“¡Qué existencia la nuestra!
El hombre nos metió en una jaula y nos
tenía allí siempre como si fuésemos esos gorriones que no se pueden dejar solos
en casa porque todo lo destrozan.
Y además se empeñó en domesticarnos.
Quería a todo trance que nos subiésemos en
un tonel y que luego diésemos un saltito y pasásemos por un aro. Y si nos
negábamos, nos tiraba pellizcos en la barriga y nos llamaba tontos.
Era tan malo, además, que nos metía su
cabeza dentro de nuestra boca, y la tenía allí un ratito.
Nosotros pasábamos un miedo terrible,
porque temíamos que nos diese un bocado y nos hiciese daño.
Aquel hombre era tan bruto, cuando
aparecía con nosotros en el circo, todo
el público se aterrorizaba, y no comprendía cómo nos atrevíamos a
meternos con él dentro de una jaula cerrada.
Nos trataba tan mal, que mató a disgustos
a tres de mis hermanos; y ya, además, de tirarnos pellizcos, un día llegó a
insultar a mi madre.
-¡Eso no lo consiento!- le dije.
Y aprovechando que no había nadie que
pudiese verme, me fui del lado de aquel hombre tan grosero.
Anduve mucho. Mucho. Pero no pude llegar
a la selva, como era mi intención.
Otros hombres me cogieron y me trajeron a
un jardín, donde hay muchos animales de distintas especies.
Aquí, aunque también metido dentro de una
jaula, lo paso más entretenido.
Todos los días, para que me distraiga,
hacen pasar ante mí a muchos hombres y a muchas mujeres, muy graciosos, con
cara de idiotas.
Yo me río mucho al verlos, y el día que
estoy de humor les echo cacahuetes”.
Miguel
Mihura, El León.
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