domingo, 10 de diciembre de 2023

MAGISTER DIXIT: ARTÍCULOS


Juan José Millas, "Luto", columna de opinión en El País. 8/12/2023.

Un amigo que tiene ahora 50 años se acostó hace 30 con una chica finlandesa a la que conoció en una discoteca de Madrid. Al día siguiente, la joven desapareció y no volvió a saber de ella. Pero él imaginó que se había quedado embarazada y asistió en su fantasía al nacimiento del niño y luego lo vio crecer y dar sus primeros pasos y lo vio entrar en el parvulario de la mano de su madre. Pasado el tiempo, mi amigo se casó y tuvo dos hijos reales con una compañera de estudios. Pero no olvidó al hijo imaginario, que llevó a cabo sus estudios medios y que entró en la universidad y se licenció en Biología, mientras que el mayor de los hijos reales se licenciaba en Económicas y el menor en Ciencias de la Computación o algo semejante.
Juan José Millas

No era infrecuente que este amigo se quedara a veces con la mirada extraviada, perdido en las ensoñaciones del hijo finlandés, al que en sus fantasías escuchaba hablar en un idioma para él incomprensible. Tenía un cuerpo atlético sin necesidad de hacer mucho ejercicio y los ojos extrañamente claros. Cuando se reía, mostraba parte de la encía superior, como mi amigo, al que en sus delirios le atacaba la tentación de contar a los hijos reales que tenían un hermano en Finlandia, pero se contenía a tiempo pensando sobre todo en el efecto que causaría en su esposa, con la que guardaba una relación que apenas se había desgastado con el paso de los años.
La semana pasada, según me contó, la chica finlandesa, convertida ya en una señora mayor, logró localizarlo de algún modo y le dijo que estaba en Madrid. Quedaron en el centro para tomar un café y hablaron con nostalgia de aquella noche única. Sutilmente, mi amigo fue haciendo averiguaciones hasta alcanzar la conclusión de que no había tenido ningún hijo finlandés. Lleva varios días de luto clandestino, aunque genuino. Pobre.

Bárbara Blasco, "Machirulo y perreo en el diccionario", El País, 8/12/2023. 

Leo que machirulo y perreo han entrado en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Y me parece una señal, aunque no sé de qué, que estas dos palabras que son primas hermanas y a la vez oxímoron entren a un tiempo, a ritmo de reguetón. La vida es un constante ir persiguiendo las huellas de extrañas criaturas.
En cuestión de lenguaje, siempre son los hablantes los que tienen la última palabra, la lengua es lo más democrático que existe. Hay vocablos nuevos que entran en el diccionario y al poco salen, marchitos, porque eran flor de un día, y otros que, por más que los porteros de la Academia se engorilen, acaban colándose por el empeño de la gente en usarlos. Hacía tiempo que veníamos usando machirulo, aunque mucho más tiempo sufriéndolos.
Escribo esto desde Uruguay, donde las frases resuenan en mi cabeza con un deje de dulzura, una cadencia rioplatense ¿viste? Aquí dicen «un momento, estimada», «disculpe la espera», estimada, y el mundo se vuelve amable.
Bárbara Blasco
El lenguaje nos penetra con sutileza pero con contundencia, nos recorre y nos conforma, y a la vez transforma la realidad ahí fuera, esa ficción colectiva que llamamos realidad.
En estos tiempos en los que el concepto de verdad se nos escurrió por el sumidero de la posmodernidad, somos más conscientes que nunca del poder de las palabras, indómitas, para configurar esa ficción colectiva que llamamos realidad.
Un trabajo que es colectivo y a la vez tan íntimo; qué distintas, únicas, las imágenes que se proyectan en el cine de nuestra mente cuando decimos árbol y hay quien ve un dibujo; otros, una fotografía; otros, las letras de la palabra. Los hay que ven música. Y no hablemos ya de palabras abstractas, ¿Por qué mi angustia es amarilla? ¿Por qué la melancolía un cigarro con boquilla?
Las metáforas explotan en nuestras cabezas tras accionar las palabras sin que podamos hacer mucho.
Por supuesto, hay palabras mejor hechas que otras. Algunas parecen mantener un idilio entre el sonido y significado, como siseo que susurra desde las eses, como pellizco que te pinza en la lengua, como leve que queda flotando en el aire. Otras parece que las hicieron en un día de resaca, ¿quién va tomar en serio a un perito, a quién impresionarán unos pingües beneficios? Y otras simplemente sufren daños colaterales, la injusticia del inicuo resulta siempre un poquito más inocua.
Hoy entran oficialmente en nuestra lengua machirulo, perreo; el año pasado lo hicieron los micromachismos. Y sin embargo seguimos resistiéndonos a hablar de nosotres, la mayoría, al menos. Por más que aspiremos a que el conjunto no sea masculino por norma o por tradición, no hemos encontrado la forma de cambiar esa realidad a través del lenguaje. La calle no lo ha hecho.
Y es que las mismas contradicciones se dan a ambos lados, y es probablemente en esa tensión, en esas grietas del lenguaje donde surge lo literario, ese misterio diáfano del que hablaba Borges. Estamos hechos de palabras imperfectas, de contradicciones, de paradojas que de alguna manera nos definen.

Ana Iris Simón. El País 9/12/2023
En el aula del colegio en el que estudió mi madre en los 70 había un crucifijo sobre la pizarra. En la del mío, en los 90, un retrato de Juan Carlos y Sofía. Si llevara a mis hijos al único concertado laico de mi localidad, en los pasillos habría logos de Apple. Resulta que es un Apple Distinguished School, un centro que “refleja la visión de Apple en cuanto al papel de la tecnología en la educación”. Que supongo que es, ni más ni menos, la de colocar sus cachivaches hasta en clase de gimnasia.
Anas Iris Simón
Recuerdo la impresión que me dio ver propaganda de una multinacional en un colegio mientras leo el informe PISA, que nos muestra que la educación en España es hoy peor que hace 20 años. Un dato que seguramente sorprenderá a muchos padres, que se estarán preguntando cómo es eso posible, si sus críos van a un centro bilingüe, usan tabletas y hacen los deberes por el aula virtual. Además, el director les contó que estaban probando un programa pedagógico innovador, en el que la memorización quedaba en un segundo plano para potenciar el aprendizaje por competencias basado en la gamificación y el trabajo por proyectos. La explicación que algunos expertos dan a este fracaso educativo sorprenderá a algunos aún más que los terribles resultados del informe PISA: la educación en España es hoy peor que hace 20 años precisamente por todo eso.
A los que llevan tiempo advirtiéndonos de ello se les ha llamado rancios y antiguos. En España, Catherine L’Ecuyer, Gregorio Luri o Pascual Gil llevan años diciéndonos que “la escuela no es un parque de atracciones”, señalando lo anómalo de un modelo educativo que enseña quiénes eran los Reyes Católicos en inglés, explicándonos que algunos de los modernos paradigmas pedagógicos generan que nuestros hijos sepan cada vez menos y refuerzan la brecha de clase entre alumnos. L’Ecuyer incide en el uso de dispositivos electrónicos; se pregunta, como nos preguntamos muchos, por qué el pediatra nos recomienda que no expongamos a nuestros hijos a pantallas, pues generan problemas ―de atención, de conducta, de sueño―, mientras que en el colegio nos venden como la panacea tener a los niños seis horas con la tablet.
Enfrente tienen a los que conciben el cambio como un fin en sí mismo, a los que piensan que el dos es mejor que el uno solo por el hecho de venir después, a los que no saben explicarnos qué clase de magia opera para que los dispositivos electrónicos dejen de generar perjuicios si se usan con fines educativos. ¿Qué cara creen que me pondría el pediatra si, cuando me pregunta que si mis críos ven demasiada tele, le respondo que sí, que ocho horas diarias, pero que como es Barrio Sésamo no pasa ni media?
Escribía C. S. Lewis que cuando uno está al borde de un acantilado, lo más progresista es dar dos pasos para atrás. Los poderosos lo saben, por eso los CEO de Silicon Valley llevan a sus niños a colegios sin pantallas ni dispositivos, siguiendo esa máxima de los traficantes por la cual uno no consume la mierda que pasa, y haciéndola extensiva a su prole. Ahora solo falta que tomemos conciencia el resto. Que nos demos cuenta de lo grave que es que nuestros hijos estén formándose peor que nosotros. Y de lo ridículo que resulta que nos quieran seguir vendiendo las causas de ese fracaso como signos de progreso.




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