Farsa violenta en dos
actos
Personajes: ZAPATERA, VECINA
ROJA, VECINA MORADA, VECINA NEGRA, VECINA VERDE, VECINA AMARILLA, BEATA
PRIMERA, BEATA SEGUNDA, SACRISTANA, EL AUTOR, ZAPATERO, EL NIÑO, ALCALDE, DON
MIRLO, MOZO DE LA FAJA,
MOZO DEL SOMBRERO, HIJAS DE LA VECINA ROJA,
VECINAS, BEATAS, CURAS Y PUEBLO.
Prólogo
Cortina gris.
Aparece el Autor. Sale rápidamente.
Lleva una carta en la mano.
EL AUTOR. Respetable público... (Pausa.) No, respetable público no, público solamente, y no es que
el autor no considere al público respetable, todo lo contrario, sino que
detrás de esta palabra hay como un delicado temblor de miedo y una especie de
súplica para que el auditorio sea generoso con la mímica de los actores y el
artificio del ingenio. El poeta no pide benevolencia, sino atención, una vez
que ha saltado hace mucho tiempo la barra espinosa de miedo que los autores
tienen a la sala. Por este miedo absurdo y por ser el teatro en muchas
ocasiones una finanza, la poesía se retira de la escena en busca de otros
ambientes donde la gente no se asuste de que un árbol, por ejemplo, se
convierta en una bola de humo o de que tres peces, por amor de una mano y una
palabra, se conviertan en tres millones de peces para calmar el hambre de una
multitud. El autor ha preferido poner el ejemplo dramático en el vivo ritmo de
una zapatería popular. En todos los sitios late y anima la criatura poética que
el autor ha vestido de zapatera con aire de refrán o simple romancillo y no se
extrañe el público si aparece violenta o toma actitudes agrias porque ella
lucha siempre, lucha con la realidad que la cerca y lucha con la fantasía
cuando ésta se hace realidad visible. (Se
oyen voces de la Zapatera:
«¡Quiero salir!».) ¡Ya voy! No tengas tanta impaciencia en salir; no es un
traje de larga cola y plumas inverosímiles el que sacas, sino un traje roto,
¿lo oyes?, un traje de zapatera. (Voz de la Zapatera dentro: «¡Quiero
salir!».) ¡Silencio! (Se descorre la cortina y aparece el decorado con tenue
luz.) También amanece así todos los días sobre las ciudades, y el público
olvida su medio mundo de sueño para entrar en los mercados como tú en tu casa,
en la escena, zapaterilla prodigiosa. (Va
creciendo la luz.) A
empezar, tú llegas de la calle. (Se oyen
las voces que pelean. Al público.) Buenas noches. (Se quita el sombrero de copa y éste se ilumina por dentro con una luz
verde, el Autor lo inclina y sale de él un chorro de agua. El Autor mira un
poco cohibido al público y se retira de espaldas lleno de ironía.) Ustedes perdonen. (Sale.)
Acto primero
Casa del Zapatero. Banquillo y herramientas.
Habitación completamente blanca. Gran ventana y puerta. El foro es una calle
también blanca con algunas puertecitas y ventanas en gris. A derecha a
izquierda, puertas. Toda la escena tendrá un aire de optimismo y alegría
exaltada en los más pequeños detalles. Una suave luz naranja de media tarde
invade la escena.
Al levantarse el telón la Zapatera viene de la
calle toda furiosa y se detiene en la puerta. Viste un traje verde rabioso y
lleva el pelo tirante, adornado con dos grandes rosas. Tiene un aire agreste y
dulce al mismo tiempo.
ESCENA PRIMERA
La Zapatera y luego un
Niño.
ZAPATERA. Cállate, larga de lengua, penacho de
catalineta, que si yo lo he hecho... si yo lo he hecho, ha sido por mi propio
gusto... Si no te metes dentro de tu casa lo hubiera arrastrado, viborilla
empolvada; y esto lo digo para que me oigan todas las que están detrás de las
ventanas. Que más vale estar casada con un viejo, que con un tuerto, como tú
estás. Y no quiero más conversación, ni contigo ni con nadie, ni con nadie, ni
con nadie. (Entra dando un fuerte
portazo.) Ya sabía yo que con esta clase de gente no se podía hablar ni un
segundo... pero la culpa la tengo yo, yo y yo... que debí estarme en mi casa
con... casi no quiero creerlo, con mi marido. Quién me hubiera dicho a mí,
rubia con los ojos negros, que hay que ver el mérito que esto tiene, con este
talle y estos colores tan hermosísimos, que me iba a ver casada con... me
tiraría del pelo. (Llora. Llaman a la
puerta.) ¿Quién es? (No responden
y llaman otra vez.) ¿Quién es? (Enfurecida.)
ESCENA II
La Zapatera y el Niño.
NIÑO. (Temerosamente.) Gente
de paz.
ZAPATERA. (Abriendo.) ¿Eres
tú? (Melosa y conmovida.)
NIÑO. Sí, señora Zapaterita. ¿Estaba usted llorando?
ZAPATERA. No, es que un mosco de esos que hacen
piiiiii, me ha picado en este ojo.
NIÑO. ¿Quiere usted que le sople?
ZAPATERA. No, hijo mío, ya se me ha pasado... (Le acaricia.) ¿Y qué es lo que quieres?
NIÑO. Vengo con estos zapatos de charol, costaron
cinco duros, para que los arregle su marido. Son de mi hermana la grande, la
que tiene el cutis fino y se pone dos lazos, que tiene dos, un día uno y otro
día otro, en la cintura.
ZAPATERA. Déjalos ahí, ya los arreglarán.
NIÑO. Dice mi madre
que tenga cuidado de no darles muchos martillazos, que el charol es muy
delicado, para que no se estropee el charol.
ZAPATERA. Dile a tu
madre que ya sabe mi marido lo que tiene que hacer, y que así supiera ella
aliñar con laurel y pimienta un buen guiso como mi marido componer zapatos.
NIÑO. (Haciendo
pucheros.) No se disguste
usted conmigo, que yo no tengo la culpa y todos los días estudio muy bien la
gramática.
ZAPATERA. (Dulce.)
¡Hijo mío! ¡Prenda mía! ¡Si contigo no es nada! (Lo besa.) Toma este muñequito, ¿te gusta? Pues llévatelo.
NIÑO. Me lo llevaré, porque como yo sé que usted no
tendrá nunca niños...
ZAPATERA. ¿Quién te dijo eso?
NIÑO. Mi madre lo hablaba el otro día, diciendo: la
zapatera no tendrá hijos, y se reían mis hermanas y la comadre Rafaela.
ZAPATERA. (Nerviosísima.)
¿Hijos? Puede que los tenga más hermosos que todas ellas y con más arranque
y más honra, porque tu madre... es menester que sepas...
NIÑO. Tome usted el muñequito, ¡no lo quiero!
ZAPATERA. (Reaccionando.)
No, no, guárdalo, hijo mío... ¡Si contigo no es nada!
ESCENA III
Aparece por la izquierda el Zapatero.
Viste traje de terciopelo con botones de plata, pantalón corto y corbata roja.
Se dirige al banquillo.
ZAPATERA. ¡Válgate Dios!
NIÑO. (Asustado.)
¡Ustedes se conserven bien! ¡Hasta la vista! ¡Que sea enhorabuena! ¡Deo gratias! (Sale corriendo por la calle.)
ZAPATERA. Adiós, hijito. Si hubiera reventado antes
de nacer, no estaría pasando estos trabajos y estas tribulaciones. ¡Ay dinero,
dinero!, sin manos y sin ojos debería haberse quedado el que te inventó.
ZAPATERO. (En
el banquillo.) Mujer, ¿qué estás diciendo...?
ZAPATERA. ¡Lo que a ti no te importa!
ZAPATERO. A mí no me importa nada de nada. Ya sé que
tengo que aguantarme.
ZAPATERA. También me aguanto yo... piensa que tengo
dieciocho años.
ZAPATERO. Y yo... cincuenta y tres. Por eso me callo
y no me disgusto contigo... ¡demasiado sé yo!... Trabajo para ti... y sea lo
que Dios quiera...
ZAPATERA. (Está
de espaldas a su marido y se vuelve y avanza tierna y conmovida.) Eso no,
hijo mío... ¡no digas...!
ZAPATERO. Pero, ¡ay, si tuviera cuarenta años o
cuarenta y cinco, siquiera...! (Golpea
furiosamente un zapato con el martillo.)
ZAPATERA. (Enardecida.)
Entonces yo sería tu criada, ¿no es esto? Si una no puede ser buena... ¿Y
yo?, ¿es que no valgo nada?
ZAPATERO. Mujer... repórtate.
ZAPATERA. ¿Es que mi frescura y mi cara no valen
todos los dineros de este mundo?
ZAPATERO. Mujer... ¡que te van a oír los vecinos!
ZAPATERA. Maldita hora, maldita hora, en que le hice
caso a mi compadre Manuel.
ZAPATERO. ¿Quieres que te eche un refresquito de
limón?
ZAPATERA. ¡Ay, tonta, tonta, tonta! (Se golpea la frente.) Con tan buenos
pretendientes como yo he tenido.
ZAPATERO. (Queriendo
suavizar.) Eso dice la gente.
ZAPATERA. ¿La gente? Por todas partes se sabe. Lo
mejor de estas vegas. Pero el que más me gustaba a mí de todos era Emiliano...
tú lo conociste... Emiliano, que venía montado en una jaca negra, llena de
borlas y espejitos, con una varilla de mimbre en su mano y las espuelas de
cobre reluciente. ¡Y qué capa traía por el invierno! ¡Qué vueltas de pana azul
y qué agremanes de seda!
ZAPATERO. Así tuve yo una también... son unas capas
preciosísimas.
ZAPATERA. ¿Tú? ¡Tú qué ibas a tener!... Pero, ¿por
qué te haces ilusiones? Un zapatero no se ha puesto en su vida una prenda de
esa clase...
ZAPATERO. Pero, mujer, ¿no estás viendo?...
ZAPATERA. (Interrumpiéndole.)
También tuve otro pretendiente... (El
Zapatero golpea fuertemente el zapato.) Aquél era medio señorito...
tendría dieciocho años, ¡se dice muy pronto! ¡Dieciocho años! (El Zapatero se revuelve inquieto.)
ZAPATERO. También los tuve yo.
ZAPATERA. Tú no has tenido en tu vida dieciocho
años... Aquél sí que los tenía y me decía unas cosas... Verás...
ZAPATERO. (Golpeando
furioso.) ¿Te quieres callar? Eres mi mujer, quieras o no quieras, y yo soy
tu esposo. Estabas pereciendo, sin camisa, ni hogar. ¿Por qué me has querido?
¡Fantasiosa, fantasiosa, fantasiosa!
ZAPATERA. (Levantándose.)
¡Cállate! No me hagas hablar más de lo prudente y ponte a tu obligación.
¡Parece mentira! (Dos Vecinas con
mantilla cruzan la ventana sonriendo.) ¿Quién me lo iba a decir, viejo
pellejo, que me ibas a dar tal pago? ¡Pégame, si te parece, anda, tírame el
martillo!
ZAPATERO. Ay, mujer... no me des escándalos, ¡mira
que viene la gente! ¡Ay, Dios mío! (Las
dos Vecinas vuelven a cruzar.)
ZAPATERA. Yo me he rebajado. ¡Tonta, tonta, tonta!
Maldito sea mi compadre Manuel, malditos sean los vecinos, tonta, tonta,
tonta. (Sale golpeándose la cabexa.)
ESCENA IV
Zapatero,
Vecina Roja y Niño.
ZAPATERO. (Mirándose
en un espejo y contándose las arrugas.) Una, dos, tres, cuatro... y mil. (Guarda el espejo.) Pero me está muy
bien empleado, sí señor. Porque vamos a ver: ¿por qué me habré casado? Yo debí
haber comprendido, después de leer tantas novelas, que las mujeres les gustan a
todos los hombres, pero todos los hombres no les gustan a todas las mujeres.
¡Con lo bien que yo estaba! Mi hermana, mi hermana tiene la culpa, mi hermana
que se empeñó: ¡«que si te vas a quedar solo», que si qué sé yo! Y esto es mi
ruina. ¡Mal rayo parta a mi hermana, que en paz descanse! (Fuera se oyen voces.) ¿Qué será?
VECINA ROJA. (En
la ventana y con gran brío. La acompañan sus Hijas vestidas del mismo color.) Buenas
tardes.
ZAPATERO. (Rascándose
la cabeza.) Buenas tardes.
VECINA. Dile a tu mujer que salga. Niñas, ¿queréis no
llorar más? ¡Qué salga, a ver si por delante de mí casca tanto como por detrás!
ZAPATERO. ¡Ay, vecina de mi alma, no me dé usted
escándalos, por los clavitos de Nuestro Señor! ¿Qué quiere usted que yo le
haga? Pero comprenda mi situación: toda la vida temiendo casarme... porque
casarse es una cosa muy seria, y, a última hora, ya lo está usted viendo.
VECINA. ¡Qué lástima de hombre! ¡Cuánto mejor le
hubiera ido a usted casado con gente de su clase!... estas niñas, pongo por
caso, a otras del pueblo...
ZAPATERO. Y mi casa no es casa. ¡Es un guirigay!
VECINA. ¡Se arranca el alma! Tan buenísima sombra
como ha tenido usted toda su vida.
ZAPATERO. (Mira
por si viene su Mujer.) Anteayer... despedazó el jamón que teníamos
guardado para estas Pascuas y nos lo comimos entero. Ayer estuvimos todo el día
con unas sopas de huevo y perejil: bueno, pues porque protesté de esto, me
hizo beber tres vasos seguidos de leche sin hervir.
VECINA. ¡Qué fiera!
ZAPATERO. Así es, vecinita de mi corazón, que le
agradecería en el alma que se retirase.
VECINA. ¡Ay, si viviera su hermana! Aquélla sí que
era...
ZAPATERO. Ya ves... y de camino llévate tus zapatos
que están arreglados. (Por la puerta de
la izquierda asoma la Zapatera,
que detrás de la cortina espía la escena sin ser vista.)
VECINA. (Mimosa.)
¿Cuánto me vas a llevar por ellos?... Los tiempos van cada vez peor.
ZAPATERO. Lo que tú quieras... Ni que tire por allí
ni que tire por aquí...
VECINA. (Dando
en el codo a sus Hijas.) ¿Están bien en dos pesetas?
ZAPATERO. ¡Tú dirás!
VECINA. Vaya... te daré una...
ZAPATERA. (Saliendo
furiosa.) ¡Ladrona! (Las Mujeres
chillan y se asustan.) ¿Tienes valor de robar a este hombre de esa manera?
(A su Marido.) Y tú, ¿dejarte robar? Vengan los zapatos.
Mientras no des por ellos diez pesetas, aquí se quedan.
VECINA. ¡Lagarta, lagarta!
ZAPATERA. ¡Mucho cuidado con lo que estás diciendo!
NIÑAS. ¡Ay, vámonos, vámonos, por Dios!
VECINA. Bien despachado vas de mujer, ¡que te
aproveche! (Se van rápidamente. El
Zapatero cierra la ventana y la puerta.)
ESCENA V
Zapatero y Zapatera.
ZAPATERO. Escúchame un momento...
ZAPATERA. (Recordando.)
Lagarta... lagarta... qué, qué, qué... ¿qué me vas a decir?
ZAPATERO. Mira, hija mía. Toda mi vida ha sido en mí
una verdadera preocupación evitar el escándalo. (El Zapatero traga constantemente saliva.)
ZAPATERA. ¿Pero tienes el valor de llamarme
escandalosa, cuando he salido a defender tu dinero?
ZAPATERO. Yo no te digo más, que he huido de los
escándalos, como las salamanquesas del agua fría.
ZAPATERA. (Rápida.)
¡Salamanquesas! ¡Huy, qué asco!
ZAPATERO. (Armado
de paciencia.) Me han provocado, me han, a veces, hasta insultado, y no
teniendo ni tanto así de cobarde he quedado con mi alma en mi almario, por el
miedo de verme rodeado de gentes y llevado y traído por comadres y
desocupados. De modo que ya lo sabes. ¿He hablado bien? Ésta es mi última
palabra.
ZAPATERA. Pero vamos a ver: ¿a mí qué me importa todo
eso? Me casé contigo, ¿no tienes la casa limpia? ¿No comes? ¿No te pones
cuellos y puños que en tu vida te los habías puesto? ¿No llevas tu reloj, tan
hermoso, con cadena de plata y venturinas, al que doy cuerda toda las noches?
¿Qué más quieres? Porque, yo, todo; menos esclava. Quiero hacer siempre mi
santa voluntad.
ZAPATERO. No me digas... tres meses llevamos casados,
yo, queriéndote... y tú, poniéndome verde. ¿No ves que ya no estoy para bromas?
ZAPATERA. (Seria
y como soñando.) Queriéndome, queriéndome... Pero (Brusca.) ¿qué es eso de queriéndome? ¿Qué es queriéndome?
ZAPATERO. Tú te creerás que yo no tengo vista y
tengo. Sé lo que haces y lo que no haces, y ya estoy colmado, ¡hasta aquí!
ZAPATERA. (Fiera.)
Pues lo mismo se me da a mí que estés colmado como que no estés, porque tú
me importas tres pitos, ¡ya lo sabes! (Llora.)
ZAPATERO. ¿No puedes hablarme un poquito más bajo?
ZAPATERA. Merecías, por tonto, que colgara la calle a gritos.
ZAPATERO. Afortunadamente creo que esto se acabará
pronto; porque yo no sé cómo tengo paciencia.
ZAPATERA. Hoy no comemos... de manera que ya te
puedes buscar la comida por otro sitio. (La Zapatera sale rápidamente
hecha una furia.)
ZAPATERO. Mañana (Sonriendo.)
quizá la tengas que buscar tú también. (Se
va al banquillo.)
ESCENA VI
Por la puerta central aparece el
Alcalde. Viste de azul oscuro, gran capa y larga vara de mando rematada con
cabos de plata. Habla despacio y con gran sorna.
ALCALDE. ¿En el trabajo?
ZAPATERO. En el trabajo, señor Alcalde.
ALCALDE. ¿Mucho dinero?
ZAPATERO. El suficiente. (El Zapatero sigue trabajando. El Alcalde mira curiosamente a todos
lados.)
ALCALDE. Tú no estás bueno.
ZAPATERO. (Sin
levantar la vista.) No.
ALCALDE. ¿La mujer?
ZAPATERO. (Asintiendo.)
¡La mujer!
ALCALDE. (Sentándose.)
Eso tiene casarse a tu edad... A tu edad se debe ya estar viudo... de una,
como mínimum... Yo estoy de cuatro: Rosa, Manuela, Visitación y Enriqueta Gómez,
que ha sido la última: buenas mozas todas, aficionadas al baile y al agua
limpia. Todas, sin excepción, han probado esta vara repetidas veces. En mi
casa... en mi casa, coser y cantar.
ZAPATERO. Pues ya está usted viendo qué vida la mía.
Mi mujer... no me quiere. Habla por la ventana con todos. Hasta con don
Mirlo, y a mí se me está encendiendo la sangre.
ALCALDE. (Riendo.)
Es que ella es una chiquilla alegre, eso es natural.
ZAPATERO. ¡Ca! Estoy convencido... yo creo que esto
lo hace por atormentarme; porque, estoy seguro..., ella me odia. Al principio
creí que la dominaría con mi carácter dulzón y mis regalillos: collares de
coral, cintillos, peinetas de concha... ¡hasta unas ligas! Pero ella... ¡es
siempre ella!
ALCALDE. Y tú, siempre tú; ¡qué demonio! Vamos, lo
estoy viendo y me parece mentira cómo un hombre, lo que se dice un hombre, no
puede meter en cintura, no una, sino ochenta hembras. Si tu mujer habla por la
ventana con todos, si tu mujer se pone agria contigo, es porque tú quieres, porque
tú no tienes arranque. A las mujeres, buenos apretones en la cintura, pisadas
fuertes y la voz siempre en alto, y si con esto se atreven a hacer quiquiriquí,
la vara, no hay otro remedio. Rosa, Manuela, Visitación y Enriqueta Gómez, que
ha sido la última, te lo pueden decir desde la otra vida, si es que por
casualidad están allí.
ZAPATERO. Pero si el caso es que no me atrevo a
decirle una cosa. (Mira con recelo.)
ALCALDE. (Autoritario.)
Dímela.
ZAPATERO. Comprendo que es una barbaridad .... pero
yo no estoy enamorado de mi mujer.
ALCALDE. ¡Demonio!
ZAPATERO. Sí, señor, ¡demonio!
ALCALDE. Entonces, grandísimo tunante, ¿por qué te
has casado?
ZAPATERO. Ahí lo tiene usted. Yo no me to explico
tampoco. Mi hermana, mi hermana tiene la culpa. Que si te vas a quedar solo,
que si qué sé yo, que si qué sé yo cuánto... Yo tenía dinerillos, salud, y
dije: ¡allá voy! Pero, benditísima soledad antigua. ¡Mal rayo parta a mi
hermana, que en paz descanse!
ALCALDE. ¡Pues te has lucido!
ZAPATERO. Sí, señor, me he lucido... Ahora, que yo no
aguanto más. Yo no sabía lo que era una mujer. Digo, ¡usted, cuatro! Yo no
tengo edad para resistir este jaleo.
ZAPATERA. (Cantando
dentro, fuerte.)
¡Ay,
jaleo, jaleo,
ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo!
ZAPATERO. Ya lo está usted oyendo.
ALCALDE. ¿Y qué piensas hacer?
ZAPATERO. Cuca silvana. (Hace el ademán.)
ALCALDE. ¿Se te ha vuelto el juicio?
ZAPATERO. (Excitado.)
El zapatero a tus zapatos se acabó para mí. Yo soy un hombre pacífico. Yo
no estoy acostumbrado a estos voceríos y a estar en lenguas de todos.
ALCALDE. (Riéndose.)
Recapacita lo que has dicho que vas a hacer; que tú eres capaz de hacerlo,
y no seas tonto. Es una lástima que un hombre como tú no tenga el carácter que
debías tener. (Por la puerta de la
izquierda aparece la Zapatera
echándose polvos con una polvera rosa y limpiándose las cejas.)
ESCENA VII
Dichos y
Zapatera,
ZAPATERA. Buenas tardes.
ALCALDE. Muy buenas. (Al Zapatero.) ¡Como guapa, es guapísima!
ZAPATERO. ¿Usted
cree?
ALCALDE. ¡Qué rosas tan bien puestas lleva usted en
el pelo y qué bien huelen!
ZAPATERA. Muchas que tiene usted en los balcones de
su casa.
ALCALDE. Efectivamente. ¿Le gustan a usted las
flores?
ZAPATERA. ¿A mí...? ¡Ay, me encantan! Hasta en el
tejado tendría yo macetas, en la puerta, por las paredes. Pero a éste... a
ése... no le gustan. Claro, toda la vida haciendo botas, ¡qué quiere usted! (Se sienta en la ventana.) Y buenas tardes. (Mira a la calle y coquetea.)
ZAPATERO. ¿Lo ve usted?
ALCALDE. Un poco brusca... pero es una mujer
guapísima. ¡Qué cintura tan ideal!
ZAPATERO. No la conoce usted.
ALCALDE. ¡Psch! (Saliendo
majestuosamente.) ¡Hasta mañana! Y a ver si se despeja esa cabeza. ¡A
descansar, niña! ¡Qué lástima de talle! (Vase
mirando a la Zapatera.)
¡Porque, vamos! ¡Y hay que ver qué ondas en el pelo! (Sale.)
ESCENA VIII
Zapatero y
Zapatera.
ZAPATERA. (Cantando.)
Si
tu madre tiene un rey,
la baraja tiene cuatro:
rey de oros, rey de copas,
rey de espadas, rey de bastos.
(La Zapatera coge una silla y sentada en la
ventana empieza a darle vueltas.)
ZAPATERO. (Cogiendo
otra silla y dándole vueltas en sentido contrario.) Si sabes que tengo esa
superstición, y para mí esto es como si me dieras un tiro, ¿por qué lo haces?
ZAPATERA. (Soltando
la silla.) ¿Qué he hecho yo? ¿No te digo que no me dejas ni moverme?
ZAPATERO. Ya estoy
harto de explicarte... pero es inútil. (Va
a hacer mutis, pero la
Zapatera empieza otra vez y el Zapatero viene corriendo desde
la puerta y da vueltas a su silla.) ¿Por qué no me dejas marchar, mujer?
ZAPATERO. ¡Pues déjame!
ZAPATERA. (Enfurecida.)
¡Pues vete! (Fuera se oye una flauta
acompañada de guitarra que toca una polquita antigua con el ritmo cómicamente
acusado. La Zapatera
empieza a llevar el compás con la cabeza y el Zapatero huye por la izquierda.)
ESCENA IX
Zapatera.
ZAPATERA. (Cantando.)
Larán... larán... A mí, es que la flauta me ha gustado siempre mucho... Yo
siempre he tenido delirio por ella... Casi se me saltan las lágrimas... ¡Qué
primor! Larán, larán... Oye... Me gustaría que él la oyera... (Se levanta y se pone a bailar como si lo
hiciera con novios imaginarios.) ¡Ay, Emiliano! Qué cintillos tan
preciosos llevas... No, no... me da vergüencilla... Pero, José María, ¿no ves
que nos están viendo? Coge un pañuelo, que no quiero que me manches el vestido.
A ti te quiero, a ti... ¡Ah, sí!... mañana que traigas la jaca blanca, la que
a mí me gusta. (Ríe. Cesa la música.) ¡Qué
mala sombra! Esto es dejar a una con la miel en los labios... Qué...
ESCENA X
Aparece en la ventana don Mirlo.
Viste de negro, frac y pantalón corto. Le tiembla la voz y mueve la cabeza como
un muñeco de alambre.
MIRLO. ¡Chisssssss!
ZAPATERA. (Sin
mirar y vuelta de espalda a la ventana.) Pin, pin, pío, pío, pío.
MIRLO. (Acercándose
más.) ¡Chissss! Zapaterita blanca, como el corazón de las almendras, pero
amargosilla también. Zapaterita... junco de oro encendido... Zapaterita, bella
Otero de mi corazón.
ZAPATERA. Cuánta cosa, don Mirlo; a mí me parecía
imposible que los pajarracos hablaran. Pero si anda por ahí revoloteando un
mirlo negro, negro y viejo... sepa que yo no puedo oírle cantar hasta más
tarde... pin, pío, pío, pío.
MIRLO. Cuando las sombras crepusculares invadan con
sus tenues velos el mundo y la vía pública se halle libre de transeuntes,
volveré. (Toma rapé y estornuda sobre el
cuello de la Zapatera.)
ZAPATERA. (Volviéndose
airada y pegando a don Mirlo, que tiembla.) ¡Aaaa! (Con cara de asco:) ¡Y aunque no vuelvas, indecente! Mirlo de
alambre, garabato de candil... Corre. corre... ¿Se habrá visto? ¡Mira que
estornudar! ¡Vaya mucho con Dios! ¡Qué asco!
ESCENA XI
En la
ventana se para el Mozo de la
Faja. Tiene el sombrero plano echado a la cara y da pruebas
de gran pesadumbre.
MOZO. ¿Se toma el fresco, zapaterita?
ZAPATERA. Exactamente igual que usted.
MOZO. Y siempre sola... ¡Qué lástima!
ZAPATERA. (Agria.)
¿Y por qué, lástima?
MOZO. Una mujer como usted, con ese pelo y esa
pechera tan hermosísima...
ZAPATERA. (Más
agria.) Pero, ¿por qué lástima?
MOZO. Porque usted es digna de estar pintada en las
tarjetas postales y no aquí... este portalillo.
ZAPATERA. ¿Sí?... A mí las tarjetas postales me
gustan mucho, sobre todo las de novios que se van de viaje...
MOZO. ¡Ay, zapaterita, qué calentura tengo! (Siguen hablando.)
ZAPATERO. (Entrando
y retrocediendo.) ¡Con todo el mundo y a estas horas! ¡Qué dirán los que
vengan al rosario de la iglesia! ¡Qué dirán en el casino! ¡Me estarán
poniendo!... En cada casa, un traje con ropa interior y todo. (Zapatera ríe.) ¡Ay, Dios mío! ¡Tengo
razón para marcharme! Quisiera oír a la mujer del sacristán; pues ¿y los
curas? ¿Qué dirán los curas? Eso será lo que habrá que oír. (Entra desesperado.)
MOZO. ¿Cómo quiere que se lo exprese...? Yo la
quiero, te quiero como...
ZAPATERA. Verdaderamente eso de «la quiero», «te
quiero», suena de un modo que parece que me están haciendo cosquillas con una
pluma detrás de las orejas. Te quiero, la quiero...
MOZO. ¿Cuántas semillas tiene el girasol?
ZAPATERA. ¡Yo qué sé!
MOZO. Tantos suspiros doy cada minuto por usted; por ti...
(Muy cerca.)
ZAPATERA. (Brusca.)
Estáte quieto. Yo puedo oírte hablar porque me gusta y es bonito, pero
nada más, ¿lo oyes? ¡Estaría bueno!
MOZO. Pero eso no puede ser. ¿Es que tienes otro
compromiso?
ZAPATERA. Mira, vete.
MOZO. No me muevo de este sitio sin el sí. ¡Ay, mi zapaterita,
dame tu palabra! (Va a abrazarla.)
ZAPATERA. (Cerrando
violentamente la ventana.) ¡Pero qué impertinente, qué loco!... ¡Si te he
hecho daño te aguantas!... Como si yo no estuviera aquí más que paraaa,
paraaaa... ¿Es que en este pueblo no puede una hablar con nadie? Por lo que
veo, en este pueblo no hay más que dos extremos: o monja o trapo de fregar...
¡Era lo que me quedaba que ver! (Haciendo
como que huele y echando a correr.) ¡Ay, mi comida que está en la lumbre!
¡Mujer ruin!
ESCENA XII
La luz se va marchando. El Zapatero
sale con una gran capa y un bulto de ropa en la mano.
ZAPATERO. ¡O soy otro hombre o no me conozco! ¡Ay,
casita mía! ¡Ay, banquillo mío! Cerote, clavos, pieles de becerro... Bueno. (Se dirige hacia la puerta y retrocede, pues
se topa con dos Beatas en el mismo quicio.)
BEATA 1ª
Descansando, ¿verdad?
BEATA 2ª ¡Hace
usted bien en descansar!
ZAPATERO. (Con
mal humor.) ¡Buenas noches!
BEATA 1ª A descansar, maestro.
BEATA 2ª ¡A descansar, a
descansar! (Se van.)
ZAPATERO. Sí, descansando... ¡Pues no estaban mirando
por el ojo de la llave! ¡Brujas, sayonas! ¡Cuidado con el retintín con que me
lo han dicho! Claro... si en todo el pueblo no se hablará de otra cosa: ¡que si
yo, que si ella, que si los mozos! ¡Ay! ¡Mal rayo parta a mi hermana que en
paz descanse! ¡Pero primero solo que señalado por el dedo de los demás! (Sale rápidamente y deja la puerta abierta.
Por la izquierda aparece la
Zapatera.)
ESCENA XIII
La Zapatera.
ZAPATERA. Ya está la comida... ¿me estás oyendo? (Avanza hacia la puerta de la derecha:) ¿Me
estás oyendo? Pero, ¿habrá tenido el valor de marcharse al cafetín, dejando la
puerta abierta... y sin haber terminado los borceguíes? Pues cuando vuelva, ¡me
oirá! ¡Me tiene que oír! ¡Qué hombres son los hombres, qué abusivos y qué...
qué... vaya!... (En un repeluzno.) ¡Ay, qué fresquito hace! (Se pone
a encender el candil y de la calle llega el ruido de las esquilas de los
rebaños que vuelven al pueblo. La
Zapatera se asoma a la ventana.) ¡Qué primor de rebaños!
Lo que es a mí, me chalan las ovejitas. Mira, mira... aquella blanca tan
chiquita que casi no puede andar. ¡Ay!...
Pero aquella grandota y antipática se empeña en pisarla y nada... (A voces.) Pastor, ¡asombrado! ¿No
estás viendo que te pisotean la oveja recién nacida? (Pausa.) Pues claro que me importa... ¿No ha de importarme?
¡Brutísimo!... Y mucho... (Se quita de la
ventana.) Pero, Señor, ¿adónde habrá ido este hombre desnortado? Pues si
tarda siquiera dos minutos más, como yo sola, que me basto y me sobro... ¡Con
la comida tan buena que he preparado...! Mi cocido, con sus patatas de la
sierra, dos pimientos verdes, pan blanco, un poquito magro de tocino, y arrope
con calabaza y cáscara de limón para encima, ¡porque lo que es cuidarlo, lo que es cuidarlo, te estoy cuidando a mano!
(Durante todo este monólogo da muestras de gran
actividad, moviéndose de un lado para otro, arreglando las sillas, despabilando
el velón y quitándose motas del vestido.)
ESCENA XIV
Niña, Zapatera, Alcalde, Sacristana,
Vecinos y Vecinas.
NIÑO. (En la puerta.) ¿Estás
disgustada, todavía?
ZAPATERA. Primorcito de su vecina, ¿dónde vas?
NIÑO. (En la
puerta.) Tú no me regañarás, ¿verdad?, porque a mi
madre que algunas veces me pega, la quiero veinte arrobas, pero a ti te quiero
treinta y dos y media...
ZAPATERA. ¿Por qué eres tan precioso? (Sienta al Niño en sus rodillas.)
NIÑO. Yo venía a decirte una cosa que nadie quiere
decirte. Ve tú, ve tú, ve tú, y nadie quería y entonces, «que vaya el niño»,
dijeron... porque era un notición que nadie quiere dar.
ZAPATERA. Pero dímelo pronto, ¿qué ha pasado?
NIÑO. No te asustes, que de muertos no es.
ZAPATERA. ¡Anda!
NIÑO. Mira, zapaterita... (Por la ventana entra una mariposa y el Niño bajándose de las rodillas
de la Zapatera
echa a correr.) Una mariposa, una mariposa... ¿no tienes un sombrero...? Es
amarilla, con pintas azules y rojas... y, ¡qué sé yo...!
ZAPATERA. Pero, hijo mío... ¿quieres?...
NIÑO. (Enérgico.)
Cállate y habla en voz baja, ¿no ves que se espanta si no? ¡Ay! ¡Dame tu
pañuelo!
ZAPATERA. (Intrigada
ya en la caza.) Tómalo.
NIÑO. ¡Chis...! No pises fuerte.
ZAPATERA. Lograrás que se escape.
NIÑO. (En voz
baja y como encantando a la mariposa, canta.)
Mariposa
del aire,
qué hermosa eres,
mariposa del aire
dorada y verde.
Luz de candil,
mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!
No te quieres parar,
pararte no quieres.
Mariposa del aire
dorada y verde.
Luz de candil,
mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!
¡Quédate ahí!
Mariposa, ¿estás ahí?
ZAPATERA. (En broma.) Síííí.
NIÑO. No, eso no vale. (La
mariposa vuela.)
ZAPATERA. ¡Ahora! ¡Ahora!
NIÑO. (Corriendo
alegremente con el pañuelo.) ¿No te quieres parar? ¿No quieres dejar de
volar?
ZAPATERA. (Corriendo
también por otro lado.) ¡Que se escapa, que se escapa! (El Niño sale corriendo por la puerta persiguiendo
a la mariposa.)
ZAPATERA. (Enérgica.)
¿Dónde vas?
NIÑO. (Suspenso.)
¡Es verdad! (Rápido.) ¡Pero
yo no tengo la culpa!
ZAPATERA. ¡Vamos! ¿Quieres decirme lo que pasa?
¡Pronto!
NIÑO. ¡Ay! Pues, mira... tu marido, el zapatero, se
ha ido para no volver más.
ZAPATERA. (Aterrada.)
¿Cómo?
NIÑO. Sí, sí, eso ha dicho en casa antes de montarse
en la diligencia, que lo he visto yo... y nos encargó que te lo dijéramos y
ya lo sabe todo el pueblo...
ZAPATERA. (Sentándose
desplomada.) ¡No es posible, esto no es posible! ¡Yo no lo creo!
NIÑO. ¡Sí que es
verdad, no me regañes!
ZAPATERA. (Levantándose
hecha una furia y dando fuertes pisotadas en el suelo.) ¿Y me da este pago? ¿Y me da este
pago? (El Niño se refugia detrás de la
mesa.)
NIÑO. ¡Que se caen las horquillas!
ZAPATERA. ¿Qué va a ser de mí sola en
esta vida? ¡Ay, ay, ay!
(El Niño sale corriendo. La ventana y las
puertas están llenas de vecinos.) Sí, sí, venid a verme, cascantes,
comadricas, por vuestra culpa ha sido...
ALCALDE. Mira, ya te estás callando. Si
tu marido te ha dejado ha sido porque no lo querías, porque no podía ser.
ZAPATERA. ¿Pero lo van a saber ustedes mejor que yo?
Sí, lo quería, vaya si lo quería, que pretendientes buenos y muy riquísimos he
tenido y no les he dado el sí jamás. ¡Ay, pobrecito mío, qué cosas te habrán
contado!
SACRISTANA. (Entrando.)
Mujer, repórtate.
ZAPATERA. No me resigno. No me resigno. ¡Ay, ay! (Por la puerta empiezan a entrar Vecinas
vestidas con colores violentos y que llevan grandes vasos de refrescos. Giran,
corren, entran y salen alrededor de la Zapatera que está sentada gritando, con la
prontitud y ritmo de baile. Las grandes faldas se abren a las vueltas que dan. Todos adoptan una actitud cómica
de pena.)
VECINA AMARILLA. Un refresco.
VECINA ROJA: Un refresquito.
VECINA VERDE. Para la sangre.
VECINA NEGRA. De limón.
VECINA MORADA. De zarzaparrilla.
VECINA ROJA. La menta es mejor.
VECINA MORADA. Vecina.
VECINA VERDE. Vecinita.
VECINA NEGRA. Zapatera.
VECINA ROJA. Zapaterita.
(Las Vecinas arman gran algazara. La Zapatera llora a gritos.)
Telón
Acto segundo
La misma decoración. A la izquierda, el banquillo
arrumbado. A la derecha, un mostrador con botellas y un lebrillo con agua donde
la Zapatera
friega las copas. La Zapatera
está detrás del mostrador. Viste un traje rojo encendido, con amplias faldas y
los brazos al aire. En la escena, dos mesas. En una de ellas está sentado don
Mirlo, que toma un refresco y en la otra el Mozo del Sombrero en la cara.
ESCENA PRIMERA
La Zapatera friega con gran ardor vasos y copas que va colocando en el mostrador.
Aparece en la puerta el Mozo de la
Faja y el Sombrero plano del primer acto. Está triste. Lleva
los brazos caídos y mira de manera tierna a la Zapatera. Al actor
que exagere lo más mínimo en este tipo, debe el Director de escena darle un
bastonazo en la cabeza. Nadie debe exagerar. La farsa exige siempre
naturalidad. El Autor ya se ha encargado de dibujar el tipo y el sastre de
vestirlo. Sencillez. El Mozo se detiene en la puerta. Don Mirlo y el otro Mozo
vuelven la cabeza y lo miran. Ésta es casi una escena de cine. Las miradas y
expresión del conjunto dan su expresión. La Zapatera deja de fregar y
mira al Mozo fijamente. Silencio.
ZAPATERA. Pase usted.
MOZO DE LA FAJA. Si usted lo quiere...
ZAPATERA. (Asombrada.)
¿Yo? Me trae absolutamente sin cuidado, pero como te veo en la
puerta...
MOZO DE LA FAJA. Lo que usted quiera. (Se apoya en el mostrador.) (Entre dientes.) Éste es otro al que
voy a tener que...
ZAPATERA. ¿Qué va a tomar?
MOZO DE LA FAJA.
Seguiré sus indicaciones.
ZAPATERA. Pues la puerta.
MOZO DE LA
FAJA. ¡Ay, Dios mío, cómo cambian los tiempos!
ZAPATERA. No crea que me voy a echar a llorar. Vamos.
Va usted a tomar copa, café, refresco, ¿diga?
MOZO DE LA FAJA. Refresco.
ZAPATERA. No me mire tanto que se me va a derramar el
jarabe.
MOZO DE LA FAJA. Es que yo me estoy muriendo. ¡Ay! (Por la ventana pasan dos Majas con inmensos
abanicos. Miran, se santiguan escandalizadas, se tapan los ojos con los
pericones y a pasos menuditos cruzan.)
ZAPATERA. El refresco.
MOZO DE LA
FAJA. (Mirándola.) ¡Ay!
MOZO DEL SOMBRERO. (Mirando al suelo.) ¡Ay!
MIRLO. (Mirando
al techo.) ¡Ay! (La Zapatera dirige la cabeza
hacia los tres ayes.)
ZAPATERA. ¡Requeteay! Pero esto ¿es una taberna o un
hospital? ¡Abusivos! Si no fuera porque tengo que ganarme la vida con estos
vinillos y este trapicheo, porque estoy sola desde que se fue por culpa de
todos vosotros mi pobrecito marido de mi alma, ¿cómo es posible que yo
aguantara esto? ¿Qué me dicen ustedes? Los voy a tener que plantar en lo ancho
de la calle.
MIRLO. Muy bien, muy bien dicho.
MOZO DEL SOMBRERO. Has puesto taberna y podemos estar
aquí dentro todo el tiempo que queramos.
ZAPATERA. (Fiera.)
¿Cómo? ¿Cómo? (El Mozo de la Faja inicia el mutis y don
Mirlo se levanta sonriente y haciendo como que está en el secreto y que
volverá.)
MOZO DEL SOMBRERO. Lo que he dicho.
ZAPATERA. Pues si dices tú, más digo yo y puedes
enterarte, y todos los del pueblo, que hace cuatro meses que se fue mi marido y
no cederé a nadie jamás, porque una mujer casada debe estarse en su sitio como
Dios manda. Y que no me asusto de nadie, ¿lo oyes?, que yo tengo la sangre de
mi abuelo, que esté en gloria, que fue desbravador de caballos y lo que se dice
un hombre. Decente fui y decente lo seré. Me comprometí con mi marido. Pues
hasta la muerte. (Don Mirlo sale por la
puerta rápidamente y haciendo señas que indican una relación entre él y la Zapatera.)
MOZO DEL SOMBRERO. (Levantándose.) Tengo tanto coraje que agarraría un toro de los
cuernos, le haría hincar la cerviz en las arenas y después me comería sus sesos
crudos con estos dientes míos, en la seguridad de no hartarme de morder. (Sale rápidamente y don Mirlo huye hacia la
izquierda.)
ZAPATERA. (Con
las manos en la cabeza.) Jesús, Jesús, Jesús y Jesús. (Se sienta.)
ESCENA II
Zapatera y
Niño.
Por la puerta entra el Niño, se dirige
a la Zapatera
y le tapa los ojos.
NIÑO. ¿Quién soy yo?
ZAPATERA. Mi niño, pastorcillo de Belén.
NIÑO. Ya estoy aquí. (Se besan.)
NIÑO. Si tú me la quieres dar...
ZAPATERA. Hoy tengo una onza de chocolate.
NIÑO. ¿Sí? A mí me gusta mucho estar en tu casa.
ZAPATERA. (Dándole la onza.) Porque
eres interesadillo...
NIÑO. ¿Interesadillo? ¿Ves este cardenal que tengo en la rodilla?
ZAPATERA. ¿A ver? (Se sienta en
una silla baja y toma al Niño en brazos.)
NIÑO. Pues me lo ha hecho el Lunillo porque estaba cantando... las
coplas que te han sacado y yo le pegué en la cara, y entonces él me tiró una
piedra que, ¡plaff!, mira.
ZAPATERA. ¿Te duele mucho?
NIÑO. Ahora no, pero he llorado.
ZAPATERA. No hagas caso ninguno de lo que dicen.
NIÑO. Es que eran cosas muy indecentes. Cosas
indecentes que yo sé decir, ¿sabes? pero que no quiero decir.
ZAPATERA. (Riéndose.)
Porque si las dices cojo un pimiento picante y lo pongo la lengua como un
ascua. (Ríen.)
NIÑO. Pero, ¿por qué te echarán a ti la culpa de que
tu marido se haya marchado?
ZAPATERA. Ellos, ellos son los que la tienen y los
que me hacen desgraciada.
NIÑO. (Triste.)
No digas, Zapaterita.
ZAPATERA. Yo me miraba en sus ojos. Cuando le veía
venir montado en su jaca blanca...
NIÑO. (Interrumpiéndole.)
¡Ja, ja, ja! Me estás engañando. El señor Zapatero no tenía jaca.
ZAPATERA. Niño, sé más respetuoso. Tenía jaca, claro
que la tuvo, pero es... es que tú no habías nacido.
NIÑO. (Pasándole
la mano por la cara.) ¡Ah! ¡Eso sería!
ZAPATERA. Ya ves tú... cuando lo conocí estaba yo
lavando en el arroyo del pueblo. Medio metro de agua y las chinas del fondo se
veían reír, reír con el temblorcillo. Él venía con un traje,negro entallado,
corbata roja de seda buenísima y cuatro anillos de oro que relumbraban como
cuatro soles.
NIÑO. ¡Qué bonito!
ZAPATERA. Me miró y lo miré. Yo me recosté en la
hierba. Todavía me parece sentir en la cara aquel aire tan fresquito que venía
por los árboles. Él paró su caballo y la cola del caballo era blanca y tan
larga que llegaba al agua del arroyo. (La Zapatera está casi
llorando. Empieza a oírse un canto lejano.) Me puse tan azarada que se me
fueron dos pañuelos preciosos, así de peqúeñitos, en la corriente.
NIÑO. ¡Qué risa!
ZAPATERA. Él, entonces, me dijo... (El canto se oye más cerca. Pausa.) ¡Chisss...!
NIÑO. (Se
levanta.) ¡Las coplas!
ZAPATERA. ¡Las coplas! (Pausa. Los dos escuchan.) ¿Tú sabes lo que dicen?
NIÑO. (Con la
mano.) Medio, medio.
ZAPATERA. Pues cántalas, que quiero enterarme.
NIÑO. ¿Para qué?
ZAPATERA. Para que yo sepa de una vez lo que dicen.
NIÑO. (Cantando
y siguiendo el compás.) Verás:
La señora
Zapatera,
al marcharse su marido,
ha montado una taberna
donde acude el señorío.
ZAPATERA. ¡Me la pagarán!
NIÑO. (El Niño
lleva el compás con la mano en la mesa.)
Quién lo
compra, Zapatera,
el paño de tus vestidos
y esas chambras de batista
con encajes de bolillos.
Ya la corteja el Alcalde,
ya la corteja don Mirlo.
¡Zapatera, Zapatera,
Zapatera, te has lucido!
(Las voces se van distinguiendo cerca
y claras con su acompañamiento de
panderos. La Zapatera coge un mantoncillo
de Manila y se lo echa sobre los hombros.)
¿Dónde vas? (Asustado.)
ZAPATERA. ¡Van a dar lugar a que compre un revólver! (El canto se aleja. La Zapatera corre a la
puerta. Pero tropieza con el Alcalde que viene majestuoso, dando golpes con la
vara en el suelo.)
ALCALDE. ¿Quién despacha?
ZAPATERA. ¡El demonio!
ALCALDE. Pero, ¿qué ocurre?
ZAPATERA. Lo que usted debía saber hace muchos días,
lo que usted como alcalde no debía permitir. La gente me canta coplas, los
vecinos se ríen en sus puertas y como no tengo marido que vele por mí, salgo
yo a defenderme, ya que en este pueblo las autoridades son calabacines, ceros a
la izquierda, estafermos.
NIÑO. Muy bien dicho.
ALCALDE. (Enérgico.)
Niño, niño, basta de voces... ¿Sabes tú lo que he hecho ahora? Pues meter
en la cárcel a dos o tres de los que venían cantando.
ZAPATERA. ¡Quisiera yo ver eso!
VOZ. (Fuera.) ¡Niñoooo!
NIÑO. ¡Mi madre me llama! (Corre a la ventana.) ¡Quéee! Adiós. Si quieres te puedo traer el
espadón grande de mi abuelo, el que se fue a la guerra. Yo no puedo con él, ¿sabes?,
pero tú, sí.
ZAPATERA. (Sonriendo.)
¡Lo que quieras!
VOZ. (Fuera.) ¡Niñoooo!
NIÑO. (Ya en la
calle.) ¿Quéeee?
ESCENA III
Zapatera y
Alcálde.
ALCALDE. Por lo que veo, este niño sabio y retorcido
es la única persona a quien tratas bien en el pueblo.
ZAPATERA. No pueden ustedes hablar una sola palabra
sin ofender... ¿De qué se ríe su ilustrísima?
ALCALDE. ¡De verte tan hermosa y desperdiciada!
ZAPATERA. ¡Antes un perro! (Le sirve un vaso de vino.)
ALCALDE. ¡Qué desengaño de mundo! Muchas mujeres he
conocido como amapolas, como rosas de olor... mujeres morenas con los ojos como
tinta de fuego, mujeres que les huele el pelo a nardos y siempre tienen las
manos con calentura, mujeres cuyo talle se puede abarcar con estos dos dedos,
pero como tú, como tú no hay nadie. Anteayer estuve enfermo toda la mañana
porque vi tendidas en el prado dos camisas tuyas con lazos celestes, que era
como verte a ti, zapatera de mi alma.
ZAPATERA. (Estallando
furiosa.) Calle usted, viejísimo, calle usted; con hijas mozuelas y lleno
de familia no se debe cortejar de esta manera tan indecente y tan descarada.
ALCALDE. Soy viudo.
ZAPATERA. Y yo casada.
ALCALDE. Pero tu marido te ha dejado y no volverá,
estoy seguro.
ZAPATERA. Yo viviré como si lo tuviera.
ALCALDE. Pues a mí me consta, porque me lo dijo, que
no te quería ni tanto así.
ZAPATERA. Pues a mí me consta que sus cuatro señoras,
mal rayo las parta, le aborrecían a muerte.
ALCALDE. (Dando
en el suelo con la vara.) ¡Ya estamos!
ZAPATERA. (Tirando
un vaso.) ¡Ya estamos! (Pausa.)
ALCALDE. (Entre
dientes.) Si yo te cogiera por mi cuenta, ¡vaya si te domaba!
ZAPATERA. (Guasona.)
¿Qué está usted diciendo?
ALCALDE. Nada, pensaba... que si tú fueras como
debías ser, te hubiera enterado que tengo voluntad y valentía para hacer escritura,
delante del notario, de una casa muy hermosa.
ZAPATERA. ¿Y qué?
ALCALDE. Con un estrado que costó cinco mil reales,
con centros de mesa, con cortinas de brocatel, con espejos de cuerpo entero...
ZAPATERA. ¿Y qué más?
ALCALDE. (Tenoriesco.)
Que la casa tiene una cama con coronación de pájaros y azucenas de cobre,
un jardín con seis palmeras y una fuente saltadora, pero aguarda, para estar
alegre, que una persona que sé yo se quiera aposentar en sus salas donde
estaría... (Dirigiéndose a la Zapatera.) Mira,
¡estarías como una reina!
ZAPATERA. (Guasona.)
Yo no estoy acostumbrada a
esos lujos. Siéntese usted en el estrado, métase usted en la cama, mírese
usted en los espejos y póngase con la boca abierta debajo de las palmeras
esperando que le caigan los dátiles, que yo de zapatera no me muevo.
ALCALDE. Ni yo de alcalde. Pero que te vayas
enterando que no por mucho despreciar amanece más temprano. (Con retintín.)
ZAPATERA. Y que no me gusta usted ni me gusta nadie
del pueblo. ¡Que está usted muy viejo!
ALCALDE. (Indignado.) Acabaré
metiéndote en la cárcel.
ZAPATERA. ¡Atrévase usted! (Fuera
se oye un toque de trompeta floreado y comiquísimo.)
ALCALDE. ¿Qué será eso?
ZAPATERA. (Alegre y ojiabierta.) ¡Títeres!
(Se golpea las rodillas. Por la ventana
cruzan dos Mujeres.)
VECINA ROJA. ¡Títeres!
VECINA MORADA. ¡Títeres!
NIÑO. (En la ventana.) ¿Traerán
monos? ¡Vamos!
ZAPATERA. (Al Alcalde.) ¡Yo voy a cerrar la puerta!
NIÑO. ¡Vienen a tu casa!
ZAPATERA. ¿Sí? (Se acerca a la
puerta.)
NIÑO. ¡Míralos!
ESCENA IV
Por la puerta aparece el Zapatero disfrazado. Trae
una trompeta y un cartelón enrollado a la espalda, lo rodea la gente. La Zapatera queda en actitud
expectante y el Niño salta por la ventana y se coge a sus faldones.
ZAPATERO. Buenas tardes.
ZAPATERA. Buenas tardes tenga usted, señor titiritero.
ZAPATERO. ¿Aquí se puede descansar?
ZAPATERA. Y beber, si
usted gusta.
ALCALDE. Pase usted, buen hombre y tome lo que
quiera, que yo pago. (A los Vecinos.) Y vosotros, ¿qué hacéis ahí?
VECINA ROJA. Como estamos en lo ancho de la calle no
creo que le estorbemos. (El Zapatero
mirándolo todo con disimulo deja el rollo sobre la mesa.)
ZAPATERO. Déjelos, señor Alcalde... supongo que es
usted, que con ellos me gano la vida.
NIÑO. ¿Dónde he oído yo hablar a este hombre? (En toda la escena el Niño mirará con gran
extrañeza al Zapatero.) ¡Haz ya los títeres! (Los Vecinos ríen.)
ZAPATERO. En cuanto tome un vaso de vino.
ZAPATERA. (Alegre.)
¿Pero los va usted a hacer en mi casa?
ZAPATERO. Si tú me lo permites.
VECINA ROJA. Entonces, ¿podemos pasar? 1
ZAPATERA. (Seria.) Podéis pasar. (Da un
vaso al Zapatero.)
VECINA ROJA. (Sentándose.)
Disfrutaremos un poquito. (El Alcalde se sienta.)
ALCALDE. ¿Viene usted de muy lejos?
ZAPATERO. De muy lejísimos.
ALCALDE. ¿De Sevilla?
ZAPATERO. Échele usted leguas.
ALCALDE. ¿De Francia?
ZAPATERO. Échele
usted leguas.
ALCALDE. ¿De Inglaterra?
ZAPATERO. De las Islas Filipinas. (Las Vecinas hacen rumores de admiración. La Zapatera está extasiada.)
ALCALDE. ¿Habrá usted visto a los insurrectos?
ZAPATERO. Lo mismo que les estoy viendo a ustedes
ahora.
NIÑO. ¿Y cómo son?
ZAPATERO. Intratables. Figúrense ustedes que casi
todos ellos son zapateros. (Los Vecinos
miran a la Zapatera.)
ZAPATERA. (Quemada.) ¿Y no los hay de otros oficios?
ZAPATERO. Absolutamente. En las Islas Filipinas, zapateros.
ZAPATERA. Pues puede que en las Filipinas esos zapateros sean tontos,
que aquí en estas tierras los hay listos y muy listos.
VECINA ROJA. (Adulona.) Muy
bien hablado.
ZAPATERA. (Brusca.) Nadie le
ha preguntado su parecer.
VECINA ROJA. ¡Hija mía!
ZAPATERO. (Enérgico,
interrumpiendo.) ¡Qué rico Vino! (Más fuerte.) ¿Qué requeterrico vino! (Silencio.) Vino de uvas negras como el alma de algunas mujeres
que yo conozco.
ZAPATERA. ¡De las que la tengan!
ALCALDE. ¡Chis! ¿Y en qué consiste el trabajo de
usted?
ZAPATERO. (Apura
el vaso, chasca la lengua y mira a la
Zapatera.) ¡Ah! Es un trabajo de poca apariencia y de
mucha ciencia. Enseño la vida por dentro. Aleluyas son los hechos del zapatero
mansurrón y la Fierabrás
de Alejandría, vida de don Diego Corrientes, aventuras del guapo Francisco Esteban
y, sobre todo, arte de colocar el bocado a las mujeres parlanchinas y
respondonas.
ZAPATERA. ¡Todas esas cosas las sabía mi pobrecito esposo!
ZAPATERO. ¡Dios lo haya perdonado!
ZAPATERA. Oiga usted... (Las
Vecinas se ríen.)
NIÑO. ¡Cállate!
ALCALDE. (Autoritario.)
¡A callar! Enseñanzas son esas que convienen a todas las criaturas. Cuando
usted guste. (El Zapatero desenrolla el
cartelón en el que hay pintada una historia de ciego, dividida en pequeños
cuadros, pintados con almazarrón y colores violentos. Los Vecinos inician un
movimiento de aproximación y la
Zapatera se sienta al Niño sobre sus rodillas.)
ZAPATERO. Atención.
NIÑO. ¡Ay, qué precioso! (Abraza a la Zapatera,
murmullos.)
ZAPATERA. Que te fijes bien por si acaso no me entero
del todo.
NIÑO. Más difícil que la historia sagrada no será.
ZAPATERO. Respetable público: Oigan ustedes el
romance verdadero y sustancioso de la mujer rubicunda y el hombrecito de la
paciencia, para que sirva de escarmiento y ejemplaridad a todas las gentes de
este mundo. (En tono lúgubre.) Aguzad
vuestros oídos y entendimiento. (Los Vecinos
alargan la cabeza y algunas Mujeres se agarran de las manos.)
NIÑO. ¿No te parece el titiritero, hablando, a tu
marido?
ZAPATERA. Él tenía la voz más dulce.
ZAPATERO. ¿Estamos?
ZAPATERA. Me sube así un repeluzno.
NIÑO. ¡Y a mí también!
ZAPATERO. (Señalando
con la varilla.)
En un
cortijo de Córdoba,
entre jarales y adelfas,
vivía un talabartero
con una talabartera. (Expectación.)
Ella era mujer arisca,
él hombre de gran paciencia,
ella giraba en los veinte
y él pasaba de cincuenta.
¡Santo Dios, cómo reñían!
Miren ustedes la fiera,
burlando al débil marido
con los ojos y la lengua.
(Está pintada en el cartel una mujer
que mira
de manera infantil y cómica.)
ZAPATERA. ¡Qué mala mujer! (Murmullos.)
ZAPATERO.
Cabellos de emperadora
tiene la talabartera,
y una carne como el agua
cristalina de Lucena.
Cuando movía las faldas
en tiempos de primavera
olía toda su ropa
a limón y a yerbabuena.
¡Ay, qué limón, limón
de la limonera!
¡Qué apetitosa
talabartera! (Los Vecinos ríen.)
Ved cómo la cortejaban
mocitos de gran presencia
en caballos relucientes
llenos de borlas de seda.
Gente cabal y garbosa
que pasaba por la puerta
haciendo brillar adrede
las onzas de sus cadenas.
La conversación a todos
daba la talabartera,
y ellos caracoleaban
sus jacas sobre las piedras.
Miradla hablando con uno
bien peinada y bien compuesta,
mientras el pobre marido
clava en el cuero la lezna.
(Muy dramático y cruzando las manos.)
Esposo viejo y decente
casado con joven tierna,
qué tunante caballista
roba tu amor en la puerta.
(La Zapatera, que ha estado dando suspiros, rompe a
llorar.)
ZAPATERO. (Volviéndose.) ¿Qué
os pasa?
ALCALDE. ¡Pero, niña! (Da con la
vara.)
VECINA ROJA. ¡Siempre llora quien tiene por qué
callar!
VECINA MORADA. ¡Siga usted! (Los
Vecinos murmuran y sisean.)
ZAPATERA. Es que me da mucha lástima y no puedo contenerme, ¿lo ve
usted?, no puedo contenerme. (Llora
queriéndose contener, hipando de manera comiquísima.) ALCALDE. ¡Chitón!
NIÑO. ¿Lo Ves?
ZAPATERO. ¡Hagan el favor de no
interrumpirme! ¡Cómo se conoce que no tienen que decirlo de memoria!
NIÑO. (Suspirando.)
¡Es verdad!
ZAPATERO. (Malhumorado.)
Un lunes por la mañana
a eso de
las once y media,
cuando el
sol deja sin sombra
los juncos
y madreselvas,
cuando
alegremente bailan
brisa y
tomillo en la sierra
y van
cayendo las verdes
hojas de
las madroñeras,
regaba sus
alhelíes
la arisca
talabartera.
Llegó su
amigo trotando
una jaca
cordobesa
y le dijo
entre suspiros:
Niña, si tú lo quisieras,
cenaríamos mañana
los dos solos, en tu mesa.
¿Y qué harás de mi marido?
Tu marido no se entera.
¿Qué piensas hacer? Matarlo.
Es ágil. Quizá no puedas.
¿Tienes revólver? ¡Mejor!,
¡tengo navaja barbera!
¿Corta mucho? Más que el frío.
(La Zapatera se tapa los ojos y aprieta al Niño.
Todos los Vecinos tienen una
expectación máxima
que se notará en sus expresiones.)
Y no time ni una mella.
¿No has mentido? Le daré
diez puñaladas certeras
en esta disposición,
que me parece estupenda:
cuatro en la región lumbar,
una en la tetilla izquierda,
otra en semejante sitio
y dos en cada cadera.
¿Lo matarás en seguida?
Esta noche cuando vuelva
con el cuero y con las crines
por la curva de la acequia.
(En este último verso y con toda rapidez se oye fuera
del escenario un grito angustiado y fortísimo; los Vecinos se levantan. Otro grito más
cerca. Al Zapatero se le cae de las manos el cartelón y la varilla. Tiemblan
todos cómicamente.)
VECINA NEGRA. (En
la ventana.) ¡Ya han sacado las navajas!
ZAPATERA. ¡Ay, Dios mio!
VECINA ROJA. ¡Virgen Santísima!
ZAPATERO. ¡Qué escándalo!
VECINA NEGRA. ¡Se están matando! ¡Se están cosiendo a puñaladas por
culpa de esa mujer! (Señala a la Zapatera.)
ALCALDE. (Nervioso.) ¡Vamos a
ver!
NIÑO. ¡Que me da mucho miedo!
VECINA VERDE. ¡Acudir, acudir! (Van
saliendo.)
VOZ. (Fuera.) ¡Por esa mala
mujer!
ZAPATERO. Yo no puedo tolerar esto; ¡no lo puedo tolerar! (Con las manos en la cabeza corre la escena.
Van saliendo rapidísimamente todos entre ayes y miradas de odio a la Zapatera. Ésta cierra
rápidamente la ventana y la puerta.)
ESCENA V
Zapatera y Zapatero.
ZAPATERA. ¿Ha visto usted qué infamia? Yo le juro por
la preciosísima sangre de nuestro padre Jesús, que soy inocente. ¡Ay! ¿Qué
habrá pasado?... Mire, mire usted como tiemblo. (Le enseña las manos.) Parece que las manos se me quieren escapar
ellas solas.
ZAPATERO. Calma, muchacha. ¿Es que su marido está en
la calle?
ZAPATERA. (Rompiendo
a llorar.) ¿Mi marido? ¡Ay, señor mío!
ZAPATERO. ¿Qué le pasa?
ZAPATERO. ¡Pobrecilla!
ZAPATERA. ¡Con lo que yo lo quería! ¡Lo adoraba!
ZAPATERO. (En
un arranque.) ¡Eso no es verdad!
ZAPATERA. (Dejando
rápidamente de llorar.) ¿Qué está usted diciendo?
ZAPATERO. Digo que es una cosa tan... incomprensible
que... parece que no es verdad. (Turbado.)
ZAPATERA. Tiene usted
mucha razón, pero yo desde entonces no como, ni duermo, ni vivo; porque él era
mi alegría, mi defensa.
ZAPATERO. Y queriéndolo tanto como lo quería, ¿la
abandonó? Por lo que veo su marido de usted era un hombre de pocas luces.
ZAPATERA. Haga el
favor de guardarse la lengua en el bolsillo. Nadie le ha dado permiso para que
dé su opinión.
ZAPATERO. Usted perdone, no he querido...
ZAPATERA. Digo... ¡cuando era más listo!
ZAPATERO. (Con
guasa.) ¿Siiii?
ZAPATERA. (Enérgica.)
Sí. ¿Ve usted todos esos romances y chupaletrinas que canta y cuenta por
los pueblos? Pues todo eso es un ochavo comparado con lo que él sabía... él
sabía... ¡el triple!
ZAPATERO. (Serio.)
No puede ser.
ZAPATERA. (Enérgica.) Y el cuádruple... Me los decía todos
a mí cuando nos acostábamos. Historietas antiguas que usted no habrá oído
mentar siquiera... (Gachona.) y a mí me daba un susto... pero él
me decía: « ¡Preciosa de mi alma, si esto ocurre de mentirijillas! ».
ZAPATERO. (Indignado.)
¡Mentira!
ZAPATERA. (Extrañadísima.)
¿Eh? ¿Se le ha vuelto el juicio?
ZAPATERO. ¡Mentira!
ZAPATERA. (Indignada.)
Pero ¿qué es lo que está usted diciendo, titiritero del demonio?
ZAPATERO. (Fuerte
y de pie.) Que tenía mucha razón su marido de usted. Esas historietas son
pura mentira, fantasía nada más. (Agrio.)
ZAPATERA. (Agria.)
Naturalmente, señor mío. Parece que me toma por tonta de capirote... pero
no me negará usted que dichas historietas impresionan.
ZAPATERO. ¡Ah, eso ya es harina de otro costal!
Impresionan a las almas impresionables.
ZAPATERA. Todo el mundo tiene sentimientos.
ZAPATERO. Según se mire. He conocido mucha gente sin
sentimiento. Y en mi pueblo vivía una mujer... en cierta época, que tenía el
suficiente mal corazón para hablar con sus amigos por la ventana mientras el
marido hacía botas y zapatos de la mañana a la noche.
ZAPATERA. (Levantándose
y cogiendo una silla.) ¿Eso lo dice por mí?
ZAPATERO. ¿Cómo?
ZAPATERA. ¡Que si va con segunda, dígalo! ¡Sea
valiente!
ZAPATERO. (Humilde.)
Señorita, ¿qué está usted diciendo? ¿Qué sé yo quién es usted? Yo no la he
ofendido en nada; ¿por qué me falta de esa manera? ¡Pero es mi sino! (Casi lloroso.)
ZAPATERA. (Enérgica,
pero conmovida.) Mire usted, buen hombre. Yo he hablado así porque estoy
sobre ascuas; todo el mundo me asedia, todo el mundo me critica; ¿cómo quiere
que no esté acechando la ocasión más pequeña para defenderme? Si estoy sola,
si soy joven y vivo ya sólo de mis recuerdos. (Llora.)
ZAPATERO. (Lloroso.)
Ya comprendo, preciosa joven. Lo comprendo mucho más de lo que pueda
imaginarse, porque... ha de saber usted con toda clase de reservas que su situación
es... sí, no cabe duda, idéntica a la mía.
ZAPATERA. (Intrigada.)
¿Es posible?
ZAPATERO. (Se
deja caer sobre la mesa.) A mí... ¡me abandonó mi esposa!
ZAPATERA. ¡No pagaba con la muerte!
ZAPATERO. Ella soñaba con un mundo que no era el mío,
era fantasiosa y dominanta, gustaba demasiado de la conversación y las
golosinas que yo no podía costearle, y un día tormentoso de viento huracanado
me abandonó para siempre.
ZAPATERA. ¿Y qué hace usted ahora, corriendo mundo?
ZAPATERO. Voy en su busca para perdonarla y vivir con
ella lo poco que me queda de vida. A mi edad ya se está malamente por esas
posadas de Dios.
ZAPATERA. (Rápida.)
Tome un poquito de café caliente que después de toda esta tracamandana le
servirá de salud. (Va al mostrador a
echar el café y vuelve la espalda al Zapatero.)
ZAPATERO. (Persignándose
exageradamente y abriendo los ojos.) Dios te lo premie, clavellinita
encarnada.
ZAPATERA. (Le o
frece la taza. Se queda con el plato en las manos y él bebe a sorbos.) ¿Está
bueno?
ZAPATERO. (Meloso.) ¡Como
hecho por sus manos!
ZAPATERA. (Sonriente.) ¡Muchas
gracias!
ZAPATERO. (En
el último trago.) ¡Ay, qué envidia me da su marido!
ZAPATERA. ¿Por qué?
ZAPATERO. (Galante.)
¡Porque se pudo casar con la mujer más preciosa de la tierra!
ZAPATERA. (Derretida.)
¡Qué cosas tiene!
ZAPATERO. Y ahora casi me alegro de tenerme que
marchar, porque usted sola, yo solo, usted tan guapa y yo con mi lengua en su
sitio, me parece que se me escaparía cierta insinuación...
ZAPATERA. (Reaccionando.)
Por Dios, ¡quite de ahí! ¿Qué se figura? ¡Yo guardo mi corazón entero para
el que está por esos mundos, para quien debo, para mi marido!
ZAPATERO. (Contentísimo
y tirando el sombrero al suelo.) ¡Eso está pero que muy bien! Así son las
mujeres verdaderas, ¡así!
ZAPATERA. (Un
poco guasona y sorprendida.) Me parece a mí que usted está un poco... (Se lleva el dedo a la sien.)
ZAPATERO. Lo que usted quiera. ¡Pero sepa y entienda
que yo no estoy enamorado de nadie más que de mi mujer, mi esposa de legítimo
matrimonio!
ZAPATERA. Y yo de mi marido y de nadie más que de mi
marido. Cuántas veces lo he dicho para que lo oyeran hasta los sordos. (Con las manos cruzadas.) ¡Ay, qué
zapaterillo de mi alma!
ZAPATERO. (Aparte.)
¡Ay, qué zapaterilla de mi corazón! (Golpes
en la puerta.)
ESCENA VI
Zapatera,
Zapatero y Niño.
ZAPATERA. ¡Jesús! Está una en un continuo sobresalto.
¿Quién es?
NIÑO. ¡Abre!
ZAPATERA. ¿Pero es posible? ¿Cómo has venido?
NIÑO. ¡Ay, vengo corriendo para decírtelo!
ZAPATERA. ¿Qué ha pasado?
NIÑO. Se han hecho heridas con las navajas dos o tres
mozos y te echan a ti la culpa. Heridas que echan mucha sangre. Todas las
mujeres han ido a ver al juez para que te vayas del pueblo, ¡ay! Y los hombres
querían que el sacristán tocara las campanas para cantar tus coplas... (El Niño está jadeante y sudoroso.)
ZAPATERA. (Al
Zapatero.) ¿Lo está usted viendo?
NIÑO. Toda la plaza está llena de corrillos... parece
la feria... ¡y todos contra ti!
ZAPATERO. ¡Canallas! Intenciones me dan de salir a
defenderla.
ZAPATERA. ¿Para qué? Lo meterían en la cárcel. Yo soy
la que va a tener que hacer algo gordo.
NIÑO. Desde la ventana de tu cuarto puedes ver el
jaleo de la plaza.
ZAPATERA. (Rápida.)
Vamos, quiero cerciorarme de la maldad de las gentes. (Mutis rápido.)
ESCENA VII
Zapatero.
ZAPATERO. Sí, sí, canallas... pero pronto ajustaré
cuentas con todos y me las pagarán... ¡Ay, casilla mía, qué calor más agradable
sale por tus puertas y ventanas!; ¡ay, qué terribles paradores, qué malas
comidas, qué sábanas de lienzo moreno por esos caminos del mundo! ¡Y qué
disparate no sospechar que mi mujer era de oro puro, del mejor oro de la
tierra! ¡Casi me dan ganas de llorar!
ESCENA VIII
Zapatero y Vecinas.
VECINA ROJA. (Entrando rápida.) Buen
hombre.
VECINA AMARILLA. (Rápida.) Buen
hombre.
VECINA ROJA. Salga en seguida de esta casa. Usted es
persona decente y no debe estar aquí.
VECINA AMARILLA. Ésta es la casa de una leona, de una
hiena.
VECINA ROJA. De una mal nacida, desengaño de los hombres.
VECINA AMARILLA. Pero o se va del pueblo o la
echamos. Nos trae locas.
VECINA ROJA. Muerta la quisiera ver.
VECINA AMARILLA. Amortajada, con su ramo en el pecho.
ZAPATERO. (Angustiado.)
¡Basta!
VECINA ROJA. Ha corrido la sangre.
VECINA AMARILLA. No quedan pañuelos blancos.
VECINA ROJA. Dos hombres como dos soles.
VECINA AMARILLA. Con las navajas clavadas.
ZAPATERO. (Fuerte.)
¡Basta ya!
VECINA ROJA. Por culpa de ella.
VECINA AMARILLA. Ella, ella y ella.
VECINA ROJA. Miramos por usted.
VECINA AMARILLA. ¡Le avisamos con tiempo!
ZAPATERO. Grandísimas embusteras, mentirosas, mal
nacidas. Os voy a arrastrar del pelo.
VECINA ROJA. (A
la otra.) ¡También lo ha conquistado!
VECINA AMARILLA. ¡A fuerza de besos habrá sido!
ZAPATERO. ¡Así os lleve el demonio! ¡Basiliscos,
perjuras!
VECINA NEGRA. (En
la ventana.) ¡Comadre, corra usted! (Sale
corriendo. Las dos Vecinas hacen to mismo.)
VECINA ROJA. Otro en el garlito.
VECINA AMARILLA. ¡Otro!
ZAPATERO. ¡Sayonas, judías! ¡Os pondré navajillas
barberas en los zapatos! Me vais a soñar.
ESCENA IX
Zapatero, Zapatera y Niño.
NIÑO. (Entra
rápido.) Ahora entraba un grupo de hombres en casa del Alcalde. Voy a ver
lo que dicen. (Sale corriendo.)
ZAPATERA. (Valiente.)
Pues aquí estoy, si se atreven a venir. Y con serenidad de familia de
caballistas, que he cruzado muchas veces la sierra, sin hamugas, a pelo sobre
los caballos.
ZAPATERO. ¿Y no flaqueará algún día su fortaleza?
ZAPATERA. Nunca se rinde la que, como yo, está
sostenida por el amor y la honradez. Soy capaz de seguir así hasta que se me
vuelva cana toda mi mata de pelo.
ZAPATERO. (Conmovido
y avanzando hacia ella.) Ay...
ZAPATERA. ¿Qué le pasa?
ZAPATERO. Me emociono.
ZAPATERA. Mire usted, tengo a todo el pueblo encima,
quieren venir a matarme, y sin embargo no tengo ningún miedo. La navaja se
contesta con la navaja y el palo con el palo, pero cuando de noche cierro esa
puerta y me voy sola a mi cama... me da una pena... ¡qué pena! ¡Y paso unas
sofocaciones!... Que cruje la cómoda: ¡un susto! Que suenan con el aguacero
lós cristales del ventanillo, ¡otro susto! Que yo sola meneo sin querer las
perinolas de la cama, ¡susto doble! Y todo esto no es más que el miedo a la
soledad donde están los fantasmas, que yo no he visto porque no los he querido
ver, pero que vieron mi madre y mi abuela y todas las mujeres de mi familia que
han tenido ojos en la cara.
ZAPATERO. ¿Y por qué no cambia de vida?
ZAPATERA. ¿Pero usted está en su juicio? ¿Qué voy a
hacer? ¿Dónde voy así? Aquí estoy y Dios dirá. (Fuera y muy lejanos se oyen murmurllos y aplausos.)
ZAPATERO. Yo lo siento mucho, pero tengo que
emprender mi camino antes que la noche se me eche encima. ¿Cuánto debo? (Coge el cartelón.)
ZAPATERA. Nada.
ZAPATERO. No transijo.
ZAPATERA. Lo comido por lo servido. j
ZAPATERO. Muchas gracias. (Triste se carga el cartelón.) Entonces,
adiós... para toda la vida, porque a mi edad... (Está conmovido.)
ZAPATERA. (Reaccionando.)
Yo no quisiera despedirme
así. Yo soy mucho más alegre. (En voz
clara.) Buen hombre, Dios quiera que encuentre usted a su mujer, para que
vuelva a vivir con el cuido y la decencia a que estaba acostumbrado. (Está conmovida.)
ZAPATERO. Igualmente le digo de su esposo. Pero usted
ya sabe que el mundo es reducido, ¿qué quiere que le diga si por casualidad me
lo encuentro en mis caminatas?
ZAPATERA. Dígale usted que lo adoro.
ZAPATERO. (Acercándose.) ¿Y qué más?
ZAPATERA. Que a pesar de sus cincuenta y tantos años,
benditísimos cincuenta años, me resulta más juncal y torerillo que todos los
hombres del mundo.
ZAPATERO. ¡Niña, qué primor! ¡Le quiere usted tanto
como yo a mi mujer!
ZAPATERA. ¡Muchísimo más!
ZAPATERO. No es posible. Yo soy como un perrillo y mi
mujer manda en el castillo, ¡pero que mande! Tiene más sentimiento que yo. (Está cerca de ella y como adorándola.)
ZAPATERA. Y no se le olvide decirle que lo espero,
que el invierno tiene las noches largas.
ZAPATERO. Entonces, ¿lo recibiría usted bien?
ZAPATERA. Como si fuera el rey y la reina juntos.
ZAPATERO. (Temblando.)
¿Y si por casualidad
llegara ahora mismo?
ZAPATERA. ¡Me volvería loca de alegría!
ZAPATERO. ¿Le perdonaría su locura?
zAPATERA. ¡Cuanto tiempo hace que se la perdoné!
ZAPATERO. ¿Quiere usted que llegue ahora mismo?
ZAPATERA. ¡Ay, si viniera!
ZAPATERO. (Gritando.)
¡Pues aquí está!
ZAPATERA. ¿Qué está usted diciendo?
ZAPATERO. (Quitándose
las gafas y el disfraz.) ¡Que ya no puedo más! ¡Zapatera de mi corazón! (La Zapatera está como loca, con los brazos separados
del cuerpo. El Zapatero abraza a la
Zapatera y ésta lo mira fijamente en medio de su crisis.
Fuera se oye claramente un run‑run de coplas.)
VOZ. (Dentro.)
La señora zapatera
al marcharse su marido
ha montado una taberna
donde acude el señorío.
ZAPATERA. (Reaccionando.)
Pillo, gránujá, tunante,
canalla! ¿Lo oyes? ¡Por tu culpa! (Tira
las sillas.)
ZAPATERO. (Emocionado
dirigiéndose al banquillo.) ¡Mujer de mi corazón!
ZAPATERA. ¡Corremundos! ¡Ay, cómo me alegro de que hayas
venido! ¡Qué vida te voy a dar! ¡Ni la Inquisición! ¡Ni los templarios de Roma!
ZAPATERO. (En
el banquillo.) ¡Casa de mi felicidad! (Las
coplas se oyen cerquísima, los Vecinos aparecen en la ventana.)
VOCES. (Dentro.)
Quién te compra zapatera
el paño de tus vestidos
y esas chambras de batista
con encajes de bolillos.
Ya la corteja el alcalde,
ya la corteja don Mirlo.
Zapatera, zapatera,
¡zapatera te has lucido!
ZAPATERA. ¡Qué desgraciada soy! ¡Con este hombre que
Dios me ha dado! (Yendo a la puerta.) ¡Callarse
largos de lengua, judíos colorados! Y venid, venid ahora, si queréis. Ya somos
dos a defender mi casa, ¡dos! ¡dos! yo y mi marido. (Dirigiéndose al Marido.) ¡Con este pillo, con este granuja! (El ruido de las coplas llena la escena. Una
campana rompe a tocar lejana y furiosamente).
Telón
Versión televisada de "La zapatera prodigiosa":
TRABAJO
SOBRE ESTA OBRA
1.
Breve biografía de Federico García Lorca: vida, obras tanto poéticas como teatrales e
importancia dentro de la literatura española.
2. Justificación
del título o ¿por qué el autor
denominó así a esta obra?
3. Temas: ¿cuál es el tema principal de la obra?, ¿Hay otros
temas? Coméntalos.
4. Elementos
del teatro (no os quedéis corto en
las respuestas):
a) El lugar o
lugares donde se desarrolla la obra.
b) El tiempo:
¿hay saltos temporales o, por el contrario, el tiempo es lineal?
c) Los personajes:
¿cuál es el personaje principal? ¿Qué rasgos le caracterizan? ¿Qué rasgos
definen al Zapatero? ¿Cómo caracteriza el autor a los demás personajes?
(Vecinas, Niño, Alcalde, Don Mirlo y el resto…).
d) El estilo y el
lenguaje: ¿se puede distinguir claramente lo serio de la broma? Pon ejemplos.
Busca en el lenguaje ejemplos de comparaciones ingeniosas, diminutivos,
onomatopeyas, juegos de palabras y refranes sorprendentes.
5. Preguntas
cortas:
a) ¿Has oído alguna vez la palabra “acotación”? ¿Y
“farsa”? Busca en el diccionario los significados de estos dos términos en sus
acepciones teatrales.
b) ¿Cómo viste la Zapatera cuando entra en escena? (Escena 1ª I
acto)
c) ¿Qué edad tienen la Zapatera y el Zapatero?
¿Y por qué discuten? (Escena 2ª I acto).
d) ¿Cuál ha sido la preocupación del Zapatero durante
toda su vida? ¿Y qué le cantan las cuatro Vecinas al Zapatero? (Escena 4ª I
acto).
e) ¿Qué entra por la puerta cuando el Niño le va a dar
la “noticia” a la Zapatera?
¿Cuál es esa noticia? Y ¿qué hacen los personajes cuando cae el telón? (Escena
13ª I acto).
f)
¿Qué dice Lorca,
en tono de broma, que hay que hacer con el actor que exagere al representar su
papel? ¿Quiénes son los pretendientes de la Zapatera en esta escena? (Escena 1ª II acto).
g) ¿Qué dicen las coplas que canta la gente? ¿Qué le
ofrece el Niño a la Zapatera
para que defienda su honor? (Escena 2ª II acto).
h) ¿De qué lugar dice venir el Zapatero? ¿En qué
consiste el trabajo del titiritero? ¿Sabes a qué se dedica un talabartero?
(Escena 4ª II acto).
i)
¿Cómo califican
las Vecinas a la Zapatera?
¿Y cómo llama el Zapatero a las Vecinas? (Escena 8ª II acto).
j)
¿Cuáles son los
valores más importantes para la
Zapatera? ¿Qué es lo que más asusta a la Zapatera? ¿Qué le ocurre
a la Zapatera
cuando el titiritero se quita el disfraz? ¿Quién se reconoce culpable de la
pelea matrimonial, el Zapatero o la
Zapatera? ¿Cómo finaliza la obra? (Escena 9ª II acto).
6.
Da tu opinión razonada sobre la lectura de esta pequeña obra lorquiana
(exprésate bien).
“Medio pan y un libro”.
Alocución de Federico García Lorca al pueblo de
Fuente Vaqueros (Granada) en septiembre de 1931:
"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. «Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre», piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión”.
"Por eso no
tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por
eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la
primera seguramente en toda la provincia de Granada”.
"No sólo de
pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no
pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí
violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin
nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a
gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan.
Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es
convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de
una terrible organización social”.
"Yo tengo
mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un
hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un
pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no
tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos
libros los que necesita y ¿dónde están esos libros? “
"¡Libros!
¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: «amor, amor», y que
debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus
sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la
revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del
mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita;
y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: «¡Enviadme libros,
libros, muchos libros para que mi alma no muera!». Tenía frío y no pedía fuego,
tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es
decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la
agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura
poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida”.
"Ya ha dicho
el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema
de la República
debe ser: «Cultura». Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver
los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de
luz".
PRESENTACIÓN DE TRABAJOS ESCRITOS
Antes de empezar:
A la hora de presentar un trabajo debes tener en cuenta que todo lo que expongas debe tener las siguientes características: claridad, orden y limpieza.
Redacción del trabajo:
En cualquier trabajo escrito existe un contenido y un aspecto formal. Para conseguir expresar el contenido con exactitud, haz un borrador de todo lo que quieres decir, utilizando para ello un esquema de trabajo.
En cuanto al aspecto formal te presentamos un pequeño guion que puede ayudarte:
a) Haz una portada (en ella debe aparecer el título del trabajo, el nombre de cada uno de los componentes, el curso en el que estáis y el nombre del profesor que os lo ha encargado). La portada puede ir acompañada de un dibujo o imagen.
b) Índice. A continuación, en la segunda hoja, debe aparecer el índice numerado de los contenidos. Al lado de cada contenido hay que poner la página en la que se encuentra dicho contenido.
c) Cuerpo del trabajo (es decir, el trabajo en cuestión). Para hacerlo, repasa lo que te hemos dicho en referencia al borrador.
d) Bibliografía. Recuerda que en todo trabajo de investigación debes indicar siempre las fuentes de donde has tomado la información. Llamamos bibliografía al apartado en el cual se citan todos los documentos que se han utilizado (libro o artículo, autor, fecha de la edición y lugar, editorial). Y por supuesto, también del soporte digital: “webquest”, “webgrafías”, “webmaster”, etc.
Para concluir:
Redacta todo el trabajo, teniendo en cuenta todo lo anterior. No olvides repasarlo y corregir los supuestos errores (tanto de contenido como formales. No olvides la ortografía). Sería conveniente que introdujeses el al final del todo, el llamado “folio de cortesía”.
Otros aspectos:
a) Claridad caligráfica.
b) Cuida los márgenes y la limpieza. No olvides el sangrado inicial y después de cada punto y aparte.
c) Escribe por una sola cara del folio.
d) Respeta las normas de la ortografía.
e) Esmérate en la presentación. Una presentación poco cuidada, así como la existencia de errores sintácticos o falta de coherencia desmerece el comentario.
Por lo que se refiere a este trabajo, que es de carácter obligatorio, en concreto:
1) No acepto su entrega a ordenador, tiene que ser de la forma tradicional (“Campo blanco, flores negras, un arado y cinco yeguas”). Tampoco acepto que haya partes incompletas (previamente he confirmado que la información está presente en cualquier soporte impreso o digital).
2) A ser posible, los enunciados se copian de un color (el rojo, el negro, por ejemplo…) y la respuesta (en otro, el azul, por ejemplo). Lápiz no, gracias.
Fecha de entrega: lunes 9 de junio. No voy a ser nada flexible para recogerlo en fechas posteriores a la que os indico.
“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho (Miguel de Cervantes).
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