Podía ser un poeta loco aquel mendigo de barba florida, semejante a Walt Whitman, que se paseaba por una calle
muy concurrida con un gran cartel colgado del cuello, donde con letras mayúsculas había escrito: compro oro. Toda la
ciudad estaba plagada con esta clase de anuncios que incitaban a vender el oro que muchas familias guardan en las
gavetas de la cómoda o en la caja fuerte de los bancos, pero el mendigo no servía de reclamo para ninguna casa de
empeños. Este mendigo era dueño de un extraño negocio. No le interesaban los relojes, pulseras, collares, monedas,
lingotes y medallas que muchos empeñan o malvenden para remediar alguna necesidad en tiempos de crisis. Al
mendigo la crisis económica le traía sin cuidado. Un día se le acercó alguien para ofrecerle sus muelas de oro: “No
tengo nada que comer. Se las cambio por un pollo frito”, suplicó. El mendigo le dijo: “Solo busco el oro que no tiene
precio”. Este hombre-anuncio podría comprar el oro que se extiende en el mar en un centelleante amanecer, el oro
cegador que deja en los rastrojos la siega del trigo en agosto, el oro que madura en los membrillos por San Martín en
noviembre, el oro podrido de las hojas muertas de otoño que se lleva el viento. Como era un viejo enamorado
también hubiera comprado la trenza de oro que le partía la espalda a aquella muchacha que se llamaba María
Berenguela y cada uno de los pelillos de melocotón que brillaban al trasluz en sus brazos y muslos tostados en la
playa este verano. El mendigo solo buscaba esa clase de tesoros que nadie en el mundo te puede arrebatar, el de los
cofres de los piratas que solo existían en los cuentos de niños; también mendigaba el oro de cualquier sillar románico
cuando el sol lo enciende a media tarde y la luz de oro que emerge de algunos cuadros de Klimt o de Matisse, el de
las letras capitulares de los códices de vitela, pero no el oro de las mitras de los papas ni el de las coronas de los
reyes. Compraba el oro que nos envuelve como una dádiva, el que se nos hace sabios al contemplarlo: el mosto que
fluye de la uva al final de la vendimia y que el crepúsculo dora en la copa de vino que tienes en la mano, ese oro que vuelve siempre a brillar sobre la vida cuando sale el sol cada mañana.
Manuel Vicent, 8-9-2013
La ciencia
No se puede decir que España sea un país con vocación científica. Somos ricos en artistas plásticos y escritores, en
artes temperamentales e imaginativas. Pero lo de cultivar rigurosamente el intelecto no se nos da bien: pensadores
pocos, y científicos poquísimos. Y a los que hay, cantazo en la cabeza y al extranjero. En 2012 la fundación BBVA
publicó un estudio sobre el conocimiento científico que comparaba a 11 países, 10 europeos, entre ellos España, y
Estados Unidos. Quedamos los últimos, por supuesto. Un bochornoso 46% de los españoles no supieron nombrar a
un solo científico. Vamos, es que no atinaron ni con Einstein. Nuestra sociedad arrastra un miedo cerril a la ciencia
que es producto de la ignorancia. De hecho, durante años los intelectuales españoles han hecho gala de su
acientifismo, como si fuera un orgullo no tener ni idea de lo que es la entropía. ¡Pero si hasta Unamuno soltó esa
frase lamentable del “que inventen ellos”!
Pues bien, sobre esos polvos estamos preparando ahora los lodos de un desastre científico definitivo del que
ya no podremos recuperarnos jamás. Hasta que empezó la crisis, nos creíamos una sociedad moderna y rica e
incluso la ciencia empezaba a levantar un poquito la cabeza, aunque nuestro presupuesto en I+D seguía a años luz
de la media europea. Pero, desde 2009, esa miseria presupuestaria se ha recortado un 40%. Más aún: el dinero que
finalmente han recibido los científicos ¡ha sido menor que el presupuestado! La investigación en España está al borde
de la quiebra más absoluta. Y todo esto ante cierta indiferencia general. O sea, no nos movilizamos por este tema
como (con razón) por la sanidad pública. Y, sin embargo, perder esta oportunidad de tomar el tren de la ciencia
hundirá nuestro futuro durante muchas décadas. Qué responsabilidad ante nuestros hijos.
Rosa Montero, 24-9-2013
Nuevo curso
Hace como 20 años, cuando publicabas un artículo referido a la educación, te escribían los maestros preguntándote
con curiosidad cuál era el motivo de tu interés por la escuela. Pocas eran las columnas que se dedicaban al asunto,
de ahí la extrañeza de los docentes, acostumbrados a despertar poco interés. Aun así, los problemas que hoy
asfixian a los maestros ya se apuntaban entonces, aunque no a todo el sector educativo le parecía bien que se
ejerciera una mirada crítica sobre el sistema, porque había defensores de las distintas reformas educativas que
apelaban a la universalización de la enseñanza en nuestro país para justificar cualquier disparate pedagógico. Pero
los que visitábamos los centros para realizar encuentros literarios podíamos observar cómo aumentaba la frustración
del profesorado, al que poco a poco se le fue cargando sobre los hombros necesidades sociales de un alumnado
cada vez más complicado.
Los recortes han agudizado las carencias hasta hacer a veces insoportable la profesión para algunos
docentes, pero nuestros maestros y profesores reivindicaban ayuda práctica y apoyo moral desde hace mucho
tiempo. Por esa falta de rigor en el debate y una excesiva politización, que unas veces impone la derecha y otras
impuso la izquierda, lo que ayer fue preocupante hoy se ha convertido en dramático.
Si un profesor era ya, desde hace años, alguien que tenía que ejercer labores de asistencia social, lidiar con
problemas disciplinarios, o que echaba en falta profesores de apoyo que facilitaran la integración de niños
inmigrantes o con otro tipo de problemas, ahora padece lo mismo pero multiplicado por más alumnos y menos
docentes. Los profesores se han hecho visibles por los recortes económicos, y bien está que así sea, pero llevan
muchos años clamando al cielo. Pienso en ellos, ahora que empieza el curso.
Elvira Lindo, 25-9-2013
Democracia de calidad
Cualquier intento de deslegitimar el resultado de las elecciones es incompatible con la democracia representativa.
Pero la democracia no puede vivir reducida a la aplicación aritmética de una mayoría. Esta semana toda la oposición
ha vuelto a denunciar el bloqueo del PP a iniciativas que no le gustan sobre el caso Bárcenas, penoso corolario de un
Parlamento convertido en un espectáculo de vetos y del consiguiente ejercicio del derecho al pataleo. Mal clima para
intentar el pacto de “regeneración democrática” sugerido desde el Gobierno o para buscar soluciones de consenso al
problema planteado por el independentismo en Cataluña, convertido en el desafío político de mayor envergadura.
La crispación de la vida pública contrasta con la corrección observada por los líderes de los partidos
alemanes en su comparecencia conjunta ante las cámaras de televisión, un par de horas después de cerrados los
colegios electorales en su país, hace una semana. Por no recordar la inmediatez con que un responsable político
dimite en otras democracias, no solo por indicios de la supuesta comisión de un delito, sino por faltas de ética, como
el plagio de un trabajo académico.
No hay ninguna maldición que impida a España comportarse de modo similar a sus vecinos europeos. Lo que
lo hace muy difícil es el estado de bronca política continua. Si no puede lograrse de la noche a la mañana la madurez
del sistema parlamentario, al menos hay que impedir su reducción a la inutilidad. Eso requiere una flexibilidad mayor
en la gestión de la mayoría absoluta, neutralidad por parte de la presidencia del Congreso y que la oposición mejore
los esfuerzos para explicarse. En el debate y en los argumentos es donde ha de juzgarse la calidad de las propuestas
y la seriedad de los actores políticos. Tampoco es admisible la exigencia de una disciplina de hierro a los
parlamentarios, que no son soldados de un ejército, sino representantes de los ciudadanos. Hay que ir a los
fundamentos de la democracia, a la transparencia y la responsabilidad, con mecanismos inscritos en normas que no
precisen de reformas grandilocuentes, sino de hacer de la rendición de cuentas el principio rector de la tarea
representativa.
Muchos expertos diagnostican la necesidad de abordar una reforma constitucional de amplio calado, que
abarque desde el modelo territorial del Estado a las vigas maestras del sistema electoral. Pero abordar esa tarea
resulta inimaginable sin contener los estériles partidismos que caracterizan el día a día de la política. Tampoco ayuda
en nada que una institución tan sensible como el Tribunal Constitucional avale casi sin pestañear la falta de
neutralidad política de su presidente.
El deterioro de la confianza de los ciudadanos en el sistema político es grave, como ponen de relieve
múltiples encuestas, y puede ser irreversible si el Parlamento —del que emanan la mayoría de las instituciones del
Estado— persiste en no saber ganarse el respeto.
Incómodas certezas
La crisis económica ha desplazado de la agenda política otros asuntos graves, entre ellos el cambio climático, pero
no por ello han desaparecido. Al contrario. El panel intergubernamental creado por Naciones Unidas para el estudio
del calentamiento global, integrado por 831 científicos de 85 países, ha emitido un nuevo informe que no solo
confirma los vaticinios del de 2007, sino que advierte de que algunos fenómenos se están acelerando. La masa de
hielo de Groenlandia y del Antártico se derrite en mayor proporción y más rápidamente de lo esperado, lo que obliga
a revisar las estimaciones de aumento del nivel de mar. El nuevo informe calcula que subirá entre 26 y 82 centímetros
a lo largo de este siglo.
Los trabajos realizados en estos seis años han permitido precisar con mayor exactitud muchos datos, por ejemplo los
del calentamiento de la capa superior de los océanos, y reforzar el nivel de certeza (del 90% al 95%) sobre la
responsabilidad de la actividad humana en el cambio climático, causado por el uso de combustibles fósiles en la
industria y el transporte. La concentración de CO2 en la atmósfera ha crecido desde 1880, coincidiendo con la
industrialización, un 40% y ha provocado un aumento de la temperatura media del planeta de 0,85 grados. Pero esto
es solo el comienzo. De no adoptarse medidas, la temperatura puede llegar a subir hasta 4,8 grados de aquí a final
de siglo.
Una de las manifestaciones del cambio climático es la exacerbación de las manifestaciones climáticas extremas. Por
su situación, España es uno de los lugares que más puede sufrir sus consecuencias. La temperatura media ha subido
1,5 grados en los últimos 30 años, casi el doble que la media mundial. Y sin embargo, la política económica adoptada
por el Gobierno va en dirección opuesta a la que recomienda el panel intergubernamental, que aconseja apostar con
decisión por las energías renovables.
Los detalles se darán a conocer más adelante, pero los científicos del panel, reunidos en Estocolmo, han elaborado
un primer informe dirigido a los líderes políticos del mundo con una advertencia: si no se reducen drásticamente las
emisiones de gases de efecto invernadero, las consecuencias serán devastadoras, incluso en el menos malo de los
escenarios. La lucha contra la crisis no es incompatible con la lucha contra el cambio climático. Al contrario.
Deberíamos aprovechar la oportunidad para avanzar hacia un modelo industrial basado en las energías limpias.
Estrategia letal
Sembrar vientos suele producir tempestades. La vergonzosa tragedia ocurrida junto a la isla de Lampedusa, en la que
han perdido la vida un número de personas todavía incierto (se ha encontrado más de un centenar de cadáveres y
quedan 200 desaparecidos) no es el resultado de un imprevisible accidente. Es la consecuencia, entre otras
circunstancias, de la deriva xenófoba que el Gobierno de Silvio Berlusconi sustanció cuatro años atrás, con una
reforma legal en Italia que convirtió en delincuente a todo inmigrante indocumentado y penalizó las conductas de los
que puedan ayudarle, bien alquilándole una vivienda, bien rescatándolo del mar. Sería una vergüenza añadida que
esa fuera precisamente la razón por la que hasta tres barcos avistaran la embarcación naufragada el jueves y
denegaran su asistencia al medio millar de personas que huían de la pobreza y la persecución política.
Ahora resulta casi una broma macabra que el viceprimer ministro italiano y responsable de Interior, Angelino
Alfano, antes estrecho colaborador de Berlusconi, sea el que reclame ayuda a una Unión Europea que, por otra parte,
calló ante los excesos xenófobos del país transalpino. Esta semana, mientras Europa se conmocionaba por lo
ocurrido en las costas de la pequeña isla mediterránea, la Comisión Europea y los Gobiernos exhibían, de nuevo, un
sonoro silencio con respecto a las derivas xenófobas. Solo el papa Francisco fue capaz de alzar su voz indignada.
Yermo el campo de dirigentes políticos de talla, un líder religioso es el que brama contra una tragedia que registra
demasiados antecedentes.
La Europa fortaleza se ha rearmado en los últimos años con leyes migratorias en las que ha predominado el
sesgo policial. La seguridad, primero, y la recesión económica después han sido las coartadas ideales para endurecer
las normas, tanto nacionales como europeas. Hasta el Gobierno socialista francés se ha sumado a la corriente
estigmatizando a los rumanos de etnia gitana. España aportó recientemente su grano de arena al negar la tarjeta
sanitaria (que da acceso a la atención pública) a unos 150.000 inmigrantes que viven ilegalmente en el país.
El conjunto de la UE se ha desentendido de los problemas que genera la afluencia masiva de migrantes,
salvo en lo que se refiere a las tareas de vigilancia marítima a través de Frontex —que actúa a demanda del país
afectado— y los acuerdos logrados con países africanos de origen o tránsito de personas. Mientras tanto, cientos de
inmigrantes, tal vez miles, en un goteo dramático, han muerto en el Mediterráneo ahogados o a causa del hambre y la
insolación, sin que la afamada solidaridad europea haya hecho acto de presencia. Al igual que Nicolas Sarkozy
desoyó las peticiones de ayuda italiana para dar cobijo en Francia a los tunecinos que huían del conflicto en su país,
ni Roma ni Bruselas han atendido las permanentes reclamaciones de la alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini,
impotente ante la permanente avalancha de africanos.
Cada año, medio millón de personas intentan entrar ilegalmente en Europa y unos 400.000 piden asilo. La
convulsión producida por la llamada primavera árabe en el norte de África dificulta que algunos de sus países
mantengan a raya a las mafias que mercadean con seres humanos, ansiosos de un porvenir que su patria les niega.
La profunda brecha económica entre ambas orillas del Mediterráneo es un reclamo permanente que en modo alguno
puede combatirse permitiendo o legalizando los atropellos contra los derechos humanos, puestos en marcha por
diferentes Gobiernos. Tal actitud contraviene los principios sobre los que se sustenta la Unión Europea. Esperar a
que esta tragedia, como las que le han precedido, se borren de la memoria colectiva es una estrategia letal.
La elección
“Nada de lo humano me es ajeno”, dijo el romano Terencio, y es verdad: si miramos bien dentro de nosotros ahí está
todo, lo sublime y lo atroz, la capacidad para acabar convertido en un ángel o un verdugo. Y, dentro de ese casi
infinito abanico de posibilidades, uno escoge. Uno siempre escoge aunque no lo sepa porque la pasividad también es
una elección. Que te compromete, y te mancha como cualquier otra. Escogemos todos, pues, los individuos y las
sociedades, y podemos dejarnos llevar por nuestros peores instintos, por las emociones más primarias y más
bárbaras, o levantar la cabeza, aplicar la empatía y la razón, intentar ser mejores de lo que somos, mirar lo grande
que es el cielo, como decía Hipatia en la bella película de Amenábar.
No son tiempos buenos. Pienso en la delirante carnicería del centro comercial de Nairobi, en la xenofobia creciente y
la indiferencia ante morideros como Lampedusa, en la violencia de los matones griegos de Amanecer Dorado. Gabi
Martínez cita en su libro Solo para gigantes un brutal proverbio beduino: “Yo contra mi hermano. / Yo y mi hermano
contra nuestro primo. / Yo, mi hermano y nuestro primo contra los vecinos. / Todos nosotros contra el forastero”. Y
en Yo soy Malala, la autobiografía de la niña paquistaní a la que los talibanes dispararon en la cabeza por querer ir a
la escuela, se cuenta que, entre los pastunes, el pueblo de los talibanes y de la propia Malala, las reyertas entre
familiares y vecinos son tan comunes que la palabra primo también quiere decir enemigo. Esa actitud tremenda,
tribal, hostil, deshumanizadora, violenta, de considerar al otro un contrario a abatir, es un sucio y primitivo veneno que
llevamos todos en la barriga. Tenemos que ser capaces de combatirlo. Y para eso hay que elegir. Por cierto: Malala
eligió, y en condiciones durísimas. Todo un ejemplo.
Rosa Montero, 8-10-2013
A otra cosa
La lástima, reconvertida en trámite burocrático, nos evita el papeleo, los timbres, las pólizas y el enfrentamiento con la
verdad. Usted vaya a ese rincón y dese siete golpes en el pecho. Usted derrame cuatro lágrimas y usted laméntese
de la hipocresía de que se conceda la nacionalidad a los cadáveres y se persiga a los supervivientes. Usted, Millás,
describa todo este lío con cierto desgarro sintáctico. Señale la contradicción de que nos duelan los muertos cuandolas leyes prohíben auxiliar a los náufragos. No olvide añadir que en su propio país está prohibido proporcionar cobijo
a un simpapeles. Describa los Centros de Internamiento de Extranjeros, eso siempre funciona. No se corte en decir
que sí, que, en efecto, son cárceles para personas que no han cometido delito alguno. Cargue ahí las tintas.
Construimos cárceles para inocentes, manicomios para cuerdos, raquetas para mancos (si le apetece, haga una
pirueta y hable de los aeropuertos sin aviones; si no, cambie de párrafo).
Personas como usted, Millás, colaboran a resolver el papeleo de la lástima a los contribuyentes poco
experimentados. Nos recuerdan a esos pasajeros amables que, en el avión, ayudan al vecino de asiento a rellenar el
formulario de aduanas. No se corte. Si le apetece decir que lo de Lampedusa ha sido un crimen a gran escala
cometido por quienes levantaron la mano en el Congreso (o en los congresos), dígalo con todas las letras. Esto nos
ayuda mucho, pues añade a la gestión de la lástima ese punto de indignación moral sin consecuencias que tanto
bienestar produce en el votante. Y no se olvide de lanzar un puyazo al Frontex, el organismo europeo encargado de
gestionar las fronteras exteriores de los países de la UE. Le agradecerán mucho la mención, nadie los conoce. Cierre
de este modo el artículo, factúrelo, y a otra cosa, mariposa.
Juan José Millás, 11-10-2013
Tesoro
Está amaneciendo. Es la hora de los pájaros. A los colegios e institutos llegan en bandadas niños y chavales
cargados con sus mochilas. Ellos no lo saben, pero todos se dirigen a la isla del tesoro. Puede que ignoren dónde
está ese mar y en qué consiste la travesía y qué clase de cofre repleto de monedas de oro les espera realmente. El
patio del colegio se transforma, de repente, en un ruidoso embarcadero. Desde ese muelle lleno de mochilas cada
alumno abordará su aula respectiva, que, si bien no lo parece, se trata de una nave lista para zarpar cada mañana.
En el aula hay una pizarra encerada donde el profesor, que es el timonel de esta aventura, trazará todos los días el
mapa de esa isla de la fortuna. Ciencias, matemáticas, historia, lengua, geografía: cada asignatura tiene un rumbo
distinto y cada rumbo un enigma que habrá que descifrar. La travesía va a ser larga, azarosa, llena de escollos.
Muchos de estos niños y chavales tripulantes nunca avistarán las palmeras, unos por escasez de medios, otros por
falta de esfuerzo o mala suerte, pero nadie les puede negar el derecho a arribar felizmente a la isla que señalaron los
mapas como final de la travesía. Ese mar está infestado de piratas, que tienen su santuario en la caverna del
Gobierno. Todas las medidas que un Gobierno adopte contra el derecho de los estudiantes a realizar sus sueños,
recortes en la educación, privilegios de clase, fanatismo religioso, serán equivalentes a las acciones brutales de
aquellos corsarios que asaltaban las rutas de los navegantes intrépidos, los expoliaban y luego los arrojaban al mar.
De aquellos pequeños expedicionarios que embarcaron hacia la isla del tesoro solo los más afortunados llegarán a
buen término. Algunos soñarán con cambiar el mundo, otros se conformarán con llevar una vida a ras de la
existencia. Cuando recién desembarcados pregunten dónde se halla el cofre del tesoro, el timonel les dirá: estaba ya
en la mochila que cargabais al llegar por primera vez al colegio. El tesoro es todo lo que habéis aprendido, los libros
que habéis leído, la cultura que hayáis adquirido. Ese tesoro, que lleváis con vosotros, no será detectado por ningún
escáner, cruzará libremente todas las aduanas y fronteras, y tampoco ningún pirata os lo podrá nunca arrebatar.
Manuel Vicent, 13-10-2013
Rapto
Una de las grandes virtudes políticas de Mariano Rajoy es que no es chirriante. Al contrario que otros colegas, no
opta por el titular imprudente ni la zambomba hueca para comunicarse con sus electores. Es cierto que abusa de su
virtud. Deberían recordarle aquella sentencia de un verdadero profesional de la política como Tayllerand cuando
sostenía que no hacer ni decir nada garantiza un gran poder, siempre y cuando no se abuse de ello. Lo que parece
evidente en los últimos tiempos es que ha entendido el error de su inacción en el conflicto catalán, la equivocada
receta del inmovilismo ha fabricado frustraciones colectivas. No debería olvidar tampoco que el resto del Estado
también da señales de frustración inaguantable, la de no sentirse protegido ni concernido en la pelea por salir
adelante.
No parece un accidente que la propuesta de financiación autonómica hecha por los populares catalanes
coincida con la exigencia madrileña de aprobar un nuevo sistema, y a ser posible que no perjudique a las
comunidades que más aportan de sus ingresos. Curiosa coincidencia que abre una lata de sardinas que hasta ahora
Rajoy guardaba a buen recaudo, protegido bajo la crisis financiera y el ajuste fiscal, tan sangrante para el consumo
de la clase media, verdadero motor de un país como el nuestro. De nuevo le toca enfrentarse a los dragones de su
propio bando, pero cada vez la espada es más pequeña, el tiempo más corto y el margen menos cómodo.
Ayer publicaba Ignacio González un interesante artículo en este periódico donde defendía sus exigencias
como una mejora del sistema para toda España. Desde la capital se tiende la mano hasta agarrar la vía catalana en
Vinaroz, dirán algunos. Allí cifraba en 1.300 millones de euros lo que el sistema les niega, aunque sea el mismo
sistema que les ha concedido la capitalidad. Lo gracioso era su argumento sentimental, con ese dinero se podrían
construir 274 colegios o 158 bibliotecas. Como si construir colegios y bibliotecas públicas hubiera sido una prioridad
del Gobierno autónomo que preside. Ay, qué enternecedor resulta hacer cuentas de la lechera con educación y
cultura, pero cuando llega el dinero contante y sonante bien que se va en otras cosas. Un rapto poético lo tiene
cualquiera.
David Trueba, 14-10-2013
Palabras
Las palabras no sirven para nada. Los números son más capaces de contar el horror, pero pronto servirán para medir
el olvido. Es difícil escribir sobre la interminable tragedia de Lampedusa, naufragio sobre naufragio, víctimas apiladas,
la dramática fragilidad de los cuerpos vivos y muertos, largas hileras de ataúdes para que los representantes de la UE
presentes en el funeral posen con gesto solemne.
Las palabras no sirven para mucho, pero ellos escogieron las suyas con cuidado. Claro que eso fue antes del
segundo naufragio, cuando un destino airado, implacable como un dios griego, decretó un nuevo desastre, y más
muertos, más vivos casi muertos, más gestos solemnes, más ataúdes, más funerales y una realidad escindida,
partida en dos mitades que se dan la espalda como las canciones en un viejo disco de vinilo. La cara A son las
lágrimas de Durão Barroso. La cara B, las inhumanas condiciones de internamiento de los supervivientes. Lo notable
es que ambas partituras pueden interpretarse simultáneamente.
Las palabras servían para algo cuando Adorno afirmó que escribir poesía después de Auschwitz era un acto
de barbarie. Ahora no, y por eso la barbarie se expresa con palabras. La insoportable trivialidad de tantas muertes
acumuladas no va a cambiar ni una coma de la legislación comunitaria. La reacción podría limitarse a subvencionar la
destrucción de pateras en los países del Magreb donde se localizan los puertos de salida. Eso es todo lo que Europa
da de sí. Se han pronunciado muchos discursos, pero ni una sola palabra de compasión sincera, más allá de los
sobrecogedores lamentos de los habitantes de Lampedusa. Se diría que les interesa aclimatarnos a un horror
sistemático, extranjero, eso sí, pequeño, exótico, lejano. Lo malo es que no sería la primera vez. Lo peor, que nunca
ha sido demasiado difícil conseguirlo.
Almudena Grandes, 14-10-2013
Mártires
Las dos Españas enfrentadas en la Guerra Civil produjeron la misma cosecha de mártires, de uno y otro bando.
Desde entonces persiste una profunda cicatriz que aún supura, porque unos mártires están en el altar y otros en la
cuneta; a unos los envuelve un coro de ángeles en el cielo, a otros solo les cantan los pájaros en los árboles. El olor a
cera e incienso perfuma los pies de escayola de los mártires beatificados; pero los enterrados en los barrancos
reciben el aroma de las plantas silvestres, la lavanda, el anís, el tomillo y el espliego. A los mártires de la Iglesia les
rezan los fieles de derechas; a los asesinados del otro lado las plegarias las trae el viento que dobla los narcisos
salvajes sobre su memoria. En los retablos barrocos envueltos en falso oro, las hornacinas cobijan a los religiosos
que fueron vilmente asesinados; los mártires laicos, alcaldes, maestros, obreros, funcionarios y militares demócratas,
que cumplieron con su deber y cayeron después de la victoria bajo los fusiles en las tapias de los cementerios solo
son glorificados por el sol, que al amanecer y al final de la tarde les ofrece con el incendio de las nubes un retablo de
oro puro. A simple vista parecía un acto fanático y provocativo. En medio de la crisis social y política que azota y
divide a este país, la Iglesia se ha marcado el farol de beatificar a 522 religiosos asesinados en la Guerra Civil sin
importarle en absoluto despertar y poner al día los viejos fantasmas de aquella gran matanza entre hermanos.
Durante la ceremonia el papa Francisco mandó un mensaje aséptico, sin atreverse a tocar el hueso. Por lo visto es
más fácil echar mermelada sobre los pobres, dejar de calzar las sagradas pantuflas, enfrentarse a los cocodrilos de la
curia, montar en coche utilitario y mezclarse entre la multitud sin temor a un atentado que aludir, aunque solo fuera de
pasada, a los mártires que generaron los crímenes del franquismo. Es imposible que un argentino no encontrara las
palabras siquiera ambiguas, si no es por el miedo cerval a molestar a una derecha dura, que es tenaz con su
ideología. Pero, después de todo, lo peor no es esto, sino que un día volverá al poder la izquierda y atrapada en el
mismo miedo tampoco va a hacer nada para que cese de una vez esta ignominia.
Manuel Vicent, 20-10-2013
Palomear
El periodista y escritor Jesús Marchamalo me habla en Panamá, durante el VI Congreso de la Lengua, de un verbo
genial que le oyó decir a un mexicano para expresar la acción de marcar con un pequeño signo las casillas de un
formulario: palomear. “¿Ya palomeaste el documento?”. Es una palabra ingeniosa y elocuente porque el pequeño
trazo suele tener, en efecto, la silueta de un ave; y escoger que sea una paloma le da un toque modesto, doméstico,
risueño. He aquí una lengua vibrando de vida.
La lengua es como una piel que recubre el cuerpo social y se estira y encoge siguiendo sus mudanzas. Algo
tan orgánico no se puede modificar por decreto: el voluntarismo no funciona (esos espeluznantes “ciudadanos y
ciudadanas”, por ejemplo). Solo un cambio real de la sociedad puede hacer evolucionar el manto de palabras que la
recubre. Por eso no me extraña que ahora sean los países latinoamericanos los más capaces de mostrar esa
vitalidad creativa: mientras Europa se tambalea y España apura su crisis, Latinoamérica parece estar en un momento
de despegue.
Todo eso se refleja en nuestra lengua. Ya se sabe que la hablan 400 millones de personas; que es el
segundo idioma materno del planeta, tras el mandarín, y que hay expertos que sostienen que, para 2045, será la
lengua mayoritaria (aunque yo creo que para entonces hablaremos todos chino). A veces alardeamos demasiado
triunfalmente de estas cifras, aunque tampoco viene mal para contrarrestar el consabido e irritante complejo de
inferioridad hispano. Pero para mí la mayor riqueza del español no reside en su enorme implantación, sino en su
diversidad, en sus muchas versiones y matices. En este mundo crispado, sectario y excluyente, emociona poder celebrar una lengua común llena de diferencias que no solo no desunen, sino que potencian. Palomeando se vuela
hacia el futuro. Ser distintos nos hace más fuertes.
Rosa Montero, 22-10-2013
La vida real
Sospecho que a Rajoy le preocupa más no haber sido espiado por Estados Unidos que haberlo sido. Si el imperio
espía a 35 líderes mundiales y tú no estás entre ellos, verdaderamente es que no vales un pimiento. Y se diría que
todo se reduce a eso: a que hablen de ti, a tu pequeño poder personal, a la pompa y el lucro. La realidad política cada
vez me resulta más disparatada, más narcisa y más banal. Como esa desopilante fundación creada y presidida por
Felipe González para estudiarse a sí mismo.
La vida real marcha por otro lado. El pasado domingo estuve en el parque del Retiro para aprovechar la
esplendidez del día y el incendio de las hojas de otoño. Vi familias que habían colgado banderitas y globos de colores
entre los árboles para celebrar una fiesta infantil al aire libre. Vi parejas besuqueándose, abismados el uno en el otro;
vi perros felices, con las colas girando como las aspas de un helicóptero, y críos pequeños entregados a esa
excitación nerviosa, a esa especie de borrachera que produce en los niños la alegría. Vi hombres y mujeres con
patines, corriendo en pantalón corto, con bicicleta, vestidos de novios y haciéndose fotos; y a una maravillosa pareja
de octogenarios muy bajitos que caminaban lentamente de la mano. También vi a muchos ancianos deteriorados e
impedidos; a personas con discapacidades físicas o psíquicas (gente con diversidad, como se llaman ellos), algunos
atados a sus sillas de ruedas. Y vi a una pareja de treintañeros sentada en un banco y rodeada de bultos y maletas...
Quizá fueran el producto de un desahucio, de un desalojo; atardecía y empezaban a sacar mantas de los hatillos para
hacer frente al relente. La vida estallaba en el Retiro, en fin, en toda su gloria, toda su lucha y toda su pena. Era
emocionante. Los políticos deberían bajarse del coche oficial y ponerse a pasear de vez en cuando.
Rosa Montero, 29-10-2013
Víctimas
Tenemos un problema. Serio. No sabemos gestionar los conflictos. Mientras que para explicar un asunto como el de
Cataluña se apela abusivamente a los desencuentros sentimentales con el resto de España, como si habláramos de
una crisis amorosa, cuando lo que abordamos es una cuestión política; se hace justo lo contrario para manejar las
relaciones de la sociedad civil con las víctimas del terrorismo. Y es que se les negó el cariño y la solidaridad pública
durante tantos años que al final los acabamos lanzando en brazos de los partidos políticos.
Decía Dolores de Cospedal al hilo de la manifestación del domingo que su partido sí que estaba del lado de
las víctimas, mientras que otros unas veces estaban y otras no. Me niego. Me niego a que se hable de este asunto
siempre en términos partidistas. Estoy convencida de que somos muchos los ciudadanos sin partido que quisiéramos
expresar nuestro apoyo, reconocimiento, consideración hacia todos aquellos que tan cruelmente vieron truncadas las
vidas de sus seres queridos, las suyas propias. En un principio (es nuestro pecado original) se les negó el consuelo
por miedo, por cobardía, por mezquindad. Y la Iglesia vasca predicó con un vergonzoso mal ejemplo. Pero luego,
cuando algunos asesinatos hicieron reaccionar a una sociedad elusiva, cuando unos zapatos de bebé asomaron
entre las ruinas del Hipercor y el impacto de esa imagen rompió la coraza de algunos corazones de hielo, fueron los
partidos los que además de no saber articular el apoyo a las víctimas lo empañaron, lo ensuciaron, hasta conseguir
que el ciudadano estuviera más pendiente de cuál iba a ser el lema de una manifestación que del motivo de la misma.
Ellas, las víctimas, no responden a una sola ideología, pero los que querríamos arrimar el hombro a su dolor
tampoco. Y es una vergüenza que seamos incapaces de entenderlo.
Elvira Lindo, 30-10-2013
Patriotas
En casi todos los pueblos de España se lleva con orgullo la presunción de que los varones autóctonos sean los más
burros y los más borrachos del país, por no decir del mundo. Es posible que esta actitud sea un reflejo del patriotismo
que siempre hemos padecido. Pero también es posible, viendo lo que pasa con los yihadistas musulmanes y lo que
pasó hasta hace poco en los Balcanes, o algo más de tiempo en muchos otros países de Europa, que los españoles
no seamos tan distintos a otros pueblos. Lo que no es un consuelo, sino todo lo contrario, porque aceptarlo significa
ser consciente de que no hay ningún lugar seguro en todo el orbe.
Hay patriotismo para regalar. En España, desde luego. Lo único que les molesta a los patriotas es que haya
patriotismos distintos al suyo. No está de más pasar lista: hay patriotas españoles de pura cepa, los hay vascos,
catalanes, gallegos, y hasta andaluces (créanme, los hay).
Ahora estábamos intoxicados con los catalanes, pero nos han salido los de la España eterna. La nómina se
nos ha plantado en la cara con toda su crudeza. Y es larga y preocupante.
Lo que va más allá es lo del ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón. Se a ha atrevido a poner en solfa a
un magistrado llamado Luis López Guerra por haber votado a favor de la derogación de la retroactividad de la
doctrina Parot. Y el PP, tras el ministro de Justicia, le acusa de ser un antipatriota. O sea, le ha puesto a los pies de
los caballos, y de las mulas. A los pies de los borrachos valentones.
El ministro de Justicia no ha hablado de la ley, sino de la patria.
Hoy, más que nunca, la algo manida frase de Samuel Johnson: "el patriotismo es el último refugio de los
canallas."
Jorge M. Reverte, 31-12-2013
La rebaba
La economía del pan, del bonobús, la del café con leche y la de las verduras de la cena, conocida también como
economía real, es ya la calderilla que se le cae a la economía financiera de los bolsillos cuando los tiene llenos.
Primero, viene a decir el ministro, que suba la Bolsa, que se forren los bancos, que vomiten dividendos las eléctricas,
y que crezca el número de ricos. Los beneficios de todos esos movimientos especulativos alcanzarán a las clases
trabajadoras en forma de espuma sucia, como la contaminación de la industria química llega a los ríos.
Visto de esta forma, que es como nos lo muestran, la economía real es la flatulencia de las digestiones
pesadas del Ibex y el eructo del mafioso ruso a la salida de la marisquería. Es esa adherencia fibrosa que el carnicero
quita al solomillo y arroja al contenedor de plástico. Son las tripas del besugo, las partes no comestibles del centollo.
La economía real —nos aseguran sin pudor— es la rebaba sobrante de la tarta, los restos que se les da de comer a
los perros, el hueso del churrasco, las monedas de las que se desprenden los millonarios porque les deforman la
chaqueta. Es la colilla del puro habano, la madre del vino en el fondo de la botella, la caspa que cae sobre los
hombros de los presidentes de las grandes empresas financieras. Cuando estos individuos se cortan las uñas,
escupen de lado o se afeitan sobre nuestras cabezas, usted y yo, si somos hábiles en la recogida de esos retales,
podremos volver a hacer tres comidas al día.
No se va, pues, de la economía productiva a la financiera, como creíamos ingenuamente. Antes de sembrar
el trigo, especulamos con él en los mercados globales. A veces se gana tanto dinero con esta operación que
finalmente da igual sembrarlo o no. Nuestros salarios son los restos de toda esa combustión imaginaria.
Juan José Millas, 1-11-2013
Esto es una pipa
Esto no es una película es el título de una película auténtica, tan auténtica que fue filmada clandestinamente en una
prisión de Irán e interpretada por el director de cine Jafar Panahi, con la complicidad de un amigo. Se hizo en una
sola jornada, a escondidas, y llegó al festival de Cannes en un lápiz óptico oculto en un pastel. El disidente iraní no
solo fue condenado a seis años de prisión, sino que también se le impuso el castigo de no poder hacer películas
durante veinte años. El peor tormento para un creador: la prohibición de ejercer el primero de los derechos humanos,
el derecho a soñar. La historia de Jafar me recordó la carta que Vasili Grossman dirigió a la cúpula soviética cuando
le prohibieron Vida y destino: “Le pido que devuelva la libertad a mi libro”. Grossman, además de extraordinario
escritor, era un héroe revolucionario al que amargaron la existencia los nuevos caciques revolucionarios. Si esa
conjura de necios, con sus sicarios escritores, desvalijó las palabras, aquel Vasili que escribía verdades como
pecados podría haber titulado su obra Esto no es una novela. El primero en expresar con ironía esa pugna entre
autenticidad y simulacro fue René Magritte, en 1928, en la serie La traición de las imágenes, con su pintura de una
pipa acompañada de la célebre inscripción Esto no es una pipa. Creo que estamos pasando un período en España en
que se está generalizando este desdoblamiento, de tal manera que para nombrar lo auténtico tenemos que negarlo.
Por ejemplo, después de que una jueza (Esto no es una jueza) niega la condición de prueba (Esto no es una prueba)
al ordenador desvalijado de Bárcenas (Esto no es Bárcenas), podemos deducir que la destrucción de una prueba con
información esencial sobre la gran corrupción (Esto no es corrupción) no prueba nada. En fin, esto no es un artículo.
Es una pipa.
Manuel Rivas, 2-11-2013
Gato encerrado
Si lo vamos entendiendo bien, EEUU no nos espía a todos, sino a metatodos. De ahí que se hable de metadatos, en
vez de hablar de datos. Del mismo modo que un metadato es un dato sobre otro dato, un metatodo es un todo sobre
un todo. Significa que para comprender lo que nos pasa necesitamos ciertos conocimientos de lingüística. Dejémoslo
aquí, que no está el día para este tipo de lucubraciones o metalucubraciones. El prefijo meta es la hostia. Vean, si no:
metacrilato, metadona, metafísica, metalenguaje, metapsicología... Cuando creímos haber comprendido la física,
llegó Ángel Gabilondo y desenfundó la metafísica. Y cuando nos habíamos hecho con la modernidad, se nos apareció
la posmodernidad. La poshistoria, en cambio, surgió sin que hubiésemos agotado la historia.
El caso es que siempre se puede ir más allá. De eso trata el prefijo meta. Si hablamos de metalenguaje, nos
referimos a algo que está más allá del lenguaje. En Madrid, después de Móstoles hay un pueblo al que llamamos
Navalcarnero, cuando quizá deberíamos decirle Metamóstoles. Lo curioso es que el metadato no pretende ir más allá,
sino más acá del dato. El metadato, por ejemplo, de un correo electrónico cualquiera no es su contenido (“mamá, no
me esperes a comer”), sino la hora a la que fue enviado. Si el espía comprueba que el mensaje fue enviado antes de
la cena, y no antes del almuerzo, como sugiere el texto, se dice: aquí hay metatexto. Significa que hay gato
encerrado. Entonces introduce el dedo, o el metadedo, en el asunto y descubre un complot.
Quedamos, pues, en que el metadato es el más acá del dato. Así, para la CIA, lo importante de este artículo no es lo que importa, sino lo que metaimporta. ¿Y qué es lo que metaimporta? Ah, pues que lo averigüen, que para eso les pagan. Yo solo digo que, si le buscan las vueltas, encuentran algo.
Quedamos, pues, en que el metadato es el más acá del dato. Así, para la CIA, lo importante de este artículo no es lo que importa, sino lo que metaimporta. ¿Y qué es lo que metaimporta? Ah, pues que lo averigüen, que para eso les pagan. Yo solo digo que, si le buscan las vueltas, encuentran algo.
Juan José Millás, 8-11-2013
Entre todos
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Los impulsos caritativos fueron engullidos hace tiempo por la acción solidaria. Se trató de un acto de justicia social. La
palabra “caridad” en sí no tenía culpa, ni tan siquiera en su acepción de virtud teológica, dado que define el auxilio
que una persona le presta a otra; pero las palabras se acaban definiendo por su uso, y la caridad tiene hoy la
innegable connotación de ser un parche a los derechos humanos, nunca la solución a la desigualdad. Eso no quiere
decir que la generosidad con el necesitado no sea admirable. Los españoles están dando en estos tiempos prueba de
ello, incluso ha habido un aumento del dinero, según datos de la European Anti Poverty Network, que destina el
ciudadano a fines sociales en la declaración de la renta.
La cuestión es que cualquier acto movido por la voluntad de ayudar a quien más lo necesita tendría que ser
discreto, y quien airea su generosidad es el que espera adornarse con ella. Pero, sobre todo, hay que preservar la
dignidad del necesitado, que aun estando en una situación lamentable jamás debería convertirse en carne de show
televisivo. Eso es algo incontrolable en la televisión privada pero esperamos una actitud diferente de la pública.
Muchos de ustedes saben de lo que hablo. El programa de creciente popularidad Entre todos, dedicado a convertir en
lacrimógeno lo que es dramático y a hacer espectáculo de la caridad, es una muestra de cómo vulnerar las reglas de
respeto hacia el necesitado (para colmo, a veces es un menor), ignorando la idea de justicia social para volver a
aplaudir el impulso caritativo de la España de Ustedes son formidables. Con esto, repito, no critico los actos
individuales de ayuda al otro. Si no fuera por ellos no sobreviviríamos. Pero los pobres tienen dignidad. Que se lo
pregunten si no a quien más sabe de esto, los trabajadores sociales.
Lindo, 13-11-2013
La charca
Salí hacia la isla de Pascua cuando en Madrid estaban iniciando la huelga los barrenderos esclavizados y todas las
papeleras de la ciudad comenzaban a vomitar desperdicios. Aunque la distancia que uno recorra sea infinita, en cada
viaje al llegar a destino sucede que siempre se lleva en el equipaje los propios fantasmas y la basura moral que le
rodeaba. En el fondo en todos los viajes nunca se sale de casa. El encanto de la isla de Pascua consiste en que está
extremadamente sola en medio del Pacífico, en la Polinesia, sin que se sepa qué clase de extraterrestres la habitaron
por primera vez. Al pie de sus extrañas esculturas carbonizadas, algunas de 80 toneladas, que se recortan contra el
océano, uno se ve tocado por la fuerza magnética que transmiten, un enigma que algunos jóvenes mochileros a mi
alrededor, tumbados en la hierba, descifraban fumando marihuana. La isla de Pascua pertenece a lo que Jung llamó
el Alma del Mundo, el sueño animado del inconsciente colectivo. Al mismo tiempo en que los Rapa Nui, hombres-
pájaros de la isla, tallaban estas figuras gigantescas, Miguel Ángel estaba esculpiendo La Piedad, que hoy solo emite
una emoción estética, exenta ya de su carga sagrada. En cambio las toscas figuras de la isla de Pascua están
habitadas todavía por los espíritus de la naturaleza. La basura también es un arquetipo que pertenece al inconsciente
colectivo, donde la mitad sumergida del ego comparte la misma charca negra con dioses, animales significativos,
sombras y ánimas. Los desechos humanos que han inundado las calles de Madrid se componían solo de envases y
restos de comidas, una metáfora de la basura moral que la charca política saca a la superficie, el primer paso de la
degradación hasta llegar al último peldaño del infierno social, donde los barrenderos esclavos esperan la orden de
empezar una limpieza radical, exhaustiva, empezando por arriba. En las suaves praderas de la isla de Pascua, cerca
de un joven tumbado que fumaba marihuana, imaginé los contenedores de basura de Madrid llenos de oro, pero de
regreso encontré la ciudad bajo cúmulos de basura adornados con algunas ratas muertas, aunque no con cuerpos de
ancianos, mendigos, parados, desahuciados y enfermos rechazados en los hospitales, todavía.
Manuel Vicent, 17-11-2013
Los responsables
Hace algún tiempo, escuché una entrevista con un hijo de Juan Negrín al que preguntaron si su padre se había
sentido maltratado por su país. Siempre decía que no le preocupaba lo que España pudiera hacer por él, respondió,
sino lo que él pudiera hacer por España. Ahora que el fiscal Horrach ha opinado por nosotros que la memoria es frágil
—será la suya—, creo que ha llegado el momento de que nos preguntemos qué podemos hacer por España.
A estas alturas, nuestro país espera de sus ciudadanos dos cosas. La primera, que paguen impuestos. La
segunda, que no piensen. Es decir, que expriman la presunta fragilidad de su memoria hasta alcanzar la exacta
proporción de amnesia y simpleza que nos recomiendan ciertos tribunales. ¿Se acuerdan ustedes del chapapote?
Pues no. No sean arrogantes, ni soberbios, porque no se acuerdan. El chapapote no existió, el hundimiento del
Prestige no fue una tragedia. Si lo hubiera sido, alguien tendría que pagar forzosamente por sus desastrosas
consecuencias. Como no hay responsables, no hubo tragedia. No insistan. Tómense un antidepresivo, procuren
distraerse y abandonen el vicio del razonamiento, de las analogías, del sentido común.
Yo no sé si algunos jueces, algunos fiscales, algunos políticos se dan cuenta de lo que están haciendo con
nosotros. Supongo que no calculan las consecuencias de sus actos. Porque al final, lo de menos serán las
indemnizaciones no pagadas, el dinero robado, los corruptos en libertad. Lo de más es la frustración que deben sentir
ahora mismo los voluntarios que se metieron en chapapote hasta el cuello porque no se preguntaron qué podía hacer
su país por ellos, sino qué podían hacer ellos por su país. La próxima vez que se hagan esa pregunta, su respuesta
desarrollará consecuencias hoy aún imprevisibles. Y, pase lo que pase, ellos tampoco serán los responsables. Amén.
Almudena Grandes, 18-11-2013
Mal ejemplo
Estamos ante un sistema perverso que ahoga el potencial de igualación social de la enseñanza pública, su misma
razón de ser. Se reducen las plazas de interinos, no se aumentan las de fijos, sube la ratio de alumnos por aula y los
profesores se ven obligados a aumentar sus horas lectivas, convirtiendo la jornada laboral en una carrera atolondrada
de una clase a otra, y a menudo, de un universo a otro, dado que hace tiempo que los niños más tiernos comparten el
instituto con alumnos de bachillerato. A los profesores no les llega la camisa al cuerpo y sufren ese desgaste
sabiendo que ya no hay bajas que valgan, que las jubilaciones se retrasarán y que una vez que se apague el ruido de
las manifestaciones públicas ellos solos habrán de enfrentarse a la precariedad diaria. Así ha sido siempre.
Me pregunto si de verdad somos conscientes de eso. Hablamos de la desaparición de la Filosofía o de las
asignaturas artísticas cuando lo cierto es que una parte alarmante del alumnado no sabe escribir o leer con soltura. A
eso se suma un asunto más turbio que ha ido complicándose en los últimos años: la mala educación. Abundan los
problemas de mal comportamiento. Pero, ¿cómo podría ser de otra manera? No es solo la escuela quien educa, ni
tan siquiera son los padres los únicos responsables, es la sociedad misma la que marca el tono: el ambiente que se
palpa en la calle; el lenguaje que se emplea en los medios de comunicación; la consideración pública de los
educadores; el respeto que los padres muestran hacia el profesorado; la forma en la que nosotros mismos, los que
opinamos públicamente, utilizamos ese pequeño poder que se nos presta. Todo eso suma, o resta. Y por lo que oigo,
leo y veo no me extraña que, además del recorte de recursos a la escuela, estemos también contribuyendo a su
deterioro con un ejemplo generalizado de grosería.
Elvira Lindo, 20-11-2013
Zombis
Bajo el terror económico impuesto por la crisis, es lógico que el ciudadano anónimo de este país no recuerde cuándo
empezaron a irle mal las cosas y, menos aún, el momento en que perdió la autoestima y bajó los brazos frente al
poder. Ese olvido es la forma más envenenada de autorrepresión que puede sufrir la conciencia colectiva. Se trata de
una aceptación tácita de que todo va mal y que nada se puede hacer para remediarlo, sin que tampoco se logre saber
el motivo profundo de esta impotencia, que es de todos y de nadie. Cuando esta represión psicológica se produce, el
poder ya no tiene ninguna necesidad de ejercer la violencia para reprimir las libertades y derruir las conquistas
sociales adquiridas tras una larga lucha, puesto que es el propio ciudadano el que asume la culpa y se inflige el
castigo. Frente a la prepotencia de un Gobierno con mayoría absoluta, que no duda en imponer su voluntad entrando
a saco mediante decretos en la vida pública, el ciudadano ejerce el derecho a la huelga, convoca manifestaciones en
la calle, grita detrás de las pancartas, incluso es capaz de levantar barricadas, pero, neutralizada su cólera por el
miedo a perder lo poco que le queda, acepta de antemano la derrota. Un extraño virus ha anulado su capacidad de
rebeldía hasta convertirlo en un zombi. En efecto, este país está a punto de parecer un reino de muertos vivientes, sin
que ninguna voz nos haga saber que nuestra tumba, como la de los zombis, está llena de piedras. Muertos vivientes
los hay pobres y ricos. Los pobres caminan como autómatas con la cabeza gacha, si bien a veces miran al cielo
esperando que se produzca la lluvia de sardinas que les han prometido; en cambio los zombis ricos entran y salen de
los restaurantes, joyerías y tiendas exclusivas en las millas de oro, aparentemente felices, aunque observados de
cerca, se descubre su rostro crispado por el terror a que su fiesta sea asaltada mañana por una turba de mendigos.
Algunos advierten que la carga explosiva está ya en el aire a la espera inminente de la chispa que provoque un
estallido social de consecuencias imprevisibles. Pero esta deflagración no será posible sin que antes se produzca un
prodigio: que haya una rebelión de zombis, como en otro tiempo la hubo de esclavos.
ManuelVicent, 24-11-2013
De librerías
Hay seres humanos que venden libros. Y hay libreros. Los libreros también son seres humanos que venden libros,
pero han de sumar otras cualidades que definen su noble oficio. Sin ellas, el librero es un farsante. Por ejemplo, si
usted va a una librería y pregunta por James Salter y el dependiente se encoge de hombros y le dice, ni idea, se trata
de un ser humano que vende libros, pero no de un librero.
La librera de raza, el librero fetén, son seres que leen por vicio pero también por el prurito de hacerse
imprescindibles en la vida de sus clientes. El librero puede llegar a ser tan importante en nuestra vida como el
boticario. Con eso lo digo todo. El librero no se lee todos los libros de principio a fin (es humano), pero domina la
técnica de la lectura en diagonal, y algunos libros los encara de esta manera, es decir, los cata, como los buenos
fruteros. Suele acertar. Lo que sí sabe leer un buen librero es el estado de ánimo del cliente, ya digo, como el
boticario, así que le prescribirá un libro que mejore su mal. Eso es algo que, por ejemplo, Amazon, que no es un ser
humano aunque venda libros, no sabe calibrar.
La librera quiere vender todos los libros que pueda, pero como desea que sus clientes fieles se vayan
contentos, con un sutil gesto en la mirada les señala un volumen u otro. Todo con mucho tacto, porque la librera se
cuida de hablar mal de ciertos libros a gritos. Cuando se toma confianza con un librero es muy posible que uno acabe
tomándose un café con leche con él en el bar de al lado. Una vez fuera del negocio, librero y cliente se lanzan a
poner a parir a media España. Eso es humanísimo, propio de libreros y lectores. Y ya no digo de autores.
El viernes, los libreros celebran su día, el de las librerías. Abrirán hasta las diez. Díganles que van de mi
parte: le harán un 5% de descuento.
Elvira Lindo, 27-11-2013
La natación del yo
El ser un isleño o vivir en una isla no es igual a hallarse aislados. Los habitantes de una isla tienden, por el contrario,
a encontrar relaciones con casi cualquier cosa de su exterior. En cierto modo, ser un isleño fue igual a vivir en la
España de Franco donde cada ciudadano que mereciera ese nombre se preocupaba, ansiosamente, por conocer las
circunstancias que se cocían afuera. El humo del guiso internacional era una suerte de vaho y actualidad que aliviaba
de las barreras fronterizas, entonces impuestas por la autarquía y, generalmente, en la geografía, impuestas por el
mar.
Una isla es un lugar muy codiciado por los aventureros porque les permite ilusionarse con la idea de haber
dejado el mundo atrás y ganar con ello el alma de la desaparición. Para un isleño, sin embargo, lo codiciado sería
formar parte del mundo con o sin traslación.
La distancia que separa las costas del continente y su satélite es igual a la variable impaciencia del corazón.
Paradójicamente, cuanto pasa en el continente es el contenido. Y lo que pasa en esta tierra australiana y aislada,
incluso tan extensa como Estados Unidos, es un acontecer de sucursal.
Los australianos viven en la isla mayor del mundo. La llaman, en los libros, continente y, sin embargo, no
terminan sus límites en su perfil. Toda isla lleva a sentirse en un patio de butacas mientras la representación discurre
sobre una escena más allá. No importa que Nicole Kidman o Russell Crowe triunfen en Hollywood y demuestren con
ello su integración global. Por mucho que luzca en el exterior no dejan de ser gentes de un feudo ensombrecido,
fragmentado y dependiente. Pueden ser islas afortunadas, islas de esmeralda, islas de oro pero son, con ello,
pendientes del oído (o la oreja) del mundo.
La subordinación es un factor que crea una influencia proporcionalmente inferior a su distancia y con ello
Australia, sin importar cuánto haga, siempre será una construcción de menor publicidad.
Las islas británicas, se diría, fueron, no obstante, un imperio del marketing pero claro está que las Islas
Británicas cuando fueron poderosas impusieron su archipiélago colonial en patrón supremo. Tan superlativo que ha
llegado hasta este cabo del mapa austral con Nueva Zelanda en la misma esquina.
Una isla no sabe qué hora le corresponde sino en relación al continente y el continente no consulta el reloj
periférico saber la hora. La hora es la hora y a la isla le corresponde un más o un menos. De ahí, acaso, la impresión
de que los diarios australianos, su radio o sus periódicos no parezcan, con frecuencia, estar al día. La sensación,
positiva, es que se han salido de la circulación y gracias a ello no les atropelló el criminal ferrocarril de la crisis. La
sensación, negativa, es que Dios sabe que les pasará sin penalidad.
¿Liberados? Claro que no. Ni aislada puede librarse la isla de la epidemia humana. En el corazón de la
inmaculada Australia se ha consolidado una excrecencia de decenas de miles de sucios y feos aborígenes con una
probabilidad de contraer graves enfermedades tres y cuatro veces mayor a la media nacional. La mortalidad de un
ciudadano común ronda los 82 años pero un aborigen no pasa de los 72.
No solo están más enfermos, aislados incluso de su identidad. Porque a diferencia de los isleños de vida y
corazón, no buscan, ni esperan, ni se abocan al exterior. Su agujero negro es sobrevivir y cuanto más fuera del
tiempo, mejor. Ambulan pues desarreglados, sin reglas ni dirección como los zombis, y nadan a diario en un
disolvente mar alcohólico mientras en Bondi Beach, los ricos surfean, aunque siempre aislados, sobre su bendita isla
del yo.
Vicente Verdú, 30-11-2013
Educación estancada
Dice la OCDE que la educación es más urgente que nunca dado el enorme desempleo juvenil. Tal aserto es crucial
para España. Los datos del Informe PISA 2012 que evalúa los conocimientos de matemáticas (y, en menor medida
esta vez, lengua y ciencias) indican, sin embargo, que los resultados de los estudiantes españoles apenas se han
movido en los últimos años y siguen inmediatamente por debajo de la media de los 65 países evaluados, a pesar de
que ha aumentado el estatus socioeconómico de los alumnos.
El caso español encierra una gran paradoja: el gasto en educación se ha incrementado en un 35% desde
2003 y ello no se ha traducido en mejoras notables como las logradas por otros países. Las reformas educativas han
sido especialmente exitosas en Alemania, México o Brasil (si bien los países americanos están aún muy por debajo),
mientras España perpetúa la mediocridad de su posición e incluso pierde terreno en lo que parecía imbatible: la
igualdad de oportunidades. Esa menor equidad es la que, por ejemplo, arroja unos resultados tan dispares entre
autonomías hasta el punto de que varias comunidades, como Madrid, Navarra, Castilla y León o el País Vasco logran
resultados muy por encima de la media de la OCDE mientras otras, como Extremadura, Murcia, Andalucía y Baleares
quedan demasiado cerca del furgón de cola, lo que la organización multilateral achaca a diferencias
socioeconómicas.
La gran ventaja del Informe PISA, centrado este año en una materia fundamental para el progreso social y
económico de un país, es que las comparaciones con los más sobresalientes —los asiáticos, sin ninguna duda—
configuran un interesante abanico de recetas para la mejora del sistema. Los centros españoles tienen menos
autonomía, el porcentaje de alumnos inmigrantes ha aumentado más que en el resto, los profesores están poco
motivados, la colaboración entre docentes es poco frecuente, hay un gran absentismo escolar y se practican pocas
evaluaciones externas, una cuestión esta última que la reforma Wert prevé modificar.
Todo indica, en definitiva, que mejorar la preparación de los alumnos no requiere tanto grandes leyes —
menos aún si se aprueban sin consenso—, como acciones sostenidas en el tiempo para atajar esos males bien
identificados que impiden estar entre los mejores y garantizar un futuro mejor a las jóvenes generaciones.
La séptima
Se mire como se mire, creo que haber tenido siete leyes para la enseñanza en 35 años es un disparate que raya con
el suicidio educativo. Supongo que no hay españoles menores de 40 años que hayan podido cursar todos sus
estudios dentro de un solo plan, una situación delirante que debe de influir en el bochornoso nivel de educación de
nuestro país. Ya saben que, según la Evaluación de la Competencia de los Adultos llevada a cabo por la OCDE entre
23 países, España saca la peor nota de todos en matemáticas, y la segunda peor en comprensión lectora. Son unos
datos catastróficos y me temo que la responsabilidad es colectiva, porque en ese diluvio de leyes para la enseñanza
veo un ejemplo del sectarismo, de la incapacidad de nuestros políticos para trascender sus míseras batallas de poder
y llegar a acuerdos nacionales en pro del bien común.
Total, que aquí tenemos la LOMCE de Wert, la séptima ley de la democracia, a la que la oposición ha
prometido derogar en cuanto pueda (¡a por la octava!) y que no pinta nada bien: parece reforzar los centros
concertados y debilitar a los públicos, además de dificultar que padres y profesores elijan a los directores. A lo peor el
instituto Beatriz Galindo de Madrid, en donde yo estudié durante siete años, es un ejemplo de lo que puede pasar con
la ley Wert si no lo impedimos. En julio de 2012, el PP les impuso un director a dedo, Carlos Romero, que desde
entonces ha creado un conflicto monumental con los padres, los alumnos y todos los profesores. Romero fue
denunciado por el PSOE en la Asamblea de Madrid por su “despotismo”, por no consensuar nada; por
“arbitrariedades” como gastarse el dinero en barnizar los bancos de la capilla mientras la biblioteca permanecía
cerrada. En suma: profesores, padres y alumnos debilitados, directores politizados que hacen y deshacen al servicio
de su partido. No parece un buen plan para desasnarnos.
Rosa Montero, 3-12-2013
Desentrañar
Nunca hemos entendido del todo el reparto de audímetros ni la medición de espectadores en la televisión. Los
implicados prefieren antes asumir un método de control imperfecto que un rigor más exquisito. A las cadenas les vale
y nosotros actuamos como los invitados a las bodas, que se guardan las especulaciones sobre el futuro de la unión
sentimental a cambio de una buena docena de langostinos. Con el cine sucede algo similar, porque las listas de
taquilla, para ser rigurosas, tendrían que contemplar variables de contabilidad además del dinero recaudado, y
también el número de copias y su mantenimiento, el presupuesto y el precio de la campaña publicitaria. Así
obtendríamos el coste real de cada entrada vendida.
Para entender la sociedad no basta un balance numérico, pero la propia sociedad rehúye lo complejo. Miren
si no el ridículo recibimiento habitual al Informe PISA. Por eso, en la crisis económica, ha habido sectores que han
quedado sin culpa ni desprestigio. Uno de ellos han sido las empresas de tasación, que permitieron la burbuja
inmobiliaria y fueron la piedra al cuello de las rentas familiares asfixiadas y acosadas por el desahucio, sin que
apechen con el grado de culpa que sí salpica a políticos, bancos y cajas de ahorros. Sería una herida demasiado
profunda para el sistema llegar hasta el final en la exigencia de responsabilidades. Mejor limitarnos a echar del hogar
a las familias, bajo la evidencia contable de que no pagan las letras de su hipoteca.
El supervisor bursátil europeo, llamado la ESMA sin la menor delicadeza de las siglas con las víctimas de la
dictadura militar argentina, ha hecho público un informe en el que acusa a las agencias de calificación de manipular
las cifras y la entrega de sus estudios. De ser colaboradores necesarios de intereses bastardos, de carecer de rigor,
de personal necesario y preparado y de control de filtraciones en su labor imprescindible de vigilancia del mercado
financiero. Viejas conocidas como Moody’s, S&P o Fitch, oncólogos de la metástasis de la deuda española, saldrán
indemnes de este estudio brutal. Y volvemos al comienzo. La sociedad es demasiado compleja como para aspirar a
contarla bien. Así que titulares histéricos, subrayados emocionales y traumas asequibles seguirán capitaneando
nuestro acceso a la información.
David Trueba, 5-12-2013
Santos
Necesitamos santos. Incapaces de aceptar la imperfección de lo humano, tenemos que encontrar figuras puras e
incontrovertibles, subirlas al pedestal de lo sublime para preservar un rayo de esperanza en nosotros mismos, en
nuestra especie. Habitualmente la religión nos surtía de esas personalidades virtuosas, pero desde que se
transparentó algo más el proceso de beatificación y conocimos las prisas, la mediocridad y la presión del dinero y el
poder para alcanzar la gloria eclesial, también se nos cayeron esos mitos. Así que se ha complicado mucho la labor y
los santos, en un mundo mediatizado y sometido al escrutinio permanente, no son fáciles de hallar.
Estábamos celebrando a nuestro santo de la transición, que es Adolfo Suárez, en vísperas del 35o aniversario
de la Constitución, cuando llegó la noticia de la muerte de Nelson Mandela. Sobre Suárez se extiende el manto de
santidad, a medias entre la fascinación por su enfermedad sin recuerdos y el aprecio tardío por las dificultades de su
labor, hagiografías que moldean la verdadera personalidad contradictoria, llena de capacidades y carisma, pero también de las habilidades de gran embaucador, incluso del gran farsante aquel de la canción de los Platters que
reinterpretó Freddie Mercury con The Queen en tiempos del CDS: “Estoy solo pero nadie se da cuenta”.
En el país de la valla con cuchillas en Melilla y la retirada del derecho a la atención sanitaria a los sin papeles,
a Mandela se le rinde homenaje apreciativo por boca de ambiciosos empeñados solo en su permanencia personal.
En el país donde los excarcelados jamás tienen un gesto de compasión para sus víctimas, un rasgo de grandeza tras
la reflexión del penal, se loa la entereza y la abismal generosidad de Mandela tras sus 27 años de cárcel. Pero la
santificación encubre que Mandela fue un político radical, un hombre con ideas de progreso y con ambición de
cambiar el mundo. Es rara esa lectura desideologizada e incolora del Gandhi del apartheid. Chocante, salvo en la
evidencia de que reclama al santo por encima de la persona. Si Nelson Mandela fue un santo y no alguien fieramente
humano, nosotros podemos seguir comportándonos como unos miserables en cuanto pase el alivio de luto universal.
En cuanto salgamos de misa, todos a pecar.
David Trueba, 8-12-2013
Hombre lobo
Otro cuento de terror. Andan sueltos en la noche varios depredadores sexuales y asesinos en serie, que recién
liberados de la cárcel, después de cumplir su condena según la ley, vuelven a merodear por los mismos parajes de
entonces. Caperucita, no salgas de casa. Algunos alcaldes preparan batidas para cazar a esos hombres lobos. Esta
alarma fomentada por el periodismo amarillo emerge del mismo terror arraigado en la oscuridad del franquismo y
recuerda a los cuentos de miedo, que en las noches de invierno nos contaban a los niños en la posguerra junto a la
chimenea. Hubo una vez un cazador que, atacado por un lobo, durante la pelea le cortó una garra al animal y la
guardó en el zurrón. El caballero, dueño del castillo, le pidió al cazador que le mostrara lo que había cazado y al abrir
el zurrón vio con espanto que la garra del lobo se había transformado en la mano de un hombre y en uno de sus
dedos brillaba un anillo que el caballero reconoció como perteneciente a su mujer. Cuando el caballero regresó al
castillo encontró a su mujer en la cocina curándose el muñón de su mano cercenada. Era una bruja y fue ella, según
confesó, la que en forma de lobo había atacado al cazador. Ardió en hoguera. En las noches ateridas de posguerra,
durante el franquismo más duro, los hombres lobos podían ser los maquis que bajaban del monte y merodeaban
cerca de los pueblos en busca de comida; podían ser también unas misteriosas alimañas, que adoptaban formas de
mendigos. Guardias civiles y gentes de orden realizaban batidas y a veces sucedía que el hombre lobo que habían
cazado resultaba ser un vecino que se había demorado en volver a casa. Cuatro décadas de represión franquista
fueron más que suficientes para que este terror hiciera nido en la nuca de los ciudadanos y creara un légamo en el
inconsciente colectivo que ha sido trasmitido a las sucesivas generaciones. No es fácil librarse de esa herencia. Hoy
también hay charlatanes de la opinión pública dispuestos a organizar batidas contra cualquier clase de hombre lobo.
Piden ayuda a la Guardia Civil, expanden la alarma social y propagan el terror medieval contra cualquier caperucita.
En las noches del invierno franquista las llamas de la chimenea figuraban brujas desnudas que ardían en el fuego del
infierno.
Manuel Vicent, 8-12-2013
Epitafio
Las nietas de Mandela han anunciado que piensan recurrir el cierre de las fábricas de merchandisingcon las que tanto
dinero ganaron hasta que su abuelo decidió cerrárselas. Él ya no está. Los príncipes Guillermo y Kate, herederos de
la corona que una vez gobernó el Imperio Británico, presidían el estreno de una película sobre su vida mientras
Mandela agonizaba. Nunca lo sabrá. Políticos y dignatarios del mundo entero, que han sostenido y siguen
sosteniendo posturas diametralmente opuestas a las que convirtieron a Mandela en una figura universal, publican
comunicados en el que se refieren a él como Madiba y lamentan la muerte de un amigo. Nadie podrá cuestionar ni
desmentir su dolor.
García Margallo ha declarado que en muy pocas ocasiones la voluntad de un solo hombre ha cambiado el
curso de la historia. Le convendría repasar un poco, pero la ampliación de sus conocimientos no bastará para retirar
las concertinas de las vallas de Ceuta y Melilla. El Gobierno español lamenta la pérdida de un gran luchador por la
igualdad, en un país donde el alarmante retroceso de la igualdad es presentado como un índice de prosperidad y
recuperación económica por ese mismo Gobierno. Por desgracia, las nietas de Mandela llevan razón. Su abuelo se
ha convertido en un objeto de merchandising, un icono comercial, una pegatina que queda bien en cualquier solapa.
El género humano produce dos tipos de individuos, los que dicen y los que hacen. Mandela fue un admirable
representante de las personas que se explican con hechos, y por sus hechos su nombre brillará siempre. Algunas de
las reacciones que su muerte ha desencadenado son, en sí mismas, inexplicables. Y sin embargo, pocas veces las
personas que dicen y no hacen han llegado tan lejos en elocuencia. Así, en un túmulo de palabras vanas, han escrito
un epitafio indigno de Nelson Mandela.
Almudena Grandes, 9-12-2013
Cuidado con las puertas
El primer ministro británico, David Cameron, ha vuelto a descubrir la amenaza que se cierne sobre el mercado de
trabajo y el sistema de prestaciones sociales de su país, a pocas semanas de que rumanos y búlgaros, los
penúltimos llegados a la Unión Europea, vean levantadas las restricciones que pesan sobre ellos para la libre
circulación entre países de la UE. Alemania también muestra su inquietud por el impacto de los inmigrantes
procedentes del este sobre su Estado de bienestar.
Tales inquietudes han llegado a la Comisión Europea, cuya respuesta es que considera innegociables las
normas de libre circulación. La contestación de la comisaria de Justicia y Derechos Fundamentales, Viviane Reding, a
la iniciativa británica ha sido mesurada: si hay abusos en la utilización de las ayudas sociales, corresponde a cada
Estado la competencia para corregirlos, pero no para coartar las libertades en las que se basa el mercado único. No
se trata solo de preservar el libre movimiento de capitales, bienes y servicios, sino la libertad de circulación de las
personas.
Desde que se popularizó la imagen del fontanero polaco como supuesto símbolo del peligro que se cernía
sobre los obreros franceses, las opiniones públicas de varios países evolucionan hacia una mayor radicalidad. Según
una encuesta reciente, 8 de cada 10 holandeses están en contra de abrir las fronteras el año próximo. De modo que
las alegrías políticas que saludaron en 2004 la entrada en la UE de 10 países, seguida de las de Rumanía y Bulgaria
en 2007 y la más reciente de Croacia, se enfrentan ahora al proteccionismo rampante en buena parte de los países
comunitarios.
Me admira que, tantos días después, sigamos pegados a la catarata de las páginas necrológicas de Mandela sin
repulsión ni hastío, que es lo que se suele experimentar en este tipo de hemorrágicos ditirambos mortuorios. De
Mandela, en cambio, nos interesa todo, desde los magníficos textos de Carlin hasta las imágenes de esa fiesta
interminable que está siendo su despedida. La intensidad de nuestro interés nos da la medida de lo muy necesitados
que todos estamos de creer en lo que Mandela representa: alguien a quien la adversidad no doblegó, a quien el odio
no envenenó, a quien el poder no corrompió. Era un político que honró la política.
Corren malos tiempos para la democracia. Veo en todo el mundo una crisis en la credibilidad de este sistema, un
creciente enojo ante sus abusos evidentes, ante su hipocresía y su cinismo. Nadie parece confiar en los políticos: la
frase “todos son iguales” es el lema de moda. Y los únicos que parecen un poco menos iguales, justamente, son los
que preconizan las hogueras purificadoras y la mano dura. Quiero decir que veo brotar por doquier la flor negra de la
añoranza de la tiranía. Haber nacido en una dictadura me vacunó contra ello, pero el mundo está lleno de ignorantes
que, escandalizados por las corruptelas democráticas, creen que los sistemas dictatoriales son más limpios sólo
porque son infinitamente más opacos: no sólo la porquería y los abusos no trascienden, sino que además dan
respuestas simples a los problemas complejos y luego se encargan de ocultar todo el daño que esa simplificación ha
provocado. Yo sigo creyendo, en fin, que la democracia es el sistema menos malo, y que, con todas sus
contradicciones, ha permitido mejorar notablemente la situación del mundo. Y también creo que no hay que rendirse y
que hay otra manera de hacer política. Lo demostró Mandela.
Suma peligrosa
Mientras algunos indicadores permiten constatar que el ciclo económico está cambiando, los presupuestos del
Ministerio de Educación y las diferentes comunidades autónomas para 2014 certifican nuevos recortes. Contando con
estas previsiones —aunque el ajuste va a ser menor que en el pasado reciente— las Administraciones con
competencias en enseñanza habrán reducido sus presupuestos en 7.298 millones de euros entre 2010 y 2014.
Cuando se acaban de conocer los resultados del último Informe PISA, que registran un estancamiento en las pruebas
de evaluación de competencias de los estudiantes, un informe sindical eleva hasta el 16,7% la merma de los
presupuestos en lo que llevamos de crisis. A la cabeza están Castilla-La Mancha (-31,1%), Cataluña (-24,1%) y
Castilla y León (-20,4).
A esto hay que añadir la reducción aplicada por Educación en sus partidas. El conjunto del sistema tiene
ahora un 35% menos de recursos que hace 10 años, mientras han aumentado las necesidades por el incremento del
número de escolares. En las aulas hay ahora medio millón más de alumnos que en 2009 y por lo menos 20.000
docentes menos. Pese a los anuncios ministeriales sobre aumentos en determinadas partidas y a la previsión de un
incremento del 10,5% en becas, la reducción durante la crisis redundará en una pérdida de calidad. Y las
consecuencias perdurarán durante años en uno de los facores más sensibles de competitividad de un país, el
educativo.
La escasez presupuestaria impide incidir sobre las carencias ya identificadas como las principales causas de
los mediocres resultados obtenidos en el Informe PISA. Con medidas, por ejemplo, que mejoren la calidad docente e
incentiven la formación continuada del profesorado. O que sirvan para dotar adecuadamente los dispositivos de
refuerzo de los alumnos con necesidades especiales. En los últimos años, el sistema educativo español ha recibido
un importante contingente de niños extranjeros, muchos de los cuales con carencias de escolarización. En algunos
casos ni siquiera conocían la lengua en que se impartían las clases, lo que hace bajar los promedios. La misma falta
de recursos afecta a los alumnos con mayores capacidades. El Informe PISA indica que en España no se alcanzan
La negativa a coexistir con ciudadanos procedentes de zonas pobres, por más que sean de Estados
miembros de la UE, tiene una clara voluntad electoralista. Algunos Gobiernos han escogido a la Comisión Europea
como blanco de sus críticas, lo cual es tanto como señalar la responsabilidad de la Europa comunitaria en los
problemas que sirven de banderín de enganche a los partidos de ultraderecha, aislacionistas o eurófobos. Ya no es
suficiente con agitar la bicha del miedo a los inmigrantes extracomunitarios, sino la del temor a los europeos mismos:
los del norte y el centro contra los del sur o los del este. Mal ambiente para abordar las elecciones europeas del año
próximo.
Otra manera
Los porcentajes de excelencia que serían esperables, lo cual significa que el sistema es incapaz de hacer aflorar
potencialidades que podrían desarrollarse.
En estas circunstancias sería todavía más doloroso que el Gobierno aplicara hasta el final el compromiso
asumido en 2012 ante Bruselas de recortar un punto del PIB el presupuesto educativo (del 4,9% al 3,9%), lo que
implicaría restar aún otros 2.700 millones de euros. Es indudable que los objetivos de déficit deben ser respetados,
pero también lo es que la educación necesita ser preservada porque de ella depende la futura capacidad productiva
del país.
Los medios son incapaces de situar al ciudadano ante las complejidades del tiempo en que vivimos. La cultura del
titular y el picadito de noticias carece de recursos para que se visualice la doctrina dominante. Los servicios sanitarios
llevan tiempo alertando contra la precarización de su labor y el deseo de comerciar con sus recursos. La palabra
privatización, en dura pugna con el eufemismo externalización, no cala con significado en el ciudadano, que está
convencido de que las protestas responden a la salvaguarda de sus privilegios profesionales de funcionariado. No es
capaz de relacionar la inseguridad sanitaria a la que se precipita con el negocio más desacomplejado de las clases
dominantes. Ese esfuerzo fallido deriva en la indiferencia de los ciudadanos.
En los relatos autobiográficos de Thomas Bernhard, reunidos en España en un solo volumen, recupera la infancia y
juventud marcada por las instituciones escolares y los largos tratamientos de la enfermedad pulmonar. Su perspectiva
sigue siendo válida hoy día, especialmente cuando reflexiona sobre las diferencias entre pacientes de pago y
pacientes pobres: “Tenemos que insistir en que sean abolidas las clases en los hospitales, porque la persistencia de
ese clasismo entre pacientes provoca una situación indigna para el ser humano y la mayor perversión de nuestro
sistema político-social”. Es la inclusión del concepto político lo que convierte la frase en rabiosamente actual.
Ha trascendido que un consejero del Gobierno de Cospedal logró que su mujer se saltara las listas de espera
para ser intervenida en un centro público. La falta de rigor se quiere solo ofensiva para quienes nutrían la lista de
espera, cada día más inhumana, sin que los políticos encuentren solución distinta a la venta de los hospitales. La
solvencia sanitaria, su transparencia, afecta a todos. La salud es el escalón definitivo para la desigualdad clasista. El
constante aterrizaje de los políticos más ponzoñosos en las empresas que se apoderan de nuestro sistema de salud
delata un interés acelerado y perturbador. La ascensión por ley de la seguridad privada al rango de acción policial,
ofrece también la perspectiva de una protección para ricos y otra para pobres que no pueden pagársela. Pero contar
todo esto sigue siendo un problema audiovisual en el país de los ciegos rodeados de pantallas.
Rosa Montero, 10-12-2013
"Sutube"
La petición de las grandes marcas de comunicación para que el Gobierno norteamericano rebaje el grado de control
sobre el correo particular, esclarece un mundo en el que los usuarios son utilizados como mercancía especulativa. La
llegada de la publicidad a Twitter es otro paso en la comercialización de nuestra comunicación aparentemente más
libre que nunca. La constante variación de las condiciones de negocio y la difusa regulación sobre el contenido que
colgamos en la Red nos deja en un lugar algo feo de la autopista virtual. Casi como perros en el arcén.
En el programa que presentan Mara Torres y Joaquín Reyes en La 2, se aprecia la vocación de comprender
ese mundo virtual, de dar voz a los nuevos formatos y personajes de esa galaxia aún no del todo asumida. En su
espléndido decorado se introduce siempre un debate a varias voces que en la última entrega se centró sobre los
youtubers. Este término, que ya evidencia el control comercial del amo, define a aquellas personas que ganan dinero
porque convocan a muchos seguidores en la página de Google con sus vídeos. Un profesor de matemáticas con
habilidad para dar la lección, un experto en juegos en la Red y un cómico, ejemplificaban la panoplia de talentos que
están a nuestro alcance de clic.
Casi un millón de personas en el mundo dicen que reciben algún dinero de YouTube por aumentar de manera
significativa el tráfico. Multiplican así la ganancia en publicidad del casero de su ingenio. Las contrapartidas son
bastante raquíticas, pero consuelan al espíritu crítico frente al evidente monopolio que padece la Red y glamourizan
con vistas al siglo XXI la explotación eterna del pez gordo sobre el chico. En ese universo prometido de relación
directa y sin intermediarios entre creador y consumidor parece claro que la ganancia suculenta se queda en manos
del casino. Igual que nos tragamos en plena campaña navideña el camelo demencial de que Amazon iba a repartir
las compras con drones, saludado en cada telediario sin reparar en la manipulación mediática, también parece que
tenemos que asumir sin atisbo de sospecha que los terratenientes de la Red aplaudan a sus braceros como ejemplo
de esfuerzo y dedicación. Son obreros vocacionales para el señoritismo cortijero en versión 2.0.
David Trueba, 12-12-2013
La cultura del más
Del mismo modo que hay personas o pueblos que sufren un complejo de inferioridad y en él se representan, otros se
atiborran de un complejo de superioridad y con él se emborrachan como pavos de Navidad. Los españoles, en
general, somos los del complejo de inferioridad y nuestra estima sin brillo da para bastante poco. En cambio, los
catalanes, dentro y fuera de aquí, son más. Fueron uno de cada tres del equipo olímpico español en 2008 y Pau
Gasol portó, en 2012, la bandera nacional al frente de la mejor selección española de la historia. En el balonmano, en
el baloncesto, en el hockey, la natación, las motos, el fútbol o el baloncesto son los representantes más altos.
Vicente Verdú, 14-12-2013
Impacientes
Probablemente, ningún momento mejor para presentar una demanda de independencia como entidad diferente y
superior. El Barça, segundo o tercero en la Liga no facilitaba el fervor patriótico pero ahora es otra cosa. Este
momento viene a ser idóneo para enaltecer la cultura del más. Y, por si faltaba poco, el president se llama Más y un
distinguido escudero se apellida Más. ¿Qué más se puede invocar?
La Historia lleva a estas cristalizaciones nominales (seminales) y bien se sabe cuánto importan las palabras
del destino en estas coyunturas simbólicas por demás. Más que un club, más que una lengua, más que una nación.
Más a más.
Sólo haría falta esperar el momento para expresarlo con rotundidad y ese momento ha llegado sin que se le
deba dejar escapar ¿Estado de la Autonomías? ¿Café para todos? ¿Estados Federal? Parece que los españoles no
entienden ni los políticos se enteran. No se trata de ser más autónomos sino de ser más. Los otros pueden darse por
satisfechos con el federalismo pero los catalanes acérrimos nunca quedarán satisfechos con una fórmula igual. La
cultura del más siempre requiere un plus que la distinga, aunque sea, según los catalanes, en los confines de la
españolidad. Si hay comida para todos en proporciones iguales, no es bastante para la voraz cultura del más. No es
el "mucho" como cree el PSOE con el federalismo lo que sacia, sino el más.
Barcelona es guapa, es la ciudad más mimada, más expuesta y más visitada internacionalmente de toda
España. Poco importa que otros lugares (País Vasco, aparte, claro está) les parezcan hermosos sean El Bierzo o La
Rioja. Nunca les parecerán más. Barcelona siempre fue más que Madrid y aún ahora, que los números dicen otra
cosa, no importa a efectos de pesar el valor nacional.
De modo que, a base de empujones identitarios se ha llegado al extremo superior el independentismo y lo
último que se le ha ocurrido a la cultura del “más” ha sido la independencia “másima”. Es decir, el fin de la
comparabilidad.
Los complejos de superioridad son difíciles de curar porque cada vez que se les combate se fortalecen
sintiendo que la envidia o la mediocridad atentan contra ellos. En consecuencia, mañana serán mayores y pasado
mañana más altivos. El español es una cosa corriente en la que alistarse y el catalán un don donde entronarse. ¿Un
Estado? ¿Un Estado independiente? Claro que sí. Cuánto más independiente y único mejor. No se sabe a qué
conduce esta absorbente soberbia. Puede ser que no, pero ¿y el regusto que esta morbosa patología procura ahora
sin necesidad de esperar al más allá?
David Trueba, 11-12-2013
Historia de un éxito
La democracia al revés. Los que gobiernan solo miran hacia arriba, como si la soberanía ya no estuviera en la
ciudadanía. Y esta se siente tratada como un incordio inevitable, de ahí la desconfianza. Los gobernantes viven en la
creencia de que los perdedores son invisibles y no cuentan. Pero cuando la parte de la sociedad que lo pasa mal es
mucho mayor que la franja de los integrados que han trampeado la crisis sin apenas enterarse, la invisibilidad es pura
utopía. El gobernante prefiere los indicadores numéricos que no tienen rostro ni sufrimiento. La realidad le resulta
obscena y trata de minimizarla con la propaganda.
El Gobierno habla de éxito. Así lo está proclamando cada día Rajoy entre nosotros —“España está mejor que
el año pasado y peor que el año que viene”— y así espera proclamarlo al mundo entero a partir de la visita a Obama
en enero. Con cuatro millones de personas en el umbral de la pobreza energética; con una devaluación de los
salarios que está rompiendo la sociedad hasta llevarla a los peores niveles de desigualdad de la zona euro; con el
trabajo como un bien cada vez más escaso; con un paro juvenil que condena a los jóvenes a no emanciparse (el 38%
de los que tienen entre 25 y 34 años viven con los padres); con los mileuristas rebajados a sueldos de 700 u 800
euros, ¿de qué éxito se trata?
Es la historia de un retroceso, favorecido por el suicidio ideológico de la izquierda en las dos décadas
anteriores, que nos ha dejado sin alternativa. Una austeridad distribuida de modo nada equitativo, con manifiesto
castigo a los salarios medios y bajos, nos está conduciendo a situaciones de miseria y precariedad que este país
creía haber abandonado hace décadas. El Gobierno busca consolidarse por la vía del férreo control social. El jefe de
la policía, Ignacio Cosidó, ha reconocido que la ley de seguridad no responde a ninguna demanda social. Es una
apuesta ideológica que nos retrotrae a aquellos tiempos en que a la seguridad ciudadana se la llamaba orden público.
El ministro Fernández Díaz quiere comprar unas tanquetas que lanzan chorros de agua contra los manifestantes. Un
icono de los peores sistemas represivos. Si añadimos la ley Wert como símbolo de la involución autonómica y la ley
Gallardón sobre el aborto como signo de la restauración moral, no hay duda sobre el éxito que busca el Gobierno: el
regreso a la España excluyente que trata a los discrepantes como irresponsables y al que se atreve “a ser él y
enseñarse tal como es”, para decirlo al modo de Camus, como enemigo. El único éxito posible saldrá de la capacidad
de resistencia de los ciudadanos.
Si la máxima pena, la de muerte, jamás ha disuadido, según confirman las estadísticas, a los criminales, tampoco
parece que el dejar la seguridad en manos privadas convierta un país en un lugar seguro. Muy al contrario, la
presencia masiva de guardias de seguridad que responden de sus actos ante una empresa y no ante el Estado viene
a constatar que hay un sector de la población que considera que ha de protegerse del otro. Eso se paga con dinero,
esa suerte de cordón de seguridad que evita el contacto con supuesta gente indeseable. Coincide que en los países en los que abunda esa división radical entre protegidos y desamparados son también aquellos en los que uno se
siente más inseguro.
Josep Ramoneda, 18-12-2013
Sobre cacheos
Como saben, en estos días se debate la posibilidad de permitir a vigilantes privados el cacheo, identificación
o retención de un individuo. Algo completamente contrario a la idea de la Europa que hasta ahora veníamos
conociendo, en donde los servicios más sensibles, los relacionados con la seguridad, la salud o la educación, eran
gestionados por el Estado, para que fuera este quien tuviera que responder de las prácticas de las fuerzas de
seguridad, del sentido igualador de la educación o del derecho universal a la asistencia sanitaria. Día tras día nos
encontramos con que una de esas piezas que conformaron un panorama de bienestar desaparece del puzle, dejando
irreconocible el retrato de una sociedad que, con todas sus imperfecciones, era un lugar habitable. Solo en los países
que gozan de una cierta justicia social es posible vivir sin miedo. Ya pueden radicalizar las leyes: aumentando las
causas de detención, imponiendo multas intimidatorias o dejando que las empresas rentabilicen la protección. Solo
servirá para excluir y dividir la sociedad en dos: mientras unos dormirán tranquilos, otros pasarán la noche con los
ojos de par en par.
Elvira Lindo, 18-12-2013
Un buen día
Que tenga un buen día. Con este deseo y una sonrisa el tendero suele despedir al cliente que ha pasado por caja. Se
trata de una fórmula que va más allá de la mera cortesía, porque hoy, tal como viene el baile, un día, un solo día es el
horizonte de todos los sueños que acompañan al ciudadano desesperado en su viaje al final de la noche. Que tenga
un buen día. Con esta frase rutinaria la cajera del supermercado, junto con el ticket de la compra, te ofrece todas las
variables posibles de éxito o fracaso que caben en 24 horas. Si realmente ese es para ti un buen día, de momento no
te van a echar del trabajo; ningún político del Gobierno, aprendiz de gángster, te amenazará con mandarte al
inspector de Hacienda; no serás tú, sino otros, los que pedirán limosna de rodillas en la puerta de una iglesia, los que
escarbarán en la basura de los contenedores, los que deberán pasar un riguroso examen ante un soplagaitas del
Ayuntamiento para poder tocar el acordeón en una esquina disfrazado de mendigo y ningún gorila macarra, dotado
con antorchas de policía nacional, te cacheará en plena calle simplemente porque no le gusta tu cara. Que tenga un
buen día. Si ese deseo se cumple, al despertarte no te dolerá nada; ante el espejo del cuarto de baño no tendrás que
avergonzarte de algo que solo tú sabes; para ti el mostrador del bar de la esquina será un altar y allí celebrarás el
sacramento del desayuno con el café y unas tostadas mientras lees en el periódico el triunfo de tu equipo. Que tenga
un buen día, te dirá el camarero. Al llegar a la oficina sin saber por qué, te recibirá el director con una palmada
amigable en la espalda y en el trabajo serás uno de esos tipos que no le da importancia a cumplir con su deber.
Luego verás la calle repleta de ciudadanos amaestrados, derrotados, caminando bajo el crepúsculo de oro con una
recóndita ira que no acaba de estallar. Al volver a casa, el mendigo, que toca el acordeón en la esquina, detendrá el
vals: que tenga un buen día, te dirá, aunque sea ya noche cerrada y serás tú el primero en sorprenderte de este
milagro: la gente humillada no se ha rebelado, no ha sido asaltado el palacio del Congreso todavía, los políticos
corruptos no han sido sacados a patadas y la ciudad no ha ardido aún por los cuatro costados.
Manuel Vicent, 22-12-2013
Suelo
Los asuntos familiares nunca han sido tratados tan en primera persona como en los últimos tiempos. En el
vaciamiento de la ficción en busca de caminos más próximos a la experiencia personal, ya no es raro encontrar a la
familia real elevada al rango de la saga literaria. La fotografía siempre distinguió con su aura a la familia, quizá porque
no estaba exigida por convenciones narrativas. Los retratos familiares ocuparon desde el día primero de ese soporte
un salón destacado. Documento legal de carné o recuerdo de boda y reunión familiar, con el paso del tiempo, se
convertían, desde el álbum o desde la pared de casa en una novela o en una película viva. Era cuestión de tiempo,
pues, que cine y literatura no ignoraran ese pedazo de realidad para alzar obras sugerentes.
Si empezábamos el año reivindicando un mediometraje magnífico, Una historia de los Modlin, contada a
través de fotos familiares encontradas en la basura, no está de más acabarlo con otros ejemplos soberbios. Al fin y al
cabo, en la basura nos encontramos nosotros mismos tras un año de abandono y precariedad. Si Michel Gondry
retrató su historia familiar en La espina en el corazón, con más habilidad para la novelización la actriz canadiense
Sarah Polley narra su origen a partir del maravilloso personaje de su madre real en Historias que contamos. El oficio
de relatar sabíamos que estaba al alcance de todos, pero el oficio de ser lo creíamos reservado para seres de
excepción. Sin embargo, cualquiera es también un personaje si alguien lo sabe contar con talento.
Entre los clásicos diaristas, Jonas Mekas sigue en activo, y las películas familiares de David Perlov lanzan
desde su hogar familiar una mirada al mundo. En la última novela de Daniel Gascón, Entresuelo, se repasa la historia
de un piso en Zaragoza, que es la historia de unos abuelos y finalmente la historia de un país. España contiene
guerras y erosiones suficientes para merecer algo más de atención introspectiva y menos de novela histórica para
consumo rápido o partidista. La familia se desempolva como algo más que un lastre personal o nostálgico. Es
también un territorio para la reinterpretación de nosotros mismos, porque nada ayuda más que conocer el suelo sobre
el que pisamos.
David Trueba, 22-12-2013
Concentración
Si España fuera un abeto, este año tendríamos pocas cosas bonitas que colgar de sus ramas. No importa mucho,
porque tampoco se verían. Todos esos adornos frágiles, antiguos, de cristal irisado y delicados detalles hechos a
mano, que se venían atesorando durante generaciones, han salido rotos de la caja. Hoy brillan por su ausencia,
vendidos unos, arruinados otros, descapitalizados, despiezados, inmolados en el dudoso altar de una presunta
recuperación económica que solo sabe engendrar pobreza y más pobreza.
En el lugar que antes ocupaban los servicios públicos garantizados, la tranquilidad de los pensionistas, la
satisfacción de los padres con hijos universitarios y la monótona rutina de tantos trabajadores que podían permitirse
el lujo de las preocupaciones triviales, hoy solo hay agujeros, los huecos por donde se ha vaciado el bienestar de este
país, y abultadas cifras sin justificar en las cuentas corrientes de los culpables. El regalo de Navidad que nos ha
deparado el destino ha sido el estallido de una bomba de relojería. Que lleváramos tanto tiempo esperándola no
disminuye los destrozos que ha causado al explotar. Que su escándalo, y el mío, ante las prácticas mafiosas que
dominaron la gestión de Cajamadrid no desarrolle las consecuencias que alcanzaría en cualquier país civilizado —
porque todo habrá prescrito, y el fiscal echará una mano, y el juez no admitirá los correos como pruebas relevantes, y
Silva ya está apartado de la causa, y bla, bla, bla, etcétera— solo servirá para echar más sal en las heridas. Y, sin
embargo, yo quiero desearles lo mejor en estas fiestas. Para lograrlo, les propongo un pequeño ejercicio. Cierren los
ojos, concéntrense, y háganse a la idea de que no son españoles. Escojan la nacionalidad que prefieran, y cuando se
encuentren cómodos en ella, lean el final de esta columna.
Feliz Navidad.
Almudena Grandes, 23-12-2013
Unidad
Igual que los peces no hablan del agua, tampoco nosotros solemos detenernos a observar aquello en que estamos
inmersos. Por eso el Rey tampoco hablará de la sanidad, pese a que es el sector donde se ha pasado ingresado
buena parte del curso y para el que apreciaríamos su firmeza. Un párrafo, ya habitual, glosará el poco futuro de las
aventuras secesionistas y la necesidad de una unidad de conjunto nacional. El sistema de salud necesita una
declaración patriótica, al finalizar un año en el que las protestas de los profesionales han carecido del eco que
merecen. Quién mejor que el Rey, operado de cadera como buena parte de su generación, para establecer las líneas
que la avaricia del negocio no debería cruzar, más que nada para poder seguir hablando de país sin que se nos caiga
la cara de vergüenza.
Tampoco la cultura recibirá un saludo afectuoso, ahora que también, como las tropas en misiones, se ve
forzada a buscar su campo de batalla en tierras extranjeras. Si la subida del IVA pretendía ser un eficaz recurso de
financiación, los números cantan una canción de retirada y desolación. Desde las galerías de arte a los teatros,
bastaría echar una cuenta bien fácil. Si hemos perdido 90 millones de euros en recaudación, solo en salas de teatro,
hubiera bastado con elevar al 12% el IVA, y no al denigrante 21%, para sostener la asistencia e igualar lo recaudado.
En esta desunión no denunciada, también de manera sutil se revierte la seguridad, con el ascenso de rango
de los guardas privados, para que en España puedan empezar a existir urbanizaciones para ricos y suburbios para
pobres, donde la protección ya no es un valor compartido, sino un recurso monetario. Sin duda el aborto tampoco se
libra de esa doctrina divisiva, que no será, qué pena, la preocupación máxima del discurso. Pero la nueva reforma no
pretende evitar el aborto, ni atacar las causas principales, sino empujar, ahí también, a las mujeres pobres hacia el
delito o la resignación y permitir que las muchachas ricas sigan gestionando su vida privada con el confort del dinero
y los viajes a Europa. No es doble moral, sino moral monetaria, la única que hoy circula por la actualidad nacional.
David Trueba, 23-12-2013
Lo absoluto
La realidad y la ficción son difíciles de distinguir, precisamente porque todo el mundo cree distinguirlas con facilidad.
La ficción trata de crear una sensación de realidad y la realidad, constantemente, provoca emociones, soluciones y
recursos ficticios. Así que es evidente que acaban por funcionar a un ritmo acordado. Por ejemplo, hace tiempo que el
cine considerado más importante, ofrece películas que aspiran a retratar lo absoluto. Si uno atiende a las últimas
películas de Terrence Mallick o Sorrentino o Lars von Trier encontrará la enorme pretensión de dar con el sentido de
la vida, la solución al vacío existencial o la respuesta a los instintos sexuales. Ahí es nada. Para ello ponen en
primera línea del relato su propia conciencia, vocean el subtexto. Por poner de ejemplo a Kubrick, que es un autor
respetado, han elegido la trascendencia de 2001 frente a la magistral y sutil juguetería de Atraco perfecto.
Este desprecio por la humilde pequeñez del relato recuerda un poco a la evolución de la pintura. Cuando tras
siglos de retratar solo grandes personajes, escenas bíblicas y momentos cumbre, alguien pintó una liebre abatida o
un cuenco con frutas y se cayó en la cuenta de que lo ínfimo podía ser trascendente y que gritar desde el púlpito no
era hablar más sabio. La moda actual invade también la vida política. Porque detrás de las reformas sobre seguridad,
aborto, educación o catalanidad, sobre inmigración y cuentas, hay una tendencia obsesiva por lo absoluto. Por
pretender resolver en las líneas de un prerrelato legislativo la vida sobre la Tierra.
La pretenciosidad política siempre será más peligrosa que la artística. Porque invade de iluminados la escena
cotidiana en un momento de desamparo y pérdida de protección general. Un discurso absoluto ordena la existencia
de los ciudadanos desde arriba. Por desgracia, lo necesario en este momento es ordenar sus condiciones de vida
desde abajo, desde un relato personal, casi particular, resolviendo problemas urgentes de esta misma tarde, tragedias desencadenadas no en la galaxia, sino en el bajo derecha. De Sica contó la historia de la humanidad con
un padre, un hijo y una bicicleta. Todo lo que vuela más alto se separa demasiado de la causa de los hombres. En el
arte es ridículo; en la política, dramático.
David Trueba, 30-12-2013
Textos destartalados
Ni los mails, ni los tuits, los whatsapps o los SMS son respetuosos con la escritura. Se trata de ser veloces y no de ir
bien vestidos. El mensaje llega y se entiende pero en su composición se han sumado tantas faltas de ortografía y
mecanografía que se recibe menos como un paquete estructurado que como una suerte de broza destinada a cumplir
fogosamente su finalidad.
No sucede esto una o mil veces sino de manera absoluta y permanente. Y no ocurre esto como revolución
sino como dejación. La escritura ha perdido el santo valor que le concedíamos y se ha transustanciado pasivamente,
a imagen y semejanza de los artefactos electrónicos. Se escribe mal y desgreñadamente porque los filamentos
importan menos que el impulso final.
De este modo existen ya dos escrituras incomunicadas como nunca antes se conocía. Efectivamente han
existido escrituras notariales y poéticas, sagradas escrituras y escrituras porno, textos judiciales y textos literarios.
Estos pares, sin embargo, representan una oposición de mucha menor importancia que la fundada hoy entre la
escritura literaria, cuidada y revisada, y la escritura electrónica emitida desaliñadamente hacia el destinatario. ¿Una
falta de atención al receptor? Nada de eso, a estas alturas. Se trata de un desdén por la imagen, el estilo o la
elegancia del texto. Un desdén que coincide con el desdén hacia las obras de arte bien hechas.
Porque si el arte también se ha descompuesto y cubierto de excrementos, el medio escrito ha ingresado en el
mundo del detritus. La escritura viaja de un lugar a otro como las pelusas que aparecen en las casas sin la debida
limpieza. Los textos imperfectos se mueven como abrojos de aquí para allá y no hay cuarentena que detenga el
contagio. Los más jóvenes son los que menos perciben este merequeté porque en suma la escritura no ocupó un
lugar central en sus aprendizajes. Los errores se pasan por alto o no se registran. El mensaje cumple su papel de
comunicaciones breves y secas y ahí acaba su historia. ¿Se entienden como los indios, como los niños, como los
torpes aprendices del idioma? Como las tres cosas a la vez. Se entienden mediante una simplificación destartalada y
poco puede hacerse por repararla. Es ya, día a día, un nuevo lenguaje. Un lenguaje de signos que discurre en
paralelo al idioma escrito y que posee su identidad. Fin pues allí de la escritura bien escrita. Desarreglo de todas las
reglas. El mundo se ha desatado el cinturón que permitía medir su perímetro y se desenvuelve con una mórbida
obesidad poblada de peritoneos. El cuerpo de la escritura llega así a unos dominios orgánicos en los que decir con
precisión es un imposible y redactar con amor una quimera.
Privada pues de amor, estrujada y desgajada, sucia y maltratada, la gran masa de escritos que se cruzan a
cada instante va componiendo una pila de garabatos que tras cumplir como mensajeros van inmediatamente al
vertedero.
Época de las basuras, es ésta. Época en que cada planta de reciclaje constituye una catedral ecológica y
cada lata por el suelo un sacrilegio. La escritura funcional de estos días, la que cunde entre los jóvenes, sigue
rigurosamente esta ruta. Se hace con basuras de expresión y se acumula como una pirámide excrementicia que
seguramente mañana será sustituida por otra, por un fuego al galope o por el entusiasmo de la inmediatez.
Vicente Verdú, 4-1-2014
Brindis
A mitad de enero en la valla publicitaria de enfrente, que a las seis de la tarde ya estaba a oscuras, sobre las piernas
largas de esa modelo que anuncia un perfume se detendrá un sol imprevisto, muy dulce; al inicio de febrero, llore o
ría la Candelaria, se despertará la savia de los árboles y apuntarán las gemas en las ramas desnudas; en marzo
muchos sueños que uno alimentó con el año nuevo ya habrán sido derrotados: no has encontrado trabajo y tampoco
has adelgazado; en cambio, las flores que perdieron los almendros han sido recuperadas por los cerezos. Pese a
todo, deberás seguir adelante, puesto que el sol cumplirá con su oficio inexorable sin contar con las tormentas del
corazón. Puede que este sea el artículo malo que uno repite siempre al comenzar el año, pero el sol, siendo como es
una bomba de hidrógeno, también se repite y no pasa nada. Mientras las gotas metálicas del deshielo caen de los
cobertizos sobre el humeante estiércol del ganado, de la última nieve resplandeciente de abril nacerán rosas en mayo
y las nubes pasarán por las veletas de los campanarios cargadas de bienes o llenas de maleficios contra el trigo y el
viñedo que peina las lomas. Sin duda, ante la puerta del verano, con la fe renovada, pensarás: tengo que rebelarme,
no voy a dejar que me machaquen más, quiero luchar. Aquellas gemas que despertó la savia serán frutas en los
mercados, cerezas de junio, ciruelas de julio, fresquillas de agosto, moscatel de septiembre. Mientras el sol decline la
luz para pudrir las hojas amarillas de otoño, si finalmente has conseguido no rendirte, obtendrás también tu propia
cosecha, tal vez la brisa deliciosa de un amor, el deleite de las risas con los amigos, la gracia de un placer secreto
que te conceda un dios pagano. Cuando en noviembre se cierren los días y el recuerdo de los muertos fermente bajo
tierra, surgirá del légamo el presagio de que todo va a resucitar de nuevo. Diciembre dejará caer el sol en el abismo,
pero con el solsticio de invierno volverá a crecer desde las tinieblas y ese será el momento de recuperar la
inmortalidad de cada hora. Ante la orilla sagrada donde nos espera el destino, levanta la copa y brinda por los buenos
días del pasado y por todos los sueños imposibles. Seguir vivos es la victoria.
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