vistas así, las palabras eran ventanas
por las que te asomabas a la realidad. Gracias a la existencia de un verbo en
pasado o en futuro, las cosas desaparecidas continuaban durando y las que no
habían llegado comenzaban a suceder.
El adjetivo, pese a su aparatosidad, me pareció algo insípido, aunque al morderlo producía un ruido excitante, como una lámina de caramelo. El sustantivo era sin duda alguna el rey. Te llenaba la boca con su olor ya antes de empezar a masticarlo y al romperse por la presión de los dientes liberaba más jugos de los que parecía contener. Así como el sabor del verbo podía evocar el de una víscera (el hígado de ternera, quizá), el del sustantivo estaba más cerca de las sensaciones que producen las frutas al contacto con la lengua. Y los había amargos, dulces, ácidos, empalagosos, agridulces y picantes. Algunos no se podían tragar sino envueltos en un adjetivo.
Los artículos y las preposiciones
no sabían a nada, pero al colocarlos entre los dientes y presionar se rompían
como las pipas de girasol. En cierto modo eran semillas: si plantabas un
artículo o una preposición debajo de la lengua, en seguida se desprendía de él
un sustantivo: no podía estar solo. El adverbio
emanaba el olor acre característico de algunas vísceras encargadas de filtrar
los humores corporales, y las conjunciones
tenían también algo de fruto seco. Era entretenido masticarlas, pero no podían
sustituir una comida.
MILLÁS, Juan José: El orden
alfabético, Madrid, Alfaguara, 1998.
TEXTO B. A continuación, una novela de Josefina Aldecoa (Historia de una maestra).
Los niños eran todos negros. La mía era
la escuela nacional y gratuita y sólo los negros la frecuentaban. Todos dijeron
que estaba loca cuando la elegí. Yo tenía veinticuatro años y afán de aventuras.
Si fuera hombre...pensaba. Un hombre es libre. Pero yo era mujer y estaba atada
por mi juventud, por mis padres, por la falta de dinero, por la época. Era el
año 1928. En la oposición había sacado un excelente número: la tercera entre
cincuenta. Miré los mapas y el punto más lejano de la tierra al que podía
llevarme mi carrera estaba allí, en la línea del Ecuador. Una franja
pequeñísima de África, unas islas, un nombre que cruzaba sobre el mar y se
adentraba en el continente: Guinea Ecuatorial. Aquél sería mi destino.
Pensé en don Wenceslao: “Si algún
día...”, me había dicho y enseguida había rectificado: “Pero usted nunca va a
caer por allí”. No puedo decir que me
influyera el recuerdo del viejo amigo. Hasta su Guinea me parecía distinta de la
que yo estaba eligiendo. Yo no iba a negociar ni a hacer fortuna. Yo iba a
enseñar y al mismo tiempo a aprender, a buscar paisajes nuevos, nuevas
experiencias, en un país que además de exótico era nuestro. Así que lo arreglé
todo, desoí los consejos y los llantos familiares y me bajé hasta Cádiz para
embarcar. Cádiz era el extremo sur, el final de mi mundo. De Cádiz arranqué un
día de septiembre y atrás dejaba límites y ataduras. Y el recuerdo de una
escuela perdida entre montañas.
Cuando el barco zarpó yo veía la tierra
alejarse desde el puente. No quería pensar en lo que abandonaba. Necesitaba la
fuerza de los emigrantes, el valor de los conquistadores. Recordé el último
consejo de mi padre, arrancado de una de sus lecturas: «La aventura puede ser
loca, el aventurero no.» Y un respingo de emoción me asaltó mientras la costa
española se desdibujaba a lo lejos.
Con los embates de las olas, todo
el barco crujía. Era un barco viejo y parecía que iba a partirse en dos a cada
instante. Al tercer día estalló una tormenta que nos mantuvo encerrados durante
doce horas en los camarotes, reducidos y sofocantes. En el mío había plazas
para cuatro, pero íbamos sólo tres: la mujer de un empleado de telégrafos de
Santa Isabel, que se pasaba el tiempo maldiciendo; su hija, una muchacha de mi
edad que vomitaba a todas horas, y yo, que sufría y aguantaba con paciencia
inclemencias de la navegación.
Macilentos y ajados avistamos un día la
tierra de Guinea. Ya escaseaba el agua y la comida disminuía por momentos en
cantidad y calidad. El calor nos quitaba apetito y nadie hubiera osado
protestar, desmadejados como andábamos todos, del puente al camarote; del salón
aliviado con las hélices del ventilador que colgaba del techo, al comedor por
el que discurrían sudorosos los camareros repartiendo té y café en pesados
recipientes.
El día antes de llegar a Santa Isabel
me llamaron de primera y me entregaron un telegrama de la Delegación anunciándome
que me esperaban en el muelle.
Josefina Aldecoa |
Recuerdo la llegada. El puerto. Y a lo
lejos el rumor de las voces que anunciaban el barco. El paso por el puente
balanceante que me llevaba a tierra firme. La espera de mi baúl que no llegaba
nunca. Me rodeaban mozos, negros harapientos que ofrecían sus servicios en un
defectuoso castellano: Hola señora, hola mujer. Apareció un funcionario blanco
y lacónico: «Señorita Gabriela
López; sí, de la Delegación,
sí, la acompaño, vámonos pronto...» y luego la noche de insomnio en un Hotel de
indescriptible suciedad. El calor, la gasa rota del mosquitero, el obsesivo
girar de las aspas sobre mi cabeza; ruidos indescifrables arriba y abajo; la
puerta sin cerrojo ni llave; un lavabo roto con un jarrón desportillado como
único suministro de agua.
Al fin el nuevo día y el mismo funcionario que me espera en el vestíbulo del Hotel y me conduce al puerto y al barco, alemán, que iba a llevarme a la última etapa de mi viaje.
Apoyada en la cubierta, veía los contornos montañosos de la isla de
Fernando Poo, los torrentes que se deslizan desde lo alto hasta el mar, la
exuberancia forestal de la costa.
A mi lado se había instalado un joven negro. Apoyaba, como yo, los brazos en la barandilla y miraba en silencio la costa. El cielo estaba gris azulado, el aire era sofocante pero yo me resistía a retirarme a la sombra no menos calurosa.
- Hermosa isla -dijo el hombre sin dirigirse
a mí, pero estábamos solos y tuve que darme por aludida.
- Muy hermosa -contesté.
Me miró de frente y sonrió con una sonrisa
blanquísima que iluminó su rostro oscuro.
Su español era suave y melodioso. Hablaba
como una persona educada. Su lenguaje guardaba relación con el traje blanco, de
corte europeo, y con su forma especial, reservada y cordial al mismo tiempo, de
dirigirse a mí.
-Soy médico -me dijo- y regreso a mi
hospital. El continente es muy distinto a esto. -Y señalaba la isla brumosa y
cercana. Cuando supo la razón de mi viaje volvió a sonreír-. La necesitamos
-afirmó-. Necesitamos medicinas y escuelas. Pero sólo nos mandan hombres de
negocios... Los niños la estarán esperando.
Me esperaban. Todos eran negros y sonrieron. Sus sonrisas me devolvieron la esperanza. Aquélla era mi primera escuela en propiedad. Nunca la olvidaré. La tengo aquí, metida en la cabeza. Una choza de calabó, como todas las del poblado, con el techo de hojas de nipa entrelazadas sobre el armazón de bambú. Estaba un poco en alto, rodeada de un bosquecillo ralo de palmeras Desde allí se veía el mar. Los niños negros me miraban sonrientes y desde ese primer momento supe que no me había equivocado.
En noches de verano, cuando el calor no me
deja dormir, cierro los ojos y me veo allí, bajo el techo de palma entretejida,
tumbada en el chinchorro que se mueve despacio esperando la caricia del mar en
la amanecida. Manuel se empeña en mover un abanico sobre mí.
«Quieto, Manuel», le digo, «vete a dormir.» Se arrastra hasta la arena de la playa, desaparece en la pendiente que desciende brusca, hasta el agua. «Báñate», me dice todos los días, «báñate y saldrás del calor.» Manuel, mi criado, me cuida y pretende calmar, a su manera, mi desazón.
Agua, de la barrica, bien fresquita... un
poquito de coco... Pero el calor me aplasta. Un baño de vapor, una opresión en
los pulmones que se resisten a filtrar el oxígeno.
Mi casa era como todas: una cama de
bambú, sin ropas ni almohada; un banco y una mesa también de bambú y canastos
distribuidos por la choza en la que guardaba mi ropa y mis objetos personales.
Pero mi lugar preferido era el
chinchorro (hamaca)* que colgaba a la entrada, bajo la sombra del tejado, que
avanza y sobresale como un pequeño toldo vegetal.
ALDECOA, Josefina: Historia de una maestra, Barcelona, Anagrama, 1990.
ACTIVIDADES DEL TEXTO B. TIPO
EXAMEN DE SELECTIVIDAD (1:30 HORAS).
Parte 1 (relacionada con la estructura
interna y contenido del texto):
a) Haga un resumen del texto propuesto (1).
b) Comentario personal: ¿Cree usted que la sanidad y la educación deben de ser gratuitas, o por el contrario, se han de establecer impuestos directos para ambos sectores debido a la actual crisis? Argumente sus respuestas (2).
c)
Explica uno de estos dos contenidos teóricos. Haz un esquema de uno de estos
dos contenidos teóricos del tema que nos ocupa (2,5) (lo más completo posible):
El
verbo: concepto, accidentes gramaticales, clasificación, formas no personales, perífrasis
y locuciones verbales.
Parte 2 (relacionada con la estructura externa y forma del texto).
Responde a las siguientes cuestiones morfológicas (1):
Busca
un ejemplo de cada categoría gramatical que se ha tratado en el tema 6.
¿Qué
tiempo verbal predomina? ¿Cuándo se produce un cambio de tiempo verbal en la
narración?
Localiza
algún ejemplo de perífrasis verbal.
Escoge
tres sustantivos del texto y clasifícalos según su significado (común,
propio-antropónimo o topónimo-, concreto…)
Localiza
el párrafo donde se concentran más adjetivos explicativos o epítetos. Copia
algunos y di por qué en esta parte del texto predomina este tipo de adjetivos.
Analiza
los pronombres en el segundo párrafo (desde “Pensé en don Wenceslao…hasta entre montañas”).
Busca,
en el primer párrafo, un recurso o figura literaria que consiste en la
supresión de conjunciones. ¿Cómo se llama? ¿Qué provoca su uso?
b) Explica el significado de las siguientes palabras y construye una
oración con cada una de ellas: armazón,
contornos, lacónico y embates (1,5).
c) Analice sintácticamente morfológicamente: “La mía era la escuela nacional y gratuita y sólo los negros la
frecuentaban” (recuerda: palabra,
categoría gramatical, tipología, género, número; tiempo, modo, persona, voz,
conjugación y aspecto; significado pleno o gramatical; variable o invariable;
número de sílaba y posición de la sílaba tónica) (2).
Si deseas leer sobre la tertulia
literaria que tuvimos de este libro, pincha en el siguiente enlace:
http://tertuliasdelmelendezvaldes.blogspot.com.es/2012/02/ii-tertulia-literaria.html
PRESENTACIÓN DE
TRABAJOS ESCRITOS
Antes de empezar:
A la hora de presentar un trabajo debes tener
en cuenta que todo lo que expongas debe tener las siguientes características:
a) Claridad
b) Orden
c) Limpieza.
Redacción del trabajo:
Para conseguir expresar el contenido con
exactitud, haz un borrador de todo lo que quieres decir, utilizando para ello
un esquema de trabajo.
En cuanto al aspecto formal te presentamos un
pequeño guion que puede ayudarte:
a) Haz
una portada (en ella debe aparecer
el título del trabajo, el nombre de cada uno de los componentes, el curso en el
que estáis y el nombre del profesor que os lo ha encargado). La portada puede
ir acompañada de un dibujo.
b) Índice. A continuación, en la segunda
hoja, debe aparecer el índice de los contenidos. Al lado de cada contenido hay
que poner la página en la que se encuentra dicho contenido.
c) Cuerpo del trabajo (es decir, el
trabajo en cuestión). Para hacerlo repasa lo que te hemos dicho referente al
borrador.
d) Bibliografía: Recuerda que en todo
trabajo de investigación debes indicar siempre las fuentes de donde has tomado
la información. Llamamos bibliografía, al apartado en el cual se citan todos
los documentos que se han utilizado (también el soporte digital).
Para concluir:
Redacta todo el trabajo, teniendo en cuenta
todo lo anterior. No olvides repasarlo y corregir los supuestos errores (tanto
de contenido como formales. No olvides la ortografía).
Otros aspectos:
a)
Claridad
caligráfica.
b)
Cuida
los márgenes y la limpieza. No olvides el sangrado inicial y después de cada
punto y aparte.
c)
Respeta
las normas de la ortografía.
d)
Esmérate
en la presentación. Una presentación poco cuidada, así como la existencia de
errores sintácticos o falta de coherencia desmerece el comentario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario