Un 30 de octubre de 1910 nacía un poeta
español, Miguel Hernández. Se han cumplido, por tanto, 102 años del nacimiento
de uno de los grandes poetas de nuestra literatura.
He de reconocer que los libros de texto se
olvidan de esta gran figura e incluso apenas lo mencionan (acúdase al de cuarto
de la ESO y la
editorial Edebé, por ejemplo). Una
injusticia más y no es la única, por cierto.
Así pues, como dice el refrán “No hay mal que por bien no venga” le hago
desde este humilde rincón mi más sincero homenaje a través su vida,
personalidad, evolución de su obra y significación literaria.
Miguel Hernández (1910-1942) es el puente
inevitable que une a la
Generación del 27 con la generación siguiente. Por su edad
pertenece a la llamada Generación del 36 y por las influencias gongorinas de Perito en lunas y amistad con Federico
García Lorca y Vicente Aleixandre a la del 27. Dámaso Alonso vio en él al “genial epígono de la generación”. Es un
poeta de difícil ubicación.
Sus comienzos literarios son composiciones de un vago posmodernismo y regionalismo en su Orihuela natal con su amigo y mentor José Marín Gutiérrez, futuro abogado y ensayista que posteriormente adoptaría el seudónimo de "Ramón Sijé" y a quien Hernández dedicará su célebre Elegía (1935).
Un frustrante
viaje a Madrid a finales de 1931 le permite ponerse al día con los ecos del
centenario gongorino y otros estímulos. De este influjo nacen las 42 octavas
reales de Perito en lunas, una
peculiar mezcla de lo puro y lo impuro, de la popular adivinanza y los
hallazgos cultos, en una amalgama que modulará siempre sus mejores versos.
En su segundo viaje a Madrid en 1934 ya se va
distanciando de su amigo y mentor Sijé y acercándose a otro maestro, Pablo
Neruda. Los sucesos políticos y la muerte del amigo no hacen sino acelerar el proceso
de cambio y evolución. El resultado se salda con El rayo que no cesa y una serie de poemas
sueltos (1936) donde da salida a una
voz contenida, exhibiendo su compromiso político (se afilió al PCE), su nueva estética y un desbordado sentimiento
telúrico. A pesar de su tono neopetrarquista exhibe componentes novedosos y se
inscribe en una vuelta a Francisco de Quevedo y al soneto (al parecer la
pintora Maruja Mallo, con la quien mantuvo una tórrida relación, le inspiró
parte de ellos). El resultado es un tono existencial: “Me llamo barro aunque Miguel me llame”. Esta obra y sus efectos le
consagran definitivamente.
La etapa de la guerra civil, la del
compromiso social, le encuentra plenamente preparado para el conflicto y a la
búsqueda de una síntesis inteligible y popularizante de toda su sabiduría
poética. Surgen así, Viento del pueblo y El
hombre acecha. Ambos oscilan entre la elegía y la
exaltación heroica, la poesía de combate, la política, la preocupación más
ética que estética (recomiendo “Los
hombres viejos”), aunque abundan también en logros formales.
En su última etapa, la de Cancionero y romancero de ausencias y últimos poemas (1938-1944)
supone una vuelta a sus fuentes, a la poesía oral e incluso a la copla popular
flamenca (seguidillas como “Nanas de la
cebolla”, dedicado a su hijo, Manuel Miguel, y remitida desde la cárcel).
La muerte, enlazada con la soledad y el amor imposible, se hacen patente en
estos versos. Se advierte también un
neopopularismo peculiar que alterna con poemas de solemne andadura y versos
complejos como “Hijo de la voz y de la
sombra” donde resume toda su cosmovisión.
Su importancia es innegable y extraordinaria.
Fue un poeta de gran fuerza retórica, expresiva y hondo latido humano. Nadie
como él tuvo una capacidad mimética para asimilar influencias de otros poetas de
los Siglos de Oro y la poesía de tipo tradicional.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma…
(“Nanas de la cebolla”)
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada…
(“Elegía a Ramón Sijé”).
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.
Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sufrimiento...
(“Carta”).que yo te escribiré.
Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sufrimiento...
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http://www.rtve.es/alacarta/videos/uned/uned-tres-heridas-miguel-hernandez/959177/
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